lunes, octubre 31, 2005

The perry bible fellowship

by Nicholas Gurewitch

domingo, octubre 30, 2005

Construcción

Letra y Música: Chico Buarque /1971













Amó aquella vez como si fuese última
besó a su mujer como si fuese última
y a cada hijo suyo cual si fuese el único
y atravesó la calle con su paso tímido
subió a la construcción como si fuese máquina
alzó en el balcón cuatro paredes sólidas
ladrillo con ladrillo en un diseño mágico
sus ojos embotados de cemento y lágrimas
sentóse a descansar como si fuese sábado
comió su pan con queso cual si fuese un príncipe
bebió y sollozó como si fuese un náufrago
danzó y se rió como si oyese música
y tropezó en el cielo con su paso alcohólico
y flotó por el aire cual si fuese un pájaro
y terminó en el suelo como un bulto fláccido
y agonizó en el medio del paseo público
murió a contramano entorpeciendo el tránsito

Amó aquella vez como si fuese el último
besó a su mujer como si fuese única
y a cada hijo suyo cual si fuese el pródigo
y atravesó la calle con su paso alcohólico
subió a la construcción como si fuese sólida
alzó en el balcón cuatro paredes mágicas
ladrillo con ladrillo en un diseño lógico
sus ojos embotados de cemento y tránsito
sentóse a descansar como si fuese un príncipe
comió su pan con queso cual si fuese el máximo
bebió y sollozó como si fuese máquina
danzó y se rió como si fuese el próximo
y tropezó en el cielo cual si oyese música
y flotó por el aire cual si fuese sábado
y terminó en el suelo como un bulto tímido
agonizó en el medio del paseo náufrago
murió a contramano entorpeciendo el público

Amó aquella vez como si fuese máquina
besó a su mujer como si fuese lógico
alzó en el balcón cuatro paredes flácidas
sentóse a descansar como si fuese un pájaro
y flotó en el aire cual si fuese un príncipe
y terminó en el suelo como un bulto alcohólico
murió a contromano entorpeciendo el sábado

Traducción: Daniel Viglietti

El canto no popular

Por Francisco Madariaga

Yo, el rastreador, que ha dormido en los atrasos de
la luna en los atajos peninsulares, y ahora siento
el canto del desahogo, a través del orgulloso coraje,
oh mis pequeños seres del desamparo, canto
mi canto con un lenguaje no popular, pero cercano
a vuestros vestidos miserables.
El vestido las telas livianas de las mejillas despintadas
el olor de los motines talados de la miseria siempre
en la flor del fuego del pensamiento destruido
sin nacimiento en las coloridas y espléndidas
organizaciones de las albas lujosas de todos los días
de todos los montones de días ligeros y azucarados
por las cañas dulces solares irredentas
ininterrumpidas feroces vivientes de la irrectitud
siempre anárquica del espacio siempre moderno
y siempre solidario con los cantos de las invisibles
deidades y de los otros personajes reales asombrados
de la miseria de los sucios paisanos que encienden
el clavel del esperma nocturno sifilizado y demente
y excitado por los cerdos.
Oh, en mi escenario, de rodillas. Cocinas conteniendo
el aliento del dormido rencor en la palidez del alba.
Oh, gente sin viajes, que no puede fumar en el
fuego del universo su tabaco de miel arrollada por
el invierno, su comida de humo bañando el ligerísimo
mosquitero de rabia del color el color que no trajina
por las camas y que sólo saluda a la sombra con
sombrero del Ave María en el altar de los santos
ensordecidos por los fétidos besos.
Oh, mí, el rastreador que ha dormido tirado entre
los yuyos, entre la ferocidad joyal de las palmeras
en el borde del agua, y de una cocina sucia llena
de lechos sucios y de tarros con jazmines
calentados del ex-alba.

sábado, octubre 29, 2005

The perry bible fellowship

by Nicholas Gurewitch

viernes, octubre 28, 2005

La piedad por "esas imbéciles moscas"

Por Ricardo Zelarayán

A Oscar Masotta


No es por decir,
pero el Papa,
sí, el Papa,
es una Batata.
Mejor dicho era una Batata
porque más bien era un topo,
un topo topológicamente ubicado en el ombligo del mundo.
Al ombligo del mundo le creció un hongo,
enorme y blanco,
que cuando el agua le sube al cuello
hace glu! glu!
y sonríe,
sonríe como Hawai,
como Samoa,
y como todas las islas felices perdidas en este mundo.
El Papa topo (o ex topo)
no es la vizcacha que se escapa de la topadora
o la lombriz cortada con la pala
que sigue vivita y coleando.
El Papa añora los yuyos del Vaticano,
pero ahora se va pal lao del monte
con el diario doblado en cuatro bajo el brazo,
el diario que doña Remigia
busca desesperada para prender el fuego.
"No hay fuego doña Remigia
sin diario doblado en cuatro
bajo el brazo del Papa que se fue al monte."
Doña Remigia patea la radio
con sus zapatos amarillos.
La radio no larga prenda...
"Doña Remigia yo sé
que después de pelar una naranja
no hay nada mejor que pelar un canguro
australiano y papal,
o un yacaré recién salido del agua
y bien atajado.
Rapidito que hay que hacerse tiempo
pa patear la radio!"
Qué quiere que le diga,
dice doña Remigia,
la Lucinda tiene la lumbriz,
la Rosa la hurmiga
y la radio no anda...
¿Qué le parece?
"Doña Remigia,
la vida pende de un hilo del corazón...
Usted se quedó sin fuego.
El fuego siempre tiene la última palabra...
insondable, acariciada,
pero hay que hacer cola.
La cola del pobre yacaré
pelado y colgado."
El Papa vuelve con los ojos hundidos.
El Papa vio pasar la última liebre pero no la corrió.
El Papa se mete en la cocina sin fuego,
sin el diario
y con la radio pateada en el suelo.
¿Y la Remigia?
Doña Remigia anda por ahí
con los zapatos amarillos
subida en un burro
corriendo un sapo.
El sapo se agiganta,
la vieja se asusta.
(no tanto como el burro).
El sapo ve crecer los hongos y respira...
Ha comenzado la lluvia.
La lluvia cae sobre la vieja sin fuego,
sobre el burro empacado
y sobre los zapatos amarillos que patearon la radio.
Justo por ahí,
donde está el burro empacado,
anduvo hace rato la Rosa,
la de la hurmiga...
que no hay que confundir
con la hormiga y la rosa
ni con la topadora y la vizcacha
ni con la tierra y la lluvia...
!Que llueva, que llueva...
la vieja no está en la cueva!
Y la pajarita Rosa voló
y ahora canta...
La ciudad en el crepúsculo comienza a encender sus mil ojos llovidos.
Los grandes cristales chorrean mansamente
y los autos acarician las calles mojadas.
Rosa voladora y cantora,
Rosa con la hurmiga.
La hurmiga que canta al oído
como la lluvia del cielo.
La canción me la guardo para otra ocasión.
La hora se sumerge como tiburón en las negras profundidades,
y no hay tiempo para la canción
ni para la discusión,
ni para el fuego que hubo que dejar para mañana.
Las uñas crecen como las moscas
y las moscas vuelan sobre la vida.

jueves, octubre 27, 2005

Función social de la poesía

Por Fabián Casas

Elvio Gandolfo es un escritor notable. Tiene varios libros cuya morfología puede ser –a simple vista- la de la prosa, pero su información genética es la de la poesía. La Reina de las nieves, Caminando alrededor, dos grandes textos. Bueno, una tarde, en su casa de Buenos Aires –no sé si lo hace todavía, pero en ese entonces vivía saltando entre Buenos Aires y Montevideo- me leyó un texto de un libro suyo que se mantiene inédito aún hoy. Era un libro sobre escritores que le gustaban y que, también, había tratado. El capítulo en cuestión trataba de El Zorro, un sobrenombre que Elvio le había puesto a un escritor que ambos admirábamos y que, también, había formado parte de nuestras vidas en diferentes momentos. Me parece que el apodo es genial y lo voy a utilizar en esto que quiero contar.

La primera noticia que tuve del Zorro vino de la mano de Daniel Durand. En ese entonces teníamos maratónicas reuniones en su casa, con un grupo de amigos con los que hacíamos una revista que se llamó 18 Buitres. Después de la reunión, nos tirábamos a la marchanta en los sillones, almohadones, piso, etc, para leernos cosas, escuchar música y fumar. En uno de esos retiros espirituales, Durand me pasó un libro muy finito y me dijo que el autor era entrerriano, como él, y que la rompía escribiendo. Era el Zorro. El libro se llamaba La Piel de Caballo. Y Durand tenía razón: era genial.

Por esas vicisitudes de la literatura –algo que ahora francamente me espanta, como las presentaciones de brolis, pero de lo que en ese entonces era asiduo- conocimos al Zorro. Habíamos escuchado que era un tipo difícil, que había formado parte del mítico Literal, con la delantera García-Guzmán-Lamborghini y poco más.

Con el tiempo, me llegué a ser amigo del Zorro. Que es lo mismo que hacerse amigo de una araña pollito. El Zorro solía pasar por mi casa una vez por semana para tomar un vino e, invariablemente, ambos terminábamos borrachos. Pasaron los años, cambiaron los gobiernos, algunos amigos se reprodujeron y llegué a mis treinta con una falla en alguna parte de mi ánimo. Caronte me había inclinado el partido y casi no podía salir de mi casa si no me bajaba una colección de barbitúricos. El Zorro me dijo que fuera a nadar, que eso servía para combatir la depresión. El era un veterano del pánico y sabía. También me dijo que lo que yo tenía era El Horla. Que Maupasant había escrito –antes de terminar loco- un relato increíble sobre él y que, ¡oh casualidad!, el Zorro había traducido. Me regaló la edición junto a un libro suyo de los setenta, llamado La Obsesión del Espacio. Este libro de poemas también era genial.

Hace poco el Zorro enfermó. Con Santiago –un amigo que también escribe poesía y que le debe mucho a los libros del Zorro, tanto que uno de sus libros lleva su nombre- lo acompañamos para que se haga una resonancia magnética en un sanatorio de su obra social. Era un domingo por la noche. El Zorro tiene dificultades para caminar (lo hace como un pingüino embolsado) así que lo pasamos a buscar por su casa y lo llevamos y trajimos en taxi. Ya en el sanatorio, nos sentamos en la sala de espera, uno a cada lado suyo. Frente a nosotros estaba sentada una pareja formada por un rugbier vestido impecablemente en Legacy y una mujer rubia que tenía los ojos rojos post llanto. El rugbier, de a ratos, la abrazaba. El Zorro es sordo, así que habla en voz alta. Decía cosas como: "¡En los libros de Osvaldo Lamborghini no se mueve nada!" O: "¡La parodia es insoportable!" Hasta que una enfermera nos anunció que le llegó la hora.

Lo ayudamos a levantarse mientras el médico nos informaba que uno de los dos teníamos que pasar con él. Fui yo. Pasamos a un vestuario donde ambos teníamos que sacarnos los relojes, cadenas, llaves, etc. El Zorro se tuvo que sacar el audífono. Entonces vino un médico y , dándose cuenta que el Zorro no lo iba a escuchar, optó por hacerme preguntas a mí sobre la salud del paciente: qué enfermedades había tenido, si era alérgico, etc. Le dije que se fijara en la historia clínica porque yo no sabía mucho sobre él. Me acuerdo que pensé que era poco lo que sabía en verdad sobre El Zorro. "¿Pero usted no es pariente?" me dijo el doc. "No –dije, buscando las palabras exactas, como Urondo- soy un fan".

El tipo es un gran escritor, agregué. El médico hizo silencio y me preguntó cómo se llamaba. Se lo dije. Más silencio. No, nunca lo leí, me dijo. Después El Zorro, yo y el médico entramos en recinto similar a un estudio de radio, pero, en vez de la mesa con los micrófonos había una camilla donde hacían recostar al paciente. Una vez puesto ahí, la camilla se movía hasta penetrar en un especie de horno y un ruido poderoso sonaba por todo el recinto. La mitad del cuerpo del Zorro estaba adentro de eso. Yo me senté a su lado, en una silla de plástico y me puse unos auriculares que me dieron. Después de media hora, lo sacaron afuera, pero no lo bajaron de la camilla. Entró uno de los médicos que accionaba la máquina y sacando una jeringa, le inyectó algo al Zorro en el brazo derecho. “Es para tener más contraste”, me dijo. Después le volvieron a dar otro golpe de horno magnético.

Ahora me río, porque me acuerdo que la primera vez que lo sacan, el Zorro –como si la conversación de la sala de estar continuara- me dijo: "¡Basta de parodia!". Me acuerdo también que el médico que lo inyectaba me miró como preguntándome si estaba loco.

Hace unos días almorcé con Daniel Helder, otro amigo que también escribe poesía. Me contó que lo había ayudado al Zorro en su última mudanza. Las mudanzas del Zorro son míticas, de hecho, en las cotratapas de sus libros –que el mismo escribe, como Odracir Nazarayes, cambiando las letras de su nombre- se dice que ha perdido infinidad de novelas inéditas saltando de hotel en hotel. Helder me contó que El Zorro estaba sentado en un colchón pelado, como un mono desnudo, mientras él y otros le movían los muebles. De golpe, me dijo, me encontré con una foto vieja, donde él estaba muy joven, corriendo, vestido de deportista. "¡Qué estás mirando!" le gritó El Zorro. Y cuando Helder le pasó la foto, El Zorro la agarró con la mano y la puso a un brazo de distancia y desde ahí la escrutó, casi en trance.

Dicen que El Zorro era un tipo muy fachero. Que siempre estaba vestido de manera elegante. Bilingüe, solía gastar a Guzmán, García y Lamborghini a quienes llamaba, despectivamente, “los analfa”.

En fin, un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor de mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos, se modifican para siempre en la percepción de sus lectores. Algunas de las palabras que él utiliza, se vuelven más intensas y le sirven a otros para decir algo que no sabían cómo hacerlo. Y más. Cuando el partido se complica, aparecen tipos que, desinteresadamente, lo ayudan a ser más digno frente a las insistencias de Caronte. Sólo porque escribió.

The perry bible fellowship



by Nicholas Gurewitch.Posted by Picasa

miércoles, octubre 26, 2005

Cancha Rayada

Por Fabián Casas

(publicado en El ciclón y la furia)

Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento.
Es un día de calor sofocante
y en el asfalto recalentado
vemos la sombra de un pájaro negro
que vuela en círculos,
como satélite de nuestra desgracia.
Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas,
ruge todavía en la cancha.
Acabamos de perder el campeonato.
La cabina del auto es un horno a leña;
los asientos queman y el sol que pega
en el vidrio, enceguece.
Pero no importa, como dos bonzos
dispuestos a inmolarse,
nos sentamos y enciendo el motor:
Fabián Casas y su padre
van en coche al muere.

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martes, octubre 25, 2005

Los reyes magos peronistas



Por Juan Incardona


"Yo te daré,
te daré Patria hermosa,
te daré una cosa,
una cosa que empieza con P,
¡Perón!"

"¡La juventud peronista
sale a la calle y pelea,
y si encuentra algún gorila
si no lo caga lo mea!"

5 de enero a la noche en Villa Celina(1), calor y pegajosa humedad, la calle repleta de gente, de la escalera de la Unidad Básica de la calle Chilavert (artillero de Rosas, fusilado por Urquiza) surgen las estrellas de la jornada, Fabián Cabrera, el Uruguayo y yo, quienes, disfrazados de Reyes Magos, comenzábamos la peregrinación y el reparto de juguetes. Lito, consejal y puntero corrupto que después nos traicionó con el proyecto Centro cultural y Biblioteca para el Tanque de Celina, mostraba su cara más sonriente. La multitud de pibes se abalanzaba sobre nosotros, mientras las madres contemplaban el espectáculo desde la vereda de enfrente. El Chino, Miguelito y la Marta, tres de los niños más salvajes que ha visto el barrio, más interesados en hacernos la malteada que en los regalos y las golosinas que repartíamos, comenzaron a treparse a mi espalda, a propinarme toda clase de torturas y a poner en riesgo mi barba de algodón, que se despegaba a cada rato.

Finalmente, subimos al camión de la Municipalidad, previa discusión con el puntero por motivos varios pero aún irrelevantes. Una vez arriba, saludamos; la gente nos vivaba con entusiasmo épico. Fabián y yo, jodiendo, empezamos a levantar los brazos de un modo muy particular, representando aquel famoso saludo que hacía el General. La respuesta era inmediata: gritos, bombos galopantes, gente enardecida. El uruguayo, o "el negro", obviamente hizo de Baltasar. Era el favorito de los niños.

Por fin, arrancamos. Los chicos corrían atrás nuestro. Adelante se veían grupos en cada esquina, esperando a que pasemos. Alvarez, Blanco Escalada, Cnel. Domínguez, Mariquita Thompson, Giribone, Caaguazú, Avenida Olavarría. Allí, en la vereda de la Parroquia había un montón de pibes, y hasta los curas dehonianos, entre los cuales, dicho sea de paso, hubo dos que nos saludaron haciendo la V. Del padre Franco no nos sorprendía, ya que fue militante y compañero tercermundista de Mujica en la villa 31. (Padre Franco Festa, querido amigo, si Dios existe, ojalá te tenga en la Gloria. Lamento mucho aquella pelea que tuvimos. Me enteré que hace poco te moriste en Córdoba después de larga agonía. En la nota al final va mi homenaje con tus propios versos, cura obrero(2)) Por quien nos quedamos atónitos fue por el teólogo Leonardo, siempre tan conservador en su estilo y sus modos. Jamás le preguntamos nada.

Después de repartir alfajores a los pibes de la Parroquia, doblamos a la izquierda hasta Avenida Cruz (hoy Martín Ugarte). Allí doblamos nuevamente, esta vez en dirección al Mercado Central, más precisamente a su periferia: Las Achiras.

Lentamente bajamos la loma entre los potreros, escoltados por dos patrulleros de la Bonaerense que se caían a pedazos. Decidimos hacer una escala en la Virgencita de Luján que está en la entrada del Barrio Urquiza. En otra época, este poblado de casitas bajas y pasillos zigzagueantes se llamó Barrio Juan Manuel de Rosas, pero este nombre lo cambiaron por Urquiza durante alguna dictadura. Luego, le volverían a cambiar el nombre por Rosas en los noventa, aunque todos le siguen diciendo Urquiza, por costumbre.

Nuevamente repartimos regalos. Venía mucha gente de los edificios, tanto de los bajitos de tres pisos, como de las viejas torres que construyó Perón, o de los edificios estrella (tienen forma de estrella, fueron construidos durante el gobierno de Onganía y hospedan a familias de militares, divididos en edificios según la fuerza... está el de la armada, el de los aeronáuticos, etc). Por suerte, teníamos bocha de juguetes.

Terminamos la repartija; mi túnica verde acusaba un par de roturas debido a la exaltación infantil. Nos aprestamos, ahora sí, a ir a Las Achiras, así que nos subimos al camión nuevamente. Y ya estábamos listos, pero no nos movíamos... así estuvimos un rato, esperando... pero nada. "¡Nada, no arranca, loco, no arranca, y la puta madre que lo parió!" Y no arranca y no arranca. ¿Y ahora qué hacemos? A Lito se le borraba la sonrisa, empezaban los nervios y, para colmo, no paraba de llegar gente. Y no arranca... Probamos empujando entre varios, pero estaba muerto, no había caso. Lito empezó a putear al conductor que, evidentemente, no tenía la culpa. A alguien se le ocurrió que subiéramos todo a los patrulleros, pero los reyes nos negamos terminantemente, y la yuta también. Todo parecía perdido, jamás íbamos a llegar a Las Achiras.

Pero

Yo estaba apoyado sobre uno de los costados del camión, algo resignado y pensando en nada, cuando, de repente, entre la multitud veo a Rober y los escobitas, y fue un instante de inspiración nomás, un olor a rosas, una santa Evita. La idea tomó rápidamente forma en mi cabeza, así que me acerqué a Fabián y al Uruguayo y les dije lo que se me había ocurrido, en voz baja para que nadie me escuchara, especialmente el consejal. Gaspar y Baltasar se entusiasmaron inmediatamente; la Virgencita de Luján, en su ermita llena de flores, parecía de acuerdo.

Les grito a Rober y a los escobitas (Sandro y Marcelo) y les hago señas para que se acerquen. Les pregunté sin vueltas si nos prestaban alguno de sus medios de transporte. Se miraron un momento entre ellos. Y quizás se hablaban con los ojos, porque enseguida y al mismo tiempo los tres estaban de acuerdo, y al unísono me contestaron "sí".

Se fueron corriendo al terreno de los escobitas. Lito no sabía nada todavía. A esa altura de los acontecimientos, los reyes magos actuábamos por nuestra cuenta. La noche estaba llena de estrellas, y los potreros (manzanas enteras frente a la Virgencita) repletos de grillos y bichitos de luz. Mucha expectativa.

La providencia fue grande, porque no traían uno, sino dos, dos viejos carros, tirados uno por el Bambino, un caballo de blondas crines, y el otro por un mano de perro bastante mañoso. Los pusieron al lado del camión. La gente, Lito, los policías, empezaban a entender el plan de los Reyes. Nos subimos los tres al carro que tiraba el mano de perro, y en el otro (en el del Bambino) pusieron los juguetes. Con Fabián Cabrera nos peleábamos por las riendas. Acordamos tenerlas una cuadra cada uno. Empezamos a avanzar despacio, escoltados por la multitud que, espontáneamente, comenzó:

"Loooos muuchachooooooos peeroniiiistas toooooodos uniiidos triunfareeeeeemos yyy como siempre dareeeeemos uuuun grito deee coorazón ¡Viivaa Peroooón!, ¡Viivaa Peroooón!..."

...en Achiras, que ya sabían que íbamos, no había una multitud, había más. Cuando nos vieron entrar en los carros, se quedaron estupefactos, fascinados, pero sólo por un momento... después, la avalancha... la barba perdida, la túnica rota...

Se hicieron las doce. Muchas estrellas, muchos grillos, en la noche peronista.
Dedicado a Oscar Lorenzo Cogorno,
fusilado en La Plata
el 11 de junio de 1956(3)

(1)Villa Celina está situada en el sudoeste del Conurbano Bonaerense, en el partido de La Matanza. Aislada entre las avenidas General Paz y Richieri, tiene ritmo pueblerino y aspecto fantasmagórico. Barrio peronista como toda La Matanza, su vida social gira en torno a los clubes, la Sociedad de Fomento, la Parroquia Sagrado Corazón y las escuelas del estado. Debe su nombre a Doña Celina, señora que poseía gran parte de las tierras que hoy conforman el barrio. En sus orígenes, fue poblada por españoles e inmigrantes del sur de Italia, como mis abuelos José y Lucía, o Juanita, la almacenera, o Antoña, su cuñada. Las primeras casas fueron construidas por los mismos inmigrantes, edificaciones generalmente bajas, con fachadas provistas de una puerta y dos ventanas, una en la pared exterior sobre la vereda, otra dentro del habitual porche. Con el tiempo, se construyeron barrios de monoblocks obreros o militares en sus zonas periféricas, como el Barrio General Paz, el Barrio Richieri, los edificios Estrella o los bajitos de tres pisos que están cerca del Mercado Central, fondo mítico que cuenta con un fuerte del siglo XIX que ha generado más de una historia. En las últimas dos décadas, el barrio recibió grandes oleadas de personas de origen boliviano, lo que ha generado que un sector de Celina sea denominado como "Pequeña Cochabamba". En su centro geográfico, frente a la escuela 137, se encuentra el famoso Tanque de Celina, de estructura circular y bastante alto, con escalera caracol en su interior. Desde sus elevadas tejas se domina toda la zona y hasta pueden verse otros barrios que pertenecen a Celina, como el Barrio Urquiza, Las Achiras y el Barrio Sarmiento, además de los vecinos Madero, Tapiales y Lugano. En mi infancia y adolescencia, durante la década del 70 y el 80, aún perduraban grandes extensiones de campo y potreros (hoy esos terrenos prácticamente han desaparecido) que propiciaban la aventura y el juego infantil en toda su dimensión. Quienes crecimos en Celina, hemos jugado en el campito hasta la oscuridad total y las nubes de mosquitos en la cabeza. Sus jóvenes frecuentan las esquinas, siempre con botellas de cerveza Quilmes en la mano y marihuana, a veces con una guitarra, a veces con una pelota de fútbol para el partido nocturno sobre la calle. Es un barrio de fierreros (hay uno o dos talleres mecánicos por cuadra) y de músicos. Tango y rock and roll siempre presentes, ahora también cumbia. Sus bandas siempre fueron numerosas, algunas conocidas como Viejas Locas (Piedrabuena y Celina), Callejeros y Villanos. En sus noches se percibe una fina niebla, iluminada parcialmente por los viejos faroles del alumbrado, se escuchan ladridos de perros (que abundan), tiros lejanos y muy cercanos, y una especie de rumor difícil de clasificar que interrumpe frecuentemente el diálogo en las veredas, quizás una especie de pasado, un sonido de pasado, un gol de Tino en el campito mezclado con la risa de los pibes del grupo "Perseverancia" y las puteadas de Carlitos el borracho.

(2)Changuito
(poema perteneciente al libro Gritos y Silencios
del Padre Franco Festa)

Al amanecer
Con tu carrito
Vas
Con afán
Por las calles
De la ciudad
Changuito
En busca
De pan
Vas
A luchar
Contra el hambre
Y la sociedad
De la muerte
Vas
A buscar
Los trozos
En el basural.
Al atardecer
De la ciudad
Changuito
Vuelves con sudor
En tu carrito,
Llevando
Una flor
De papel.

P.Franco Festa
Montevideo 1980

(3)Muchos años después, mi primo, Tato Cogorno, fue a Lugano a sacar el registro de conducir. El tipo que atendía en la mesa, al ver su documento, le dijo, irónicamente, "Cogorno, ¿a ese no lo andan buscando por La Plata?". Tato le contestó "¿qué sos, gorila, la concha de tu madre?" y le pegó una piña. Salió rajando, mientras llamaban a la policía.
El Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno se sublevó el 9 de junio de 1956 contra el gobierno revolucionario que había derrocado al general Juan Domingo Perón. Cogorno contaba con el apoyo de doscientos civiles y suboficiales retirados. En esos días Perón estaba exiliado en Asunción, y muchos de sus seguidores habían huido, pero este grupo, junto con otros militares, como el General Juan José Valle, decidieron sublevarse. Es así que esa madrugada, en las inmediaciones del Regimiento, los vecinos vivieron momentos dramáticos por la lucha entre fuerzas leales y rebeldes. Ómnibus y tranvías fueron colocados como barricadas. Cogorno, junto al Capitán Morganti, tomó el Regimiento, y así distintas fuerzas combatieron toda la noche hasta que a la mañana la aviación marina, bajo la sorpresa y el temor de la población, bombardeó el Regimiento. Los aviones pasaban rasantes por sobre las casas de los vecinos. Finalmente Cogorno junto con sus colaboradores fue vencido y condenado a muerte de acuerdo a la ley marcial, y fusilado en el patio del Regimiento 7 junto al subteniente Alberto Abadíe.
*Publicado originalmente en el interpretador, número 15: junio 2005.

lunes, octubre 24, 2005

El derpa de Zelarrayán

Por Sebastián Robles (publicado en Dragón del mar)

Dentro de dos semanas me mudo. Es la sexta mudanza en seis años. Alguna vez soñé con una vida nómade que no se parecía a ésta. Mi primer departamento fue un bulín sobre la calle Corrientes que mis amigos y yo recordamos con nostalgia. En un ambiente exiguo llegamos a entrar quince personas, no me pregunten cómo, y la mayoría en un estado deplorable. Viví ahí nueve meses y me fui antes de que los vecinos me rajaran a patadas. Durante un corto período habité la casa de mi vieja, que estaba desocupada por entonces. Luego, con mi novia de ese tiempo, me mudé a San Telmo. Cuando la relación terminó me refugié en casa de mis tíos. Unos meses más tarde alquilé, con un amigo, el departamento donde vivo todavía, en Congreso. Hace dos años que estoy ahí y fue sin dudas el más estable de todos, el único al que pude llamar hogar al menos durante un tiempo. Ahora se nos terminó el contrato y los dueños, para renovarlo, piden una cifra que no podemos pagar. Otra vez vinieron mis tíos al rescate, y me alquilan a partir de noviembre un minúsculo departamento de su propiedad sobre la calle Viamonte, esquina Montevideo.

El otro día fui a verlo. Es más pequeño todavía que mi antiguo bulín de Corrientes, que ya era chico. Cocina, dormitorio y comedor, todo en un uno. El baño, por suerte, está aparte. Da la sensación de que uno podría entrar solamente de parado. Al principio me resigné, “es lo que hay”, pensé. Pero lo siento un poco mítico al departamento. Porque entre muchas otras personas a lo largo del tiempo, ahí vivió durante cinco años Ricardo Zelarayán.

Lo conocí cuando era chico, en casa de mis tíos, y durante mucho tiempo no supe quién era. Mi viejo, que no era un caballero inglés ni mucho menos, le tenía antipatía por sus modales. A Zelarayán no le importaba sacarse la comida de la boca y dejarla en el plato, ni comerse los mocos en frente de cualquiera con total y absoluta tranquilidad. Entraba sin saludar, se iba sin despedirse y solía pasarse horas quejándose de sus múltiples dolencias que uno sospechaba no podían ser tantas ni tan terribles como él las describía. Era sordo como una tapia y rara vez seguía una conversación. No le interesaba nada ni nadie que no fuera él mismo. Por momentos su presencia me resultaba divertida, pero la mayoría de las veces lo ignoraba o buscaba alguna excusa para irme a otro sector de la casa donde no estuviera él. Una noche —yo tendría entonces dieciséis o diecisiete años— llegué a lo de mis tíos después de una visita a la Feria del Libro donde me compré Sudeste, de Haroldo Conti, un escritor que por aquel entonces empezaba a descubrir. No sé cómo fue que Zelarayán lo vio y por primera vez en años me dirigió la palabra:

—Yo lo conocí a Haroldo Conti —comentó.
Me miró con ojos traviesos, una mirada que yo desconocía en él, y no dijo más. Un poco porque me la había dejado picando y otro poco por verdadera curiosidad, le pregunté cómo fue que lo conoció. Ya no recuerdo su respuesta. Sí que las anécdotas que me contaba sobre él tendían en general a desmitificar a un personaje que yo idealizaba. Lo único que quedaba en pie, al final, era su literatura.
—De Haroldo me gustan mucho los cuentos —dijo—. Me parece que son lo mejor que escribió.

Después la conversación fue derivando hacia otros temas. Zelarayán disfrutaba de la impresión que causaban en mí los relatos de su trato personal con muchos escritores que yo admiraba, como Conti, Urondo, Walsh y otros tantos.
—Fulano era un pijotero —decía. O:
—Mengano tenía buenos contactos en el ejército.
En el fondo lo que quería decirme era que él no valía menos que ninguno de ellos pero bueno, eso era algo que yo no entendía entonces. Más tarde, cuando se fue, borré de mi memoria sus relatos y no lo volví a ver durante meses.

Igual, algo me quedó de esa conversación. Al poco tiempo me conseguí el volumen de los cuentos completos de Haroldo Conti y coincidí con Zelarayán: eran, sin duda, lo mejor de su obra. Entonces le pedí a mi tío que me preste su ejemplar de La obsesión del espacio pero no lo pude terminar de leer. Mi poeta preferido, por entonces, era el Juan Gelman de los primeros años y no me sentía cómodo con la escritura de Zelarayán. Todavía vivía en casa con mi vieja y mi hermana, estaba terminando el secundario y creía en el orden de las cosas, de la literatura y de la vida en general. Violencia, pensaba, es lo que ejercen los demás. Yo, por mi parte, prefería dedicarme a los versos que me sonaban pulidos como un cristal: “Esa mujer se parecía a la palabra nunca / desde la nunca le subía un encanto particular / una especie de olvido donde guardar los ojos / esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo”.

Un día Zelarayán leyó un cuento mío que andaba dando vueltas por la casa de mi tía y le dejó dicho que yo lo llame. El cuento era la historia de un desaparecido, muy sentimental por momentos, que luego perdí en alguna mudanza. Me produjo escozor que alguien que no pertenecía a mi círculo íntimo lo leyera, pero de todas formas lo llamé. Su número de teléfono de entonces va a ser el mío dentro de dos semanas. No sabía cómo empezar la conversación pero él tomó la iniciativa:
—Tenés futuro —dijo.
Yo le agradecí sus palabras, que me sonaron como un cumplido inmotivado. Él ni siquiera me escuchó.
—La historia fluye, el lenguaje es simple y los personajes son creíbles. Seguí por ese camino. No te desvíes de ahí.

No sé qué le respondí pero sospecho que no estuve a la altura de las circunstancias. Nunca se me había ocurrido desviarme porque, hasta ese momento, yo no había elegido ningún camino en particular. Sólo me dedicaba a escribir lo primero que me venía a la mente con los únicos recursos que tenía a mano. Todavía hoy intento recuperar la espontaneidad que tenía entonces para escribir. Las dudas, la angustia, el miedo, todo eso vino después. Parecía que Zelarayán le estuviera hablando a alguien que no era yo. Y yo era virgen de la cabeza a los pies.
—Aunque no lo viviste, pudiste ponerte en la piel de los personajes. Las cosas eran así, entonces.
Se refería a la dictadura militar. Visto a la distancia, aunque no pude releerlo, sé que mi cuento no era tan bueno. Pero sus palabras me sirvieron de aliento, al menos por un tiempo. Le agradecí, esta vez sinceramente, y así terminó la conversación.

Después le perdí un poco el rastro. Sé que vivió uno o dos años más en el departamento. Una vez mi tío, que es amigo suyo, me contó que Zelarayán lo llamó escandalizado diciéndole que habían entrado a robarle. Días más tarde lo volvió a llamar para decirle que esta vez los ladrones le habían “roto unos billetes”. Mi tío se acercó al departamento para averiguar qué era lo que estaba sucediendo y no le fue difícil descubrirlo. Eran ratas. Se habían comido billetes y otros papeles que había tirados por ahí. Hubo que fumigar y los ladrones desaparecieron tan discretamente como habían llegado. Luego Zelarayán se fue y otro inquilino ocupó su lugar. Supe que anduvo en la mala hasta hace poco pero después me enteré de que unos amigos pudieron darle una mano. Hace poco leí La piel de caballo y me fascinó. Sospeché que alguna relación habría entre su modo de vida y esa novela aguerrida, de palabras ásperas, carente de solemnidad.

Pasó mucho tiempo desde la última vez que lo vi. Yo pienso en él y pienso en el departamento a cada rato en estos días, hasta que me llegue la hora de la mudanza.
—¿Es lindo? —me preguntó ayer una amiga y no supe qué contestarle.

domingo, octubre 23, 2005

Acerca de Marcos Herrera

Por Sebastián Hernaiz

Marcos Herrera es un poeta narrador. Tiene publicados tres libros de poesía, uno de cuentos y una novela. Sus poesías son tajos de lucidez nocturna, su prosa, una narración extra brut de los rincones desplazados del centro financiero oficinezco de la city. En su prosa, sus personajes viven con ropas de fuego. Sus bandas de sonidos rondan el punk, los Redondos y los Doors. Versos suyos son hielos de whisky desnucando palomas, su poesía se embarra en sus historias, sus historias se tensan en su poética, los vidrios rotos son las únicas salidas de los cuartos del estancamiento. Prostitutas, traficantes, imágenes sigilosamente rotundas, cartoneros, sustantivo adjetivando sustantivos, droga vendida, comprada y traficada, armas, emprendimientos menemistas, frase entrecortada, chorritos, buenos tipos, asesinos, oraciones cortas, un pintor, porno tercer mundo, tipos a los que habría que invitarles dos cervezas, mujeres de ginebra, mujeres despreciables y mujeres que podrían ser las que mueven los hilos de la historia: la ciudad respira agitada, y el filo urbano es cicatriz en la cara, cacería, textos pegados a los huesos.

viernes, octubre 21, 2005

método

"Decidí que siglos de laxitud habían inutilizado la metáfora, la cual ya no servía para intuir lo desconocido, y que por el contrario había que ser fiel a los datos de los sentidos. Curiosamente, no había contradicción entre esto y otra tendencia mía, la variación sobre lo ya escrito. Hay una escena en Punctum donde un comando montonero secuestra a un oficial de la marina. Lo matan, pero el narrador, horrorizado, descubre que es en realidad un joven novelista (lo reconoce por la sonrisa que mostraba en la foto de un suplemento cultural) y al comunicarselo a sus camaradas de armas, éstos levantan el puño y entonan: por Felipe Vallese, presente... Daba vueltas esos versos en mi cabeza y me decía: un comando del MTP secuestra a un editor español y lo mata. Pero descubren que en realidad se trata de Daniel Link. Lo reconocen porque tiene un cucharón en el culo. Etcétera. Con ese método escribí el primer libro y luego el segundo y luego un tercero que era malo y entonces empecé a pensar en hacer algo indescifrable y escribí el cuarto que nadie leyó."

Alejandro Rubio, Autobiografía Podrida, Eloisa Cartonera, Buenos Aires, 2004.

martes, octubre 18, 2005

The perry bible fellowship



by Nicholas Gurewitch.Posted by Picasa

domingo, octubre 16, 2005

Invierno en Nueva York



Por Juan Terranova

Cold Blues salió en el 85 por el sello francés Owl. Michel Petrucciani en piano y Ron McClure en contrabajo. Dos de los mejores instrumentistas del jazz de la década del ochenta se mandan a ver qué le pueden encontrar de nuevo a un par de standards. Y la cosa suena.

Los músicos virtuosos que tocan desde sus posibilidades técnicas no me interesan. A veces me sorprenden, pero el vértigo pasa rápido, se vuelve rutina y desilusiona. Cold Blues, sin embargo, es el ejemplo de que se puede tocar con una técnica prodigiosa y al mismo tiempo crear un discurso musical sensible, variado y atractivo. Hay pirotecnia, obvio, pero también hay mucha música.

Aunque por momentos el dúo coquetea con el freejazz y con cierta fraseología del bop el ataque de Petrucciani, percusivo o romántico, siempre suena fresco y justo. McClure toca sus líneas escuchando al pianista, invitándolo al juego, empujándolo o reteniéndolo. A veces Petrucciani obedece y a veces se escapa y redobla la apuesta.

Los discos de duos donde los músicos se llevan bien son raros porque es como levantar el tubo del teléfono y escuchar a dos personas que uno no conoce. “Ah, y como te contaba el otro día...”. Cold Blues logra esa intimidad. A Petrucciani le gustaba especialmente este disco. Venía tocando en jams de todo tipo con McClure, así que el pianista Fred Hersch puso su estudio y la grabación fue una continuidad natural de esos encuentros. “Nos veíamos casi todos los días con Ron —dijo Petrucciani en una entrevista—. Le pusimos Cold Blues porque ese enero en Nueva York hizo un frío de puta madre.”

Michel Petrucciani tenía una enfermedad ósea que le impidió crecer con normalidad. Como apenas llegaba al metro de altura, cuando tocaba, usaba unos dispositivos especiales en los pies para alcanzar los pedales del piano. Más de una vez dijo que hasta los quince años prácticamente no había salido de su casa. Tuvo varias mujeres. Murió a los treinta y seis en 1999 a causa de una afección pulmonar. Había nacido en Orange y fue, sin duda, uno de los pianistas más grandes que dio Francia a la historia del jazz.

Cuando caigo en la mala, escucho Cold Blues. Me imagino el invierno en Nueva York y a Petrucciani dándole al Stenway. Termina la grabación y los músicos se abrigan y se van a comer por ahí. Alguien los reconoce por la calle y los saluda. Llegan al restaurante, se sientan en una mesa cerca de la ventana y Petrucciani, agarrando la carta, le dice a McClure y al resto del equipo: “Creo que el disco está saliendo bien”. Muchas veces con eso me alcanza para volver.

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sábado, octubre 15, 2005

Estimados remiseros,

Mañana domingo 16 a las 18 hs. es el Tercer encuentro de lecturas de elinterpretador.

Ojalá puedan venir. Como dice Obelix, habrá buenas lecturas, chupi y mujeres encantadoras.


Estados Unidos 308.

San Telmo, Capital Federal

18 Hs.

viernes, octubre 14, 2005

Seres Queridos

Por Loyds

Mi hermano se enfermó de chiquito.
Mamá le dice que no meta los riñones en el enchufe
pero él no hace caso.
Yo por las mañanas lo acompaño al Lanari,
nos reímos mucho
y miramos a las practicantes en batón.

Anita no entiende nada.
Los nefrólogos, menos.

A mí me descubrieron un quiste:
pueden ser cálculos,
divertículos.
Me peleo,
sólo quiero cumpleaños y vacaciones.
Maratón no.

Me meto en un túnel transparente:
tengo frío,
mucho frío;
me duermo.

Mi hermana pone la plata.
Quiere llevarnos a Bolivia.
Conoce a los mejores médicos.
Mi papá es médico también,
pero es viejo y tiene las arterias tapadas.
Tiene tres by pass.
Tiene tango.


Mamá llora mucho.
Cada vez más llora.
Por su mamá.
Porque mi hermano no se desenchufa.
Porque yo lo quiero desenchufar.

Anoche soñé que Anita me hacía las valijas,
para irme.
Lo que no alcancé a ver es si venía conmigo.

jueves, octubre 13, 2005

Pity












Por Juan Incardona


Hace unos años en la escuela quería progresar, pero progresar era comer, dormir y trabajar. Qué sistema de mierda y cómo te puede cambiar. Algunos quieren todo el oro, yo sólo quiero vagar con vos, yo sólo quiero vagar con vos. Y ser una Vieja Loca que rueda por las calles, siempre saber dónde ir para encontrar rock and roll.


Viejas Locas, Hermanos de sangre.


Me bajaba del 143 en la parada de Yupanqui, en Lugano, cruzaba el angosto puente peatonal sobre la Richieri, atravesaba las cuadras y los galpones de CAMEA y finalmente llegaba al largo paredón del colegio secundario donde estudiaba, el Industrial Don Orione, en el Barrio Piedrabuena.

Allí tuve buenos amigos, y uno de ellos fue Christian Álvarez, ya conocido como Pity, con quien compartí la misma División hasta que lo expulsaron, un mes de diciembre, cuando finalizábamos cuarto año.

Era una gran persona, inteligente, rebelde, líder natural y muy audaz. Sus compañeros lo respetaban y lo seguían.

Prueba de Física. Después de cuarenta minutos seguíamos todos con las hojas en blanco, menos Pity, que la tenía muy clara y ya tenía todo resuelto. Arriesgándose increíblemente, nos fue pidiendo, una a una, nuestras hojas, que le fuimos pasando en cadena de manos cada vez que el profesor caminaba a espaldas nuestro, por el pasillo entre los bancos. Poco a poco fue haciendo las pruebas de sus siete u ocho compañeros más íntimos. Ese día zafé gracias a Pity. Muchas otras veces lo hice gracias a Mumra, pero esa es otra historia.

Cuarto año (1988) fue la época que nos encontró más amigos. Creo que Pity y yo batimos el récord de rateadas en colegios secundarios. El libro Guiness debería tener en cuenta estos números. Sin exagerar, durante ese año nos rateamos más de ochenta veces. Cuando digo ratearse hablo de estar adentro de la escuela, de tener puesto el presente y luego escaparse. Nuestra amistad se forjó al calor de esas fugas matinales, siempre él y yo solos, nadie más se animaba a ratearse tanto. Sólo dos o tres veces nos acompañaron Calchi y alguna de las Urracas, o el Turro y el Pulpo. Llegamos a irnos todos los días de la semana. Para nosotros la escuela era querida pero también angustiante. Lo bueno estaba entre nuestros compañeros; lo insoportable estaba en la opresión del claustro, en el tiempo obligatorio, en las cosas que nos enseñaban. Nos rateamos en todas sus variantes. Saltábamos el paredón atrás del Taller y nos rajábamos cada uno a su casa. O nos íbamos a la General Paz. O caminábamos por ahí. O nos quedábamos charlando sentados en el cordón de la vereda. O nos escapábamos en el primer recreo, subíamos a la casa de Pity un par de horas y volvíamos en el segundo. Esa era genial. Escaparse y volver cuando queríamos. Era como una demostración de poder frente a la escuela. Y ojo que nuestro colegio no era una institución liberal, por decirlo de algún modo, todo lo contrario, eran muy estrictos en la disciplina y el adoctrinamiento.

En la casa de él, su abuela, que no cuestionaba nuestra conducta en absoluto, nos esperaba con el desayuno listo. Era una mujer muy dulce y naturalmente amable. Christian la amaba.

Pity abría los cajones y me mostraba pastillas de todos los colores. Yo le quería poner las pilas para que no se zarpe tanto, pero no había caso. Si tenés sobre tu lengua un pequeño cartón no lo tires ni lo escupas, chupalo por favor porque en pocos minutos la psicodelia estará con vos. Pity robaba objetos muy copados. Hola Señor Kioskero, vengo en busca de su dinero, ponga las manos arriba y présteme mucha atención... En su pieza había un semáforo y varios carteles de señalización. Una vez me vendió un stereo que le había encanutado a un auto por ahí. Lo tuve mucho tiempo conectado a unos parlantes que no me acuerdo de dónde los saqué. Y bue. Pity había ensamblado en su cuarto una especie de instalación artística. Había luces conectadas por todos lados, que se encendían y apagaban al compás de la música. También tenía una calavera de mono con lucecitas rojas en los ojos, un flash. Sueño que sueño que estoy soñando y de fondo una música tipo rocanrol, sueño no sé en qué sueño que soy un electrón.

Un día, Pity agarra la guitarra y me dice Chorza, escuchá, y puntea Angie. Eran, creo, sus primeros pasos con la viola. Es increíble que ese chico de 16 años que pulsaba frente a mí aquellos sonidos precarios mientras alucinaba en su cuartito de suburbio bajo los posters de impenetrables Jaggers, Richards, terminara tocando algún día como soporte de los Stones en River Plate. Mire mire qué locura, mire mire qué emoción: esta noche toca el Pity y el año que viene tocan los Stones!

La verdad, si tenemos en cuenta la cantidad de veces que nos escapamos, las veces que nos agarraron fueron muy pocas: solamente cuatro. Descubierto el delito, al otro día entraba el preceptor y decía, con esa voz tan fina y glotal que lo caracterizaba: ¡Incardooona, Áaalvarez, a preceptoriiiía!. Siempre lo mismo, cinco amonestaciones para cada uno. Así, a fin de año llegamos a sumar veinte. Teníamos que cuidarnos.

En diciembre, en la última semana de clases, nos regalaron a todos los estudiantes un Rosario. Pity, Calchi y las Urracas bardearon mal. Rompieron los collares y se pusieron a jugar a las bolitas en el patio. Qué pibes. Todos a Dirección, ni siquiera a Preceptoría. Les pusieron cinco amonestaciones a cada uno y con eso Pity llegó a las veinticinco. Lo expulsaron y al año siguiente cursó en el Reconquista de Boedo.

Una de las que más me acuerdo de Pity en el colegio fue cuando le sacó la escalera a nuestro preceptor, que se había subido al techo para buscar una pelota de voley. ¡Áaalvarez, Áaalvarez, la escaleera, vuelva a poner las escaleeera!, gritaba el pobre tipo. Abajo Pity se burlaba de él y le decía No, con el dedo. Nos morimos de la risa. Después de un rato nos fuimos. Nunca nos enteramos cómo hizo para bajar del techo. Al día siguiente, esperábamos represalias, pero no pasó nada; el preceptor jamás mencionó el asunto.

Nuestros últimos años de Secundaria coincidieron con los comienzos de Viejas Locas, banda que no paró de crecer, gracias, entre otras cosas, al boca en boca, a la pintada en aerosol, a la infinidad de calcomanías pegadas en los colectivos.

Las anécdotas son varias y me llegan todas juntas:

Una mañana en la escuela, Pity y yo creamos una suerte de pandilla, la LBA. Decidimos entre los dos a quiénes convocaríamos. Los elegidos, los compañeros más pulentas eran las Urracas (Beto y Edgardo, dos hermanos mellizos de Lugano 1 y 2), el Turro, el Pulpo y Calchi. Tiempo después se incorporó Mumra, aunque nunca fue aceptado plenamente porque no cumplía el requisito de haber sido amonestado al menos una vez. Durante un tiempo, escribimos y pintamos los baños y las aulas con nuestra sigla: LBA, la banda.
***

Fui a muchos de los primeros recitales de Viejas Locas. En Ramos Mejía, en Constitución, en Cemento, etc. Me acompañaban amigos de Celina. Una vez fui con Tuta, otra con Ricky (primer baterista de Villanos), otra con Mariana M... Pity me dedicó temas dos veces. La primera vez (“Este tema es para Chorza”) fue en un pub –no me acuerdo el nombre- en la calle Bernardo de Yrigoyen, en Constitución. Al final de ese concierto, se armó una de las grescas más violentas que vi. Volaba todo, estallaban vidrios, los pibes –no me acuerdo por qué- se dieron a mansalva.
La segunda fue en Lugano (“Este tema es para Chorza, para Mariana y las empanadas de Humita”). Un rato antes, habíamos comido empanadas de humita en el club Riachuelo, en Celina. Pity, Mariana M., y yo.
***
Una noche, en Cemento, los punks nos acosaron. Grave equivocación. Los guachos de Piedrabuena y Celina los fajaron a piñas y cuchillazos. Vaaamos vieejas loo, vaaamos vieejas loo, vaaamos vieejas looo, vaaamos vieejas loo, vieeejas looocas es un sentimieeeento, no se expliiica, se lleva bieen adeeeentro, y por eeso te siiigo a doonde seea, vieejas looocas haasta queee meee mueeera...
***
Un sábado a la tarde en 1990 estábamos armando un partido en la cancha del colegio y nos faltaban jugadores. Nos metimos en el barrio (Piedrabuena) para buscar gente. Lo cruzamos a Pity. Hacía dos años que lo habían echado y no lo veíamos casi nunca, al menos no yo, que, como vivía en Celina, no era su vecino como otros de mis compañeros (la mayoría de Piedrabuena y Lugano). Nos acercamos: estaba re puesto, mal. Me dijo, con tristeza: Chorza, mi abuela se murió. Después agregó: Quiero conseguir la cabeza y ponerla en la mesita de luz. Yo no le dije nada, no lo tomé en serio. Pity siempre decía cosas como esas. Además estaba dado vuelta. Pero lo que me estaba contando era verdad, él quería hacer eso. Tiempo después, en una entrevista que salió publicada en Clarín, dijo:
“Yo tenía una abuela que quería mucho. Un día hicimos un pacto: Ella me pidió que cuando muriera yo hiciese un velador con su cráneo; a cambio le pedí que mandara una señal desde el más allá. Murió y yo no cumplí. Porque era menor y no me dejaban retirar sus restos. Ella sí cumplió.”
***
Una tarde vino a mi casa, en Villa Celina. Arregló un montón de cosas, incluido un ventilador que no me andaba desde hacía tiempo.

Hace años que no nos vemos.

lunes, octubre 10, 2005

Nombres de quesos

Por Violeta Kesselman

En la primaria yo tenía un compañero
que se llamaba Fontina de apellido.
Todo fue bien hasta que un día alguien llegó
con la noticia de que había un alimento,
un queso llamado Fontina,
y ése fue el fin.
El mundo estalló, para Fontina y para los demás
(no puedo decir "para nosotros").
Todo el día gritos en el patio:
"¡Fontina, Fontina! ¡Vení que te como con pan!”,
”¡Chizito!", y otras cosas por el estilo.
Se abrió la puerta a nuevas rimas, como ser
"Fontina toma cocaína", que era bastante graciosa,
y otras menos hábiles.
Con esto quiero decir: sí. Era un mundo nuevo.
Incluso para Fontina mismo fue un mundo nuevo,
que después pasó y se alejó,
con el tiempo,
cuando los niños dejaron a Fontina por otro llamado Radiche
y por una Dolores Vergara (que a su vez también se perdieron).
En ese mundo nuevo Fontina
se sentaba en la ventana,
porque no salía al patio,
y miraba los techos de las casas,
en invierno de las chimeneas salía humo,
y parecía un incendio.

domingo, octubre 09, 2005

otra de don Antonio

Por María Bayer (publicado en elcircuito)

Como te iba diciendo, mientras esperábamos a los sociólogos, don Antonio me contaba anécdotas de su trabajo. Hacía veinticinco años que era chofer y le había pasado de todo. Una tarde me contó que en una época trabajó para un diplomático. El tipo era bastante quilombero y las minas lo perdían. Casi arma un problema en la embajada por no llegar a tiempo para no sé qué ceremonial. Ya le habían dado un ultimátum. La cosa es que el diplomático se pasó de farra, iba a llegar tarde de nuevo. Se sube al auto y le dice a don Antonio: ¿llegamos a la embajada en quince? Había que atravesar toda la ciudad, era una temeridad, una locura. Don Antonio le dijo que con ese auto lo llevaba a tiempo a Alaska si era necesario y aceleró.

Iba por la avenida principal de San Salvador como si fuera una autopista. Ya cerca del centro, en una esquina pasó lo que mi papá dice que nunca hay que hacer. Iban cruzando un viejo con un pibe. El viejo avanzó y el pibito retrocedió. Error. No había tiempo para frenar, si lo intentaba siquiera podía perder el dominio del auto. Don Antonio hizo una pausa y me miró muy serio.
-Y qué hizo?, le pregunté. En eso, sentí que golpeaban la puerta de la van.

En la vereda, miraba para arriba un nene de más o menos cinco años. Tenía puestas unas medias de toalla inmaculadísimas que le llegaban a la rodilla y ojotas. Abrí la puerta y en inglés me invitó a tomar un refresco en la casa donde habían entrado los sociólogos. Me excusé como pude, yo quería saber qué había pasado con don Antonio. El nene insistió tanto que se me hizo imposible desairarlo. Yo le producía mucha intriga. El nene parecía no entender por qué una gringa hablaba un inglés tan malo como el mío. Estaba jugando con su primo con unos rastris. Mientras esperábamos, les pedí de jugar con ellos y me aceptaron con gusto. El nene de las medias era hijo de salvadoreños pero había nacido en Estados Unidos, estaba allí de vacaciones.

Parece que en El Salvador la principal exportación era de familiares. Todas las casas tenían por lo menos a alguien afuera que mandaba dólares (en ese momento ese dato me llamó la atención, estábamos todavía en la Argentina pre devaluación).

No llegué a tomarme el juguito cuando los sociólogos aparecieron desde el fondo. Mi sociólogo me miró con cara de pocos amigos. El ambiente estaba tenso. Parece que en mitad de la entrevista, la francesa peló la cámara de video y se puso a filmar las instalaciones de la fábrica de bombachas. A la dueña eso le cayó mal, se puso paranoica. Obvio, no le habían pedido permiso. Ella no sabía bien para qué era la encuesta, y ¿si le caía la DGI o como se llamara en El Salvador?

La cosa es que los echó a patadas, a mí incluida en la volteada. Ni tiempo de despedirme de mis amiguitos de las medias blancas. En la van, el jefe de los sociólogos se descargó con la francesa, que era una falta de respeto, que no podía ir así prepoteando a la gente, que nena dónde estudiaste sociología... la francesita quedó llorando.

-Que se joda, por eurocéntrica y maleducada, me dijo por lo bajo mi sociólogo. A mí me gustó porque, obvio, la francesa me caía como el orto.

Tuve que esperar hasta que concertaran una nueva entrevista para saber qué había pasado con don Antonio, el diplomático, el viejo y el pibe.

-¿Y qué pasó?, le pregunté cuando pude a don Antonio.
-En ese momento pensé: y bueno, por lo menos el viejo ya vivió...
Se hizo una pausa. Don Antonio me miró con picardía.

-Le pasé a esto, un paso menos y lo embestía. El diplomático quedó blanco como un papel pero llegar, llegamos.

Con mi sociólogo no nos peleamos ese viaje. Poco faltó, pero eso es otra historia. Otro día te cuento en qué quedó todo y lo que nos pasó a la vuelta. Pero hoy no. Estoy cansada y tengo ganas de irme a dormir.

viernes, octubre 07, 2005

La última atajada

Por Elder Silva

Los tiempos se ponen duros
y uno no tiene donde caerse un miércoles de noche.
Te sentás frente al televisor
y entonces te dicen que ha muerto Lev Yashin.
La última atajada de la araña negra.
Con un cáncer comiéndole el estómago
y una pierna amputada hace dos años, se murió
el héroe deportivo de la Unión Soviética.
El hombre al que sólo le hicieron seis goles
en veintisiete partidos cuando el Dínamo de Moscú.
El electricista que se enroló en los tres palos de
un equipo de hockey.
Veo las atajadas siempre en blanco y negro.
paró cien penales dice el periodista.
Como si dijera:
"El muchacho se comió dos docenas de peras".
Era el mejor golero del mundo.
Pero Darnauchans lloraba arriba de un taxi.
Y el chofer no entendía las lágrimas de un cantor flaco
a las nueve de la mañana.
Y no supo que apenas escuchada la noticia me fui
a vomitar al baño, como si con el alcohol que se iba
por la pileta, pudieran irse los doce años,
cuando uno también cuidaba el área chica.
Y ella y yo teníamos tanto miedo
como Yashin ante el tiro penal.


De Fotonovela-Canción de perdedores, Civiles Iletrados, Uruguay, 1996.

jueves, octubre 06, 2005

English & Fun

Por Juan Terranova

Estudié inglés toda mi vida. También estudié francés, italiano, alemán y portugués. Pero cuando estudié inglés, las que me enseñaron siempre fueron mujeres con la capacidad intelectual de una mandarina. Me hubiera gustado que fuera de otra manera pero no, fue así.

Hablo por teléfono con un amigo.
— Tengo que preparar un examen internacional de inglés.
— Ahá.
— Pero no quiero hacerlo con una mujer.
— ¿Por qué?
— Me da estrés que griten y se entusiasmen.
— Entiendo.

Me acuerdo cuando iba a la Cultural Inglesa de Pasaje El Maestro a fines de los ochentas. Yo tendría unos trece años pero ya me daba cuenta de que las profesoras que daban las clases eran, digamos, intelectualmente inferiores.
— Sos un misógino— dice mi mujer.

Puede que sí, puede que no. Nunca me enseñó un hombre. Nunca un hombre. Siempre mujeres. Un hombre sin embargo hubiera sido ideal. O al menos alguien que en los momentos en que no estábamos en clase, por ejemplo, esperando para entrar o en un recreo, hablara en español, o en idish, o en catalán, pero no en inglés. Y siempre esa falsa “frescura”, esa vocación hacia la docencia.
— Hello, how are you? How do you spent the weekend?

Una vez tuve un profesor de francés. Muy bueno. Me dio a leer escritores de África del Norte. Había nacido en Marsella, había vivido en Lima y se había casado con una mendocina en Buenos Aires. Era un poco hippie, pero sus clases me gustaban. Me acuerdo que una vez me dijo que París era una ciudad de mierda.
Hace unos días llamé a un instituto. El teléfono sonó tres veces y atendió una voz femenina.
— English & Fun, can I help you?
Corté.

Profesoras de inglés que leyeron solamente El viejo y el mar (y no lo entendieron), profesoras de inglés formadas en el Lenguas vivas, profesoras de inglés con sus listas de verbos irregulares, profesoras de inglés divorciadas, profesoras de inglés diciéndome que mi pronunciación es incorrecta. Recuerdos de la infancia que prefiero olvidar. Los libros de texto eran malos (Joe went to the bookshop), pero ellas eran peores. Hacían que los deshidratados párrafos fueran todavía más aburridos y convertían el inglés en una serie de reglas idiotas.

En las editoriales grandes de Buenos Aires las que manejan las colecciones también son mujeres. Son mejores que las profesoras de inglés, por supuesto. Si no me creen podría dar una lista.
— Me gustaría leer esa lista— me dice un amigo.
Es toda una tentación. Pero todavía me quedan algunas neuronas en sus respectivos casilleros.
— Sos un misógino— me vuelve a decir mi mujer.
Puede que sí, puede que no. Puede que sí, puede que no.

Tarjetas del protofacismo tropical

Por Luis Chavez

El arte conceptual y las anfetas
nos mantienen a la moda.
Las mujeres en la perrera,
las poetas hacen fila en la disco gay.
¿Qué tan duro será este invierno?
Los travestis en la perrera y el proletariado
que tampoco ayuda a convencernos.
¿Y si te hubiera dicho lo que callé?
Eso, seamos honestos,
es de lo único que se ocupa el cerebro
mientras observo este paisaje municipal.

Chan Marshall, Visor, Madrid, 2005.

martes, octubre 04, 2005

Tarjeta de presentación

lunes, octubre 03, 2005

Fútbol y poesía: el otro lado de las cosas

Por Horacio Fiebelkorn

Desde siempre, la calificación de "lírico", en el fútbol, procuró designar a cierto tipo de juego que jerarquiza el lujo y el buen trato a la pelota por sobre los resultados. Buscar o proteger un resultado podía trastornar la idea del juego, volverlo más o menos agrio, áspero, "defensivo", y eso no es bueno. ¿Bueno para qué? Para el espectáculo, que reclama un continuado de tacos, gambetas y chilenas, y se resiste a festejar los goles de cabeza o con pelota parada: los mira de reojo. Además, los roles son bastante fijos: los goles tienen que ser hechos por los delanteros. Que los defensores defiendan, que para eso están. Eso es, en suma, el "fútbol que le gusta a la gente", lo que se conoce como "la nuestra", tributaria de los tiempos en que los torneos se repartían entre cinco equipos grandes que se turnaban en el logro de las copas, frente a una larga lista de equipos chicos que oficiaban de sparrings.

No hay que ser muy despierto para advertir que los cultores de "la nuestra" suelen hablar de más. Si el equipo perdió 4 a 0, ¿qué cara tiene que poner el futbolista cuando su técnico le dice que, a pesar del resultado, los muchachos jugaron bien? ¿O que lo importante es respetar "una idea del juego"? ¿Por qué adornar o falsificar la realidad? ¿Por qué no decir "jugaron mal y por eso los golearon"? Puede ser incluso peor: ante un empate, quejarse de que el rival no los dejó jugar por la marca a presión, o que el alcanzapelotas era lento. Los ideólogos de la "lírica futbolística" tienen una relación por lo menos confusa con la verdad, tanto la de sus propias ideas como la de los hechos. Allí están, como muestra, las insoportables sanatas de Angel Cappa, que llega a teorizar sobre un supuesto "fútbol de izquierda" –que sería el suyo, el "lírico"- y un fútbol de derecha, utilitario y poco vistoso.

Pero el título de esta nota obliga al autor a plantear el otro aspecto del asunto, que podría formularse así: ¿mediante qué injerto intelectual se terminó llamando "lírico" al "jogo bonito"? Porque lo poético –ya que de "lírica" se habla- suele aproximarse más a un concepto resultadista y hasta bilardeano. Y no vengan con el argumento de "lo bello", sujeto a la continua discusión de la historia.

Por lo pronto, un buen poema puede equipararse a un buen equipo: se le exige equilibrio en todas las líneas, que no se descompense ni se ahogue, etc. Este control sobre el texto sólo se logra con trabajo y más trabajo: máximo de concentración durante los 90 minutos. Un talento sin trabajo puede terminar en la charca antes de tiempo. Si no, pregúntenle a Houseman. Y un buen verso es tanto mejor en cuanto la estructura y el fraseo del poema le permite lucirse: trabajo de equipo. Un buen verso convierte, hincha la red, y poco importa si está a mitad del poema, o en el final, o al comienzo: no importa si el gol es anotado por el nueve, el ocho o el tres.

Tampoco importa, si vamos al caso, el esquema de juego, el reparto de jugadores en la cancha, si es 4-3-3 o 3-4-1-2 o 4-4-2: interesa lo que puedan producir o generar. Como tampoco es importante lo que cada poeta piense en voz alta de su obra o su planteamiento teórico, o su filiación a tal o cual corriente, etc: importan sus poemas como producto final. En suma, el resultado. Si tu idea del fútbol no se traduce en resultados, renunciá. Si tu poesía está por debajo de la estética que reclamás a los demás, mejor que te calles.

¿El fútbol que le gusta a la gente es jugar para la tribuna? Puede ser desastroso un taco fallido en el área propia, o una gambeta de más, o una brutalidad innecesaria contra un rival, so pretexto de lograr la adhesión de una popular que festeja gestos aguerridos.
Jugar para la tribuna suele tener efectos patéticos, en fútbol y en poesía. Vean, si no, lo que ocurre, cuando algún poeta busca el agasajo veloz de la audiencia: el militante de las buenas causas procura conmover con sus consignas, el/la sexuamente ambiguo/a claudica ante el afán de histeria de su ambiguo público, el realista social regala guiños chabones. Por jugar para la tribuna no hacen su trabajo, y estropean lo bueno que podrían dar.

¿Está mal jugar al borde del reglamento? Eso le achacaban al escasamente lírico Estudiantes de Zubeldía. Pero no hay un solo buen poeta que no juegue al borde del reglamento, o incluso que no lo vulnere.

No se sabe, en fin, de qué hablan los que dicen que el "fútbol bonito" es "lírico". Porque la buena poesía es resultado del trabajo continuo, que permite que la creatividad siga sorprendiendo. Y por si hace falta aclararlo, no hay amistosos posibles: cada partido es a muerte.

domingo, octubre 02, 2005

La Rana mediterránea

Acaba de salir el primer número de La Rana-formas de la narración, publicación cordobesa dirigida por Hernán Arias, coeditada con Julián Aubrit y Ignacio Barbeito. Trae reseñas de cine, un cuestionario a Carlos Gazzera, una cuento inédito de Nathaniel Hawthorne y artículos críticos sobre Gombrowicz, Bernhard y Vargas Llosa.

Resalta una entrevista a Harold Bloom donde el crítico canónico responde sobre Roberto Arlt y Juan José Saer. El diseño es sobrio y acertado y desde esta remisería les deseamos toda la cotinuidad del mundo. Sale apenas 4 pesos.

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