La máquina idiota
Por Juan Terranova
Cuando salió mi primera novela, mi editora me pidió que la autografiara para mandársela a un tipo que tenía un programa de cable. No era un mal programa de cable. Era todo lo bueno que un programa de cable puede ser. Quizás demasiado serio. Reseñaban libros, hablaban con los autores, dictaban opiniones políticas. Cuando hablaban de política el programa se volvía especialmente malo, pero lo demás se sostenía. Visto desde ahora, pienso que quizás me hubiera convenido más aceptar ir a lo de Susana. Pero Susana no me había invitado.
Un amigo me convenció de que valía la pena ir.
— ¿Estás seguro?
— Sí— me dijo él—, ¿qué puede pasar?
Me llamaron de la producción, una mujer joven con voz seductora.
— Su libro me pareció “ex-ce-len-te”— dijo.
Le creí. ¿Por qué no? El asunto estaba más que confirmado cuando la rubia volvió llamar. Me la imaginaba rubia, hablaba como rubia. No voy a dar el nombre del anfitrión del programa. No vale la pena.
— El señor X quiere saber si lo que pone en las páginas X, X, X y X es verdad— me preguntó la rubia.
— ¿Verdad cómo?— pregunté yo.
— Si pasó o no pasó— dijo ella.
— Ah— dije yo—, sí, todo es verdad.
Mi novela estaba llena de historias extrañas que habían salido en los diarios. Un hombre que se muere y pasa años adelante de la televisión, un tipo que erra un penal y lo matan, y así. Pero no fue suficiente. Y entonces la rubia volvió a llamar.
— El señor X me volvió a preguntar— dijo.
— ¿Qué volvió a preguntar?
— Si lo que se cuenta en las páginas X, X, X y X es verdad.
Me la imaginé en ropa interior.
El día que tenía que ir al programa llamó directamente el señor X. Eran las ocho y media de la mañana. Yo estaba durmiendo y el tipo estaba obsesionado.
— Estoy muy contento de que venga.
— Claro —dije yo.
— Nuestro programa es muy prestigioso.
— Por supuesto.
Pero entonces preguntó.
— Dígame, ¿lo de las páginas X, X, X y X es verdad?
Hicimos la rutina del verdad o no verdad y verdad cómo o de qué manera una par de veces más. Yo no había tenido una buena semana y estaba dormido. Mi meca no era ese programa de cable. Quizás otros programas de cable sí, pero ese no.
— Si esto que se dice no es verdad— me apuró X cuando empezó a perder la paciencia—, no podemos salir al aire.
Me lo imaginé metiéndose pedazos de vidrio de botella por el ano. Encerrándose en su oficina privada y haciendo eso en vez de trincarse a la rubia. En mi cabeza, la sangre fluía de un color oscuro. Lo intentó una vez más.
— Bueno, dígame que es verdad.
— Le digo que es verdad.
— Pero, ¿ocurrió realmente?
El tipo se había salteado el ochenta por ciento de la literatura y el periodismo universal. De repente lo sentí presionado por sí mismo, infeliz, solo. No se metía vidrio en el orto. No tenía suficiente coraje y creatividad para hacer eso. Apenas si podía con su programa de cable. Se agarraba a su programa de cable como un náufrago. Creo que de hecho perdió el programa a los pocos meses. A veces pasa. No llegué a insultarlo. Pero, por supuesto, la entrevista no se hizo.
Después me invitaron a una radio. Eran tres conductores que casi se peleaban por hablar. Y también había una chica pintándose las uñas de los pies. Nadie había leído nada de lo que yo había escrito. No digo ya un libro, ni siquiera me habían buscado con el Google. Uno intentó presentarme y dijo algo así como “Ahora, vamos a hablar de la fantasía, de la imaginación, tenemos con nosotros a un joven escritor argentino” y así.
Me hicieron una par de preguntas absurdas.
— Escribir es muy difícil —dije yo.
Creo que es verdad.
Y después, otro programa de radio, a la mañana. Pero en este pasaban música y había una solo locutor que me trato con respeto y se interesó por lo que dije. Tampoco había leído nada pero por lo menos era educado.
Ese mismo día, más tarde, un amigo pasó por casa. Quería mi opinión sobre una serie que está escribiendo. Durante un tiempo trató de escribir novelas, y cuando había empezado a lograr algunas cosas, consiguió trabajo como guionista para la televisión. Supongo que para escribir novelas se necesita paciencia.
— Vamos a hacer un piloto. Hay gente interesada—dijo.
Me contó la idea de una miniserie con un superhéroe argentino, de día trabajaba en una oficina, de noche, era una especie de Batman atolondrado. Me hacía doler un poco la cabeza.
— Para el título habíamos pensado en La máquina blanda pero ya está registrado.
— Ese es un buen título —dije yo.
— Sí, La máquina blanda es bueno, pero ahora tenemos que buscar otro.
— Está La máquina de follar...— señalé.
— Ese también es bueno —dijo él—. Lástima la traducción.
— A mí me gusta.
Nos quedamos en silencio.
— La máquina del tiempo, La máquina de pensar en Gladis.
— Hay muchas máquinas.
— Sí— dije yo— algunas.
Apareció mi mujer y nos ofreció café. Aceptamos. Nos trajo dos tazas.
— ¿Por qué no le ponen La máquina idiota?— le sugerí.
Él se quedó pensando y mientras tanto yo me imaginé a mí mismo escribiendo para la televisión. Me imaginé el dinero, las cámaras, los actores, me imaginé el grupo de escritores reunidos alrededor de una mesa tratando de ponerse de acuerdo, comiendo masitas, discutiendo por qué tal personaje debía hacer tal cosa. Era una sueño perverso. Atractivo y perverso. ¿Por qué no?
— No es malo, no es malo— dijo mi amigo.
— La máquina idiota— volví a repetir yo.
— Creo que es hasta muy bueno.
— Podría funcionar.
Terminamos el café y lo acompañé hasta la puerta. Parecía feliz.
Octubre del 2005
Un amigo me convenció de que valía la pena ir.
— ¿Estás seguro?
— Sí— me dijo él—, ¿qué puede pasar?
Me llamaron de la producción, una mujer joven con voz seductora.
— Su libro me pareció “ex-ce-len-te”— dijo.
Le creí. ¿Por qué no? El asunto estaba más que confirmado cuando la rubia volvió llamar. Me la imaginaba rubia, hablaba como rubia. No voy a dar el nombre del anfitrión del programa. No vale la pena.
— El señor X quiere saber si lo que pone en las páginas X, X, X y X es verdad— me preguntó la rubia.
— ¿Verdad cómo?— pregunté yo.
— Si pasó o no pasó— dijo ella.
— Ah— dije yo—, sí, todo es verdad.
Mi novela estaba llena de historias extrañas que habían salido en los diarios. Un hombre que se muere y pasa años adelante de la televisión, un tipo que erra un penal y lo matan, y así. Pero no fue suficiente. Y entonces la rubia volvió a llamar.
— El señor X me volvió a preguntar— dijo.
— ¿Qué volvió a preguntar?
— Si lo que se cuenta en las páginas X, X, X y X es verdad.
Me la imaginé en ropa interior.
El día que tenía que ir al programa llamó directamente el señor X. Eran las ocho y media de la mañana. Yo estaba durmiendo y el tipo estaba obsesionado.
— Estoy muy contento de que venga.
— Claro —dije yo.
— Nuestro programa es muy prestigioso.
— Por supuesto.
Pero entonces preguntó.
— Dígame, ¿lo de las páginas X, X, X y X es verdad?
Hicimos la rutina del verdad o no verdad y verdad cómo o de qué manera una par de veces más. Yo no había tenido una buena semana y estaba dormido. Mi meca no era ese programa de cable. Quizás otros programas de cable sí, pero ese no.
— Si esto que se dice no es verdad— me apuró X cuando empezó a perder la paciencia—, no podemos salir al aire.
Me lo imaginé metiéndose pedazos de vidrio de botella por el ano. Encerrándose en su oficina privada y haciendo eso en vez de trincarse a la rubia. En mi cabeza, la sangre fluía de un color oscuro. Lo intentó una vez más.
— Bueno, dígame que es verdad.
— Le digo que es verdad.
— Pero, ¿ocurrió realmente?
El tipo se había salteado el ochenta por ciento de la literatura y el periodismo universal. De repente lo sentí presionado por sí mismo, infeliz, solo. No se metía vidrio en el orto. No tenía suficiente coraje y creatividad para hacer eso. Apenas si podía con su programa de cable. Se agarraba a su programa de cable como un náufrago. Creo que de hecho perdió el programa a los pocos meses. A veces pasa. No llegué a insultarlo. Pero, por supuesto, la entrevista no se hizo.
Después me invitaron a una radio. Eran tres conductores que casi se peleaban por hablar. Y también había una chica pintándose las uñas de los pies. Nadie había leído nada de lo que yo había escrito. No digo ya un libro, ni siquiera me habían buscado con el Google. Uno intentó presentarme y dijo algo así como “Ahora, vamos a hablar de la fantasía, de la imaginación, tenemos con nosotros a un joven escritor argentino” y así.
Me hicieron una par de preguntas absurdas.
— Escribir es muy difícil —dije yo.
Creo que es verdad.
Y después, otro programa de radio, a la mañana. Pero en este pasaban música y había una solo locutor que me trato con respeto y se interesó por lo que dije. Tampoco había leído nada pero por lo menos era educado.
Ese mismo día, más tarde, un amigo pasó por casa. Quería mi opinión sobre una serie que está escribiendo. Durante un tiempo trató de escribir novelas, y cuando había empezado a lograr algunas cosas, consiguió trabajo como guionista para la televisión. Supongo que para escribir novelas se necesita paciencia.
— Vamos a hacer un piloto. Hay gente interesada—dijo.
Me contó la idea de una miniserie con un superhéroe argentino, de día trabajaba en una oficina, de noche, era una especie de Batman atolondrado. Me hacía doler un poco la cabeza.
— Para el título habíamos pensado en La máquina blanda pero ya está registrado.
— Ese es un buen título —dije yo.
— Sí, La máquina blanda es bueno, pero ahora tenemos que buscar otro.
— Está La máquina de follar...— señalé.
— Ese también es bueno —dijo él—. Lástima la traducción.
— A mí me gusta.
Nos quedamos en silencio.
— La máquina del tiempo, La máquina de pensar en Gladis.
— Hay muchas máquinas.
— Sí— dije yo— algunas.
Apareció mi mujer y nos ofreció café. Aceptamos. Nos trajo dos tazas.
— ¿Por qué no le ponen La máquina idiota?— le sugerí.
Él se quedó pensando y mientras tanto yo me imaginé a mí mismo escribiendo para la televisión. Me imaginé el dinero, las cámaras, los actores, me imaginé el grupo de escritores reunidos alrededor de una mesa tratando de ponerse de acuerdo, comiendo masitas, discutiendo por qué tal personaje debía hacer tal cosa. Era una sueño perverso. Atractivo y perverso. ¿Por qué no?
— No es malo, no es malo— dijo mi amigo.
— La máquina idiota— volví a repetir yo.
— Creo que es hasta muy bueno.
— Podría funcionar.
Terminamos el café y lo acompañé hasta la puerta. Parecía feliz.
Octubre del 2005
14 Comments:
Terranova es un boludo y todo lo que escribe es una mierda.
buenísimo, terra
Sí, a mí también me gustó, no le des bola a la gilada.
Muy bueno.Tambien esta la maquina de asesinar de leroux y la maquina de leer pensamientos de andre maurois.Ah, y la maquina de hacer pajaros.
y la máquina de hayer paraguayitos.
aguante terranova!
"hacer" paraguayitos, perdón
Gracias por sus máquinas. Serán agregadas en su momento al texto. Saludos.
Viejo, te faltó la máquina más importante de la historia de la humanidad: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau.
a cháves le gusta el texto porque parece traducido del inglés ...
Pará, Punket, eso es Cultura Alta, y yo soy un escritor mediocre...
ya se sabe: traducir es un acto más civilizado que el de escribir
Sí, pero Terranova no es lo más civil que conozco...
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Regards,
Charles
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