Biografía miope
Por Federico Levín
En esta pizzería, en esta misma mesa, a la edad de ocho años me descubrí miope.
Pasaron quince años. Y este lugar, que se llamaba “La guitarrita”, y ostentaba el sobrenombre de “la pizzería de Pontoni y Boyé”, ha reducido su nombre a “La Pizzería de Boyé”. Pontoni fue un jugador de Ñuls. Boyé, claro, jugaba en Boca.
Mi padre me señaló un póster en la pared; yo era demasiado chico para conocer todos los matices de su cara, pero luego de un par de insistencias advertí que, al señalarme el póster, su cara era de complicidad. Miré el póster, una foto borrosa en la que alcanzaba a percibir un escenario futbolístico. Eso no me decía nada, dado que las paredes estaban, hace quince años y siguen estando ahora mismo, tapizadas de pósters de fútbol. Ante mi indiferencia mi padre comenzó a ponerse nervioso, áspero- esa cara sí la conocía. Antes de que el malentendido derivara en su cólera, me bajé de la silla y caminé cuatro, cinco, seis pasos hasta detenerme frente al póster. "Newell’s Campeón 1987/88”. Arriba: Basualdo, Scoponi, Theiler, Pautasso, Martino, Sensini. Abajo: Llop, Almirón, Alfaro, Balbo y Rossi.
Ya era de Ñuls cuando me descubrí miope.
Me corrijo: no me descubrí miope, sino que dejé de descubrir determinada cosa, un póster. Recién después entendí eso como algo ligado a mi ser: soy miope.
Al día siguiente mis padres me llevaron al oculista.
No es fácil usar antojos a los ocho años.
El mozo, el anciano desgarbado que se desliza entre las mesas como un espectro- sin tocar el suelo- no es sordo. Simplemente olvida. Sus oídos no tienen problemas a la hora de sentir las palabras, pero apenas después su memoria se encarga de eliminarlas. Viendo las reacciones de las mesas vecinas supongo que esta característica del mozo es aprobada y defendida por los habitués de la pizzería.
Una noche, en mis primeras vacaciones de miope, tuve un problema. No podía dormir. Tenía miedo. Algo más que miedo. O distinto. Sin saber por qué, decidí despertar a mi padre. Abrió la puerta de su cuarto y me miró la cara. Esperá, me dijo, y volvió a la oscuridad de la que venía. Reapareció vestido y pasamos al living. Nos sentamos en unos sillones cómodos. El abrió una botella de Whisky.
Nunca habíamos conversado, nunca los dos solos. No sabía qué decirle, ni para qué. Recordé que, antes de intentar dormir, había estado leyendo un libro que él me había pasado. “Los amores difíciles”, de Italo Calvino. ¿Cuál leíste? Me interrogó. Se lo conté.
El personaje, Amilcare Carruga, decide volver, de visita, al pueblo de su infancia. Usa una gafas enormes. (“¿Por qué?”). Si usaba gafas pequeñas y modernas se sentía, al verse en el espejo, como un hombre de gafas. Otra persona. En cambio, esas gafas gigantes demostraban que Amilcare era un tipo normal, pero que, por determinadas razones, estaba llevando gafas.
El tema es que Amilcare viaja al pueblo de su infancia. Caminando por la peatonal, recién llegado, comienza a divisar gente conocida, y a ver cómo el tiempo los ha cambiado a todos. Amilcare saluda, pero nadie lo reconoce detrás de las gafas. Se angustia y decide, para realizar el mismo recorrido pero en sentido contrario, quitarse las gafas. Así es que pasa a ser saludado por muchísimas personas que no alcanza a reconocer.
Hablamos.
Cuando terminamos de hablar, mi viejo se había tomado la botella entera. Y ya no era de noche.
El mozo trae una pizza mediana de calabresa. Mi novia me sirve un vaso de cerveza y sonríe. “Tenés que pasarme ese cuento”, me dice. Le prometo que lo haré.
Ñuls dejó de salir campeón y yo dejé de usar anteojos. En la secundaria me pasé a los lentes de contacto.
A los dieciocho dejé de ser miope: me operé- mioperé, pronuncio, y mi novia ríe y el mozo olvida y se lleva la pizza de calabresa que nadie pidió. Así es como una operación borra las huellas y hay que empezar de nuevo. Dejé de ser miope- dejé de ser ese.
La operación de la miopía es técnicamente sencilla. Técnicamente.
Me operaron primero un ojo y a la semana siguiente el otro.
Durante la semana previa a la primera operación tuve que dejar de usar el lente en el ojo que sería operado. Estuve esa semana viendo a medias. La sensación era rara, pero no dejaba de ser algo natural: mi ojo derecho veía a través de un implemento técnico, el lente, y el izquierdo no.
No voy a describir ni relatar la operación. Pero voy a definirla como escalofriante. Y técnicamente sencilla. Una pesadilla breve.
Luego me tuve que sacar el lente del ojo derecho. La misma sensación extraña de ver a medias, pero ahora provocada de un modo sobrenatural: los dos ojos eran míos, estaban desnudos; uno veía, el otro no.
Tuve que desoír el consejo de guardar reposo durante esa semana intermedia. Un par de días después de la primera operación un amigo pasó por casa a la tarde y salimos a pasear por el barrio. Fumamos un porro. Uno solo. Caminamos un par de horas- cada tantos pasos debía sostenerme agarrándome de él, dado que la vista a medias me hacía perder el equilibrio. Ya había oscurecido cuando decidimos ir a algún bar a tomar algo. Caminamos un largo rato más, sin decidir a qué bar entrar. Íbamos por Cabildo y divisé uno de la mano de enfrente. Lo señalé. Era un lavadero de autos que tenía un bar en el primer piso. Debía ser barato y las ventanas daban a la calle- eso fue lo que señalé.
Cruzamos Cabildo.
Nos sentamos en la mesa que daba a la ventana. Mire hacia fuera. Entonces vi.
Con la vista partida, incompleta, con los ojos desnudos en contradicción, vi:
cruzando Cabildo venían dos, mi amigo y yo, señalando la ventana del bar.
Volví a mi casa y desperté a mi viejo. Hablamos.
Esta vez el whisky lo tomamos entre los dos.
Pedimos otra. Mi novia no deja de sonreír. Me dice que es una anécdota linda, lástima que me haya costado tanto. Salud.
Ahora veo todo.
Le señalo el póster que me descubrió miope. Pero no puedo verlo. Ella tampoco.
Donde estaba el póster de “Newell’s campeón” hay ahora uno de Tevez gritando un gol.
La miopía es el tiempo y no se opera.
Pasaron quince años. Y este lugar, que se llamaba “La guitarrita”, y ostentaba el sobrenombre de “la pizzería de Pontoni y Boyé”, ha reducido su nombre a “La Pizzería de Boyé”. Pontoni fue un jugador de Ñuls. Boyé, claro, jugaba en Boca.
Mi padre me señaló un póster en la pared; yo era demasiado chico para conocer todos los matices de su cara, pero luego de un par de insistencias advertí que, al señalarme el póster, su cara era de complicidad. Miré el póster, una foto borrosa en la que alcanzaba a percibir un escenario futbolístico. Eso no me decía nada, dado que las paredes estaban, hace quince años y siguen estando ahora mismo, tapizadas de pósters de fútbol. Ante mi indiferencia mi padre comenzó a ponerse nervioso, áspero- esa cara sí la conocía. Antes de que el malentendido derivara en su cólera, me bajé de la silla y caminé cuatro, cinco, seis pasos hasta detenerme frente al póster. "Newell’s Campeón 1987/88”. Arriba: Basualdo, Scoponi, Theiler, Pautasso, Martino, Sensini. Abajo: Llop, Almirón, Alfaro, Balbo y Rossi.
Ya era de Ñuls cuando me descubrí miope.
Me corrijo: no me descubrí miope, sino que dejé de descubrir determinada cosa, un póster. Recién después entendí eso como algo ligado a mi ser: soy miope.
Al día siguiente mis padres me llevaron al oculista.
No es fácil usar antojos a los ocho años.
El mozo, el anciano desgarbado que se desliza entre las mesas como un espectro- sin tocar el suelo- no es sordo. Simplemente olvida. Sus oídos no tienen problemas a la hora de sentir las palabras, pero apenas después su memoria se encarga de eliminarlas. Viendo las reacciones de las mesas vecinas supongo que esta característica del mozo es aprobada y defendida por los habitués de la pizzería.
Una noche, en mis primeras vacaciones de miope, tuve un problema. No podía dormir. Tenía miedo. Algo más que miedo. O distinto. Sin saber por qué, decidí despertar a mi padre. Abrió la puerta de su cuarto y me miró la cara. Esperá, me dijo, y volvió a la oscuridad de la que venía. Reapareció vestido y pasamos al living. Nos sentamos en unos sillones cómodos. El abrió una botella de Whisky.
Nunca habíamos conversado, nunca los dos solos. No sabía qué decirle, ni para qué. Recordé que, antes de intentar dormir, había estado leyendo un libro que él me había pasado. “Los amores difíciles”, de Italo Calvino. ¿Cuál leíste? Me interrogó. Se lo conté.
El personaje, Amilcare Carruga, decide volver, de visita, al pueblo de su infancia. Usa una gafas enormes. (“¿Por qué?”). Si usaba gafas pequeñas y modernas se sentía, al verse en el espejo, como un hombre de gafas. Otra persona. En cambio, esas gafas gigantes demostraban que Amilcare era un tipo normal, pero que, por determinadas razones, estaba llevando gafas.
El tema es que Amilcare viaja al pueblo de su infancia. Caminando por la peatonal, recién llegado, comienza a divisar gente conocida, y a ver cómo el tiempo los ha cambiado a todos. Amilcare saluda, pero nadie lo reconoce detrás de las gafas. Se angustia y decide, para realizar el mismo recorrido pero en sentido contrario, quitarse las gafas. Así es que pasa a ser saludado por muchísimas personas que no alcanza a reconocer.
Hablamos.
Cuando terminamos de hablar, mi viejo se había tomado la botella entera. Y ya no era de noche.
El mozo trae una pizza mediana de calabresa. Mi novia me sirve un vaso de cerveza y sonríe. “Tenés que pasarme ese cuento”, me dice. Le prometo que lo haré.
Ñuls dejó de salir campeón y yo dejé de usar anteojos. En la secundaria me pasé a los lentes de contacto.
A los dieciocho dejé de ser miope: me operé- mioperé, pronuncio, y mi novia ríe y el mozo olvida y se lleva la pizza de calabresa que nadie pidió. Así es como una operación borra las huellas y hay que empezar de nuevo. Dejé de ser miope- dejé de ser ese.
La operación de la miopía es técnicamente sencilla. Técnicamente.
Me operaron primero un ojo y a la semana siguiente el otro.
Durante la semana previa a la primera operación tuve que dejar de usar el lente en el ojo que sería operado. Estuve esa semana viendo a medias. La sensación era rara, pero no dejaba de ser algo natural: mi ojo derecho veía a través de un implemento técnico, el lente, y el izquierdo no.
No voy a describir ni relatar la operación. Pero voy a definirla como escalofriante. Y técnicamente sencilla. Una pesadilla breve.
Luego me tuve que sacar el lente del ojo derecho. La misma sensación extraña de ver a medias, pero ahora provocada de un modo sobrenatural: los dos ojos eran míos, estaban desnudos; uno veía, el otro no.
Tuve que desoír el consejo de guardar reposo durante esa semana intermedia. Un par de días después de la primera operación un amigo pasó por casa a la tarde y salimos a pasear por el barrio. Fumamos un porro. Uno solo. Caminamos un par de horas- cada tantos pasos debía sostenerme agarrándome de él, dado que la vista a medias me hacía perder el equilibrio. Ya había oscurecido cuando decidimos ir a algún bar a tomar algo. Caminamos un largo rato más, sin decidir a qué bar entrar. Íbamos por Cabildo y divisé uno de la mano de enfrente. Lo señalé. Era un lavadero de autos que tenía un bar en el primer piso. Debía ser barato y las ventanas daban a la calle- eso fue lo que señalé.
Cruzamos Cabildo.
Nos sentamos en la mesa que daba a la ventana. Mire hacia fuera. Entonces vi.
Con la vista partida, incompleta, con los ojos desnudos en contradicción, vi:
cruzando Cabildo venían dos, mi amigo y yo, señalando la ventana del bar.
Volví a mi casa y desperté a mi viejo. Hablamos.
Esta vez el whisky lo tomamos entre los dos.
Pedimos otra. Mi novia no deja de sonreír. Me dice que es una anécdota linda, lástima que me haya costado tanto. Salud.
Ahora veo todo.
Le señalo el póster que me descubrió miope. Pero no puedo verlo. Ella tampoco.
Donde estaba el póster de “Newell’s campeón” hay ahora uno de Tevez gritando un gol.
La miopía es el tiempo y no se opera.
12 Comments:
muy bueno, levín! el momento exacto en que se descubrió miope.
y después el momento raro en que un ojo, desfazado, ve el pasado reciente, de hace dos minutos.
Tus ojos deben ser claros, Levín, muy claros.
Me pareció todo muy acertado. Decime, hay cosas tuyas por ahí disponibles?
Ahhh, y tu voz: ronca. Buen, me agarró la vidente. No siempre falla.
Saludos.
Me quedé pensando una cosa, es que me comí la de "no me gusta la redundancia" o algo por el estilo, eso, que lo leí en tus moscas. Muy torpe de mí parte, pero irrevocable. Entonces,y más allá de eso, ¿cómo es esto de "La miopía es el tiempo y no se opera"?
Mirá que lo digo con el mejor de los tonos, pero no entiendo la razón de ser de ese chán-chán.
Vocación de grandes frases.
Como que chirría. Como que te servís el último whisky mientras la decís. Quizás a tu voz ronca le sienten bien esas palabras, (ya que estamos de vidente), pero no a la biografía miope.
Me sigue gustando igualmente, por eso, la vocación de queja.
Muy potente, Levín.
Ahora: Ñuls volvió a salir campeón, y a vos no te caería mal un par de lentes modernos.
GRacias, Ramón.
Guadalupe: muy atinado tu comentario. Yo lo pensé, no todo lo que debería pero lo pensé. La frase final es un capricho que no se si estoy disupesto a sacrificar, tanto como decir que 'detesto las redundancias'. El recorrido que hice, la sensación de 'texto que necesita ser escrito' más allá de los errores, me llevó al final con ganas de escribir algo así, una conclusión sencilla. En fin.
Molina: gracias por recordarme el ñuls campeón. Ya será el tiempo de Olimpo. Recién nomás soñé que usaba uno de esos anteojos que decís. Triangulares de marco grueso. Jamás.
Claro que "detesto las redundancias", es la hermana de la otra...
Un gusto, Levín.
Igualmente, guadalupe.
Aclaración: los anteojos modernos con los que soné tienen marcos rectangulares, por supuesto, triangulares no he visto. Y también soñé con unos circulares de alambre que se convertían en bicicleta. En fin.
En algún lado Faulkner, decía algo así como que, (¿Popeye de Santuario?), tenia los ojos brillantes y metálicos como pequeñas rueditas de bicicleta girando. Muy linda imagen, en fin, me hiciste acordar.
Uff, que bueno.
Que buen relato, ahora paso al ser egoista porque me identifique con muchas cosas, la guitarrita, la miopia de chico, (que todavia no me operé, Calvino y ese excelente libro de cuentos y mi padre al que perdi cuando tenia 4 años y no me pudo acompañar en eso momentos...
yo me crecí en el mismo barrio y en los mismos lugares. algo extraño, de vivir toda la vida en el mismo barrio, es que los lugares donde uno va con sus padres de chico, después los visita con sus amigos ... y parecen distintos. "la guirarrita" es un lugar mítico de mi infancia también, pero era "de Boyé y Pontoni", no al revés. soy hincha de Boca y, la verdad, me hubiera dolido mucho más que se vaya "Boyé" . zoabra.
pd. una vez le pregunté a la señora que atiende por qué se había ido "pontoni" del cartelito y no me quizo contestar , silenzio stampa !!!
Enjoyed a lot! Jeep wreck Gerber daisy wedding invitations Angelfire adult cartoon japanese nissan plates Propecia dosage on nissan part numbers information on wedding invitations http://www.breast-enhancement-3.info/lasik-surgery-astigmatism.html Peugeot moped parts uk accessories for 2005 nissan frontier Love shack adult toys in newport news va Craps pocket forex chart Denise austin pilates T orgy tgp http://www.depakote-8.info/hemp-canvas-jackets.html mesotherapy cellulite treatments reduction tulsa oklahoma syracuse rhinoplasty surgery +baccarat
Your write-up ρrovіdes proven helpful to me.
It’ѕ νerу іnformаtiѵe and
you're obviously extremely knowledgeable of this type. You get popped my face to numerous opinion of this topic together with intriguing, notable and sound written content.
my web site: Buy Valium
Publicar un comentario
<< Home