El ahorcado
por Juan Diego Incardona.
Me acuerdo que llovía, no, más bien garuaba. Corría 1982 y estábamos en plena guerra. En el colegio todo estaba embanderado. Nosotros con escarapelas. Mi hermana María Laura había ganado en su salita una tortuga que se llamaba Argentina. Todavía muerde los pies en la casa de mi familia. En otra salita había una tortuga que se llamaba Malvina. En otra Soledad. A todas las sortearon. Mi hermana traía a Argentina, que era muy chiquita, en una caja de zapatos. Yo tenía una radio que me había regalado mi abuelo y que había llevado al colegio para escuchar información sobre lo que estaba pasando en las Malvinas. Estaba obsesionado. Era chico pero la guerra me fascinaba. En casa, los soldaditos luchaban en la pieza o se disputaban baldosas entre las macetas del patio. Mis recuerdos son confusos. Estaba la guerra y la escuela. Estaba mi hermana, estaba yo, estaban otros chicos en la parada del colectivo, esperando el 28 o el 21 en el puente Chicago en Mataderos, sobre la General Paz debajo de la Avenida de los Corrales. Era otoño, no me acuerdo bien qué mes. Oscurecía rápidamente. Parece un pozo de sombras la noche y garúa, se acentúa la garúa en la memoria ahora que vuelvo, al puente y a la loma del costado donde nos tirábamos con mi hermana para rodar y reírnos interminablemente. Dejamos pasar dos colectivos que venían llenos porque era imposible subir. La lluvia se hacía más intensa, creo. Vino un 28. Subimos. Dos escolares. Era un día especial, con detalles para el futuro, para este relato. Llegando a Crovara, una frenada fuerte, un golpe. Era la primera vez que estaba en un choque. Varios pasajeros quedaron despatarrados en el pasillo. Mi hermana entre ellos. La levanté. Empezó a llorar, pero estaba bien. ¡Argentina! ¡Argentina!, me decía, desesperada. La caja estaba tirada debajo de un asiento, abierta. La tortuguita ensayaba sus primeros pasos en medio del desconcierto, que ignoraba. Volví a meterla en la caja y se la di a María Laura, que de a poco se calmó. Los pasajeros volvían a ponerse de pie. El chofer tenía bigotes, estoy seguro. Yo me golpeé la frente con un fierro. Tenía un chichón. Del lado derecho. Después de un rato, arrancamos otra vez y seguimos viaje. Pasamos el barrio Piedrabuena, después Madero, hasta que por fin llegamos a Chilavert y nos bajamos.
Hacia atrás el día se vuelve nocturno tras su manto de neblinas y rocío helado. Generalmente caminábamos las diez cuadras hasta nuestra casa, en Ugarte y Giribone, pero a veces esperábamos el 143, o el 36, como en esta oportunidad fría, oscura, de noche otoñal cada vez más cerrada y desolada. Nuestra madre estaría preocupada. María Laura lloraba por momentos y recordaba el choque. Los colectivos no venían más. Para distraer a mi hermanita se me ocurrió prender la radio. Hablaban de la guerra. Combaten en las Georgias soldados heroicos de la Patria.
Por suerte un 143 asomó la nariz por Avenida Cruz, en Lugano, al otro lado de la General Paz. Dio la media vuelta por Chilavert y nos levantó. El chofer nos dejó pasar sin pagar. Esta vez no tuvimos problemas. San Pedrito derecho, llegamos a Olavarría. Nos paramos y tocamos el timbre. Antes de bajar, pudimos ver el amontonamiento de gente. Qué pasa, me preguntó mi hermana. No sé, ni idea. Nos bajamos. Frente a nosotros, un grupo bastante numeroso rodeaba el Tanque de Celina. A ver. Cruzamos la calle y nos acercamos. Nos metimos entre la gente hasta que llegamos a la parte de adelante. Allí lo vimos. Es una estampa en mi cabeza: del árbol viejo junto al Tanque cuelga un bulto pesado, oscilante.
Nadie podía tocarlo. Esperaban a un juez o algo así. Como Galileo observando las arañas en la catedral de Pisa, ahora lo sé, nosotros, ojos vírgenes, veíamos el balanceo del péndulo en aquél, nuestro primer muerto. Ahhh, gritó mi hermana. Le tapé los ojos. Yo no pude dejar de mirarlo: su figura recortando el aire, su cuerpo modificando ese paisaje para siempre, aunque fue sólo un momento breve, rodeado de gente pero tan solo, repleto de miradas pero tan solo como un pájaro que vuela en la noche.
En los años posteriores se tejieron toda clase de historias acerca del ahorcado del Tanque: que vivía en la calle Caaguazú, que su hijo había muerto en las Malvinas, que era su hijo único, que no pudo tolerarlo.
Después de un rato volvimos a casa.
Me acuerdo que llovía, no, más bien garuaba. 1982 pendular que se balancea, que va y viene hacia mí, de mí. Malvinas y Villa Celina. Un cuerpo abandonado al frío, libre de vos, pero no de mí. No de mí.
5 Comments:
leído a las 4 p.m. hora de san josé. en una tarde también pendular.
bien Juan, siempre bien.
Juan, me dormís
Mi amiga dice: Juan, me duerme y yo: Juan, me dormís.
muy buen juan.
que los dos amiguitos se vayan a bailar y a leer a dani umpi si quieren divertirse.
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