Me acuerdo del día en que me atropelló un auto
por Federico Levín
Me acuerdo del día en que me atropelló un auto
(Corea - Japón 2002/ Alemania 2006)
Mi amigo F. se fue una vez a vivir a España, pero ya volvió y está ahora enfrente mío. Intentamos deducir hace cuánto tiempo es que se fue, exactamente, pero las cuentas no nos cierran.
Hasta que me acuerdo del día en que me atropelló un auto.
El cálculo es así: él se fue a vivir a España, siguiendo a mi amiga B. que era su novia y vivía allá, una mañana. A la noche del mismo día, me atropelló un auto. Un enfermero me sacaba en silla de ruedas del hospital Pirovano para subirme a una ambulancia y le pregunté: "¿Llego al mundial?".
En el mundial pasado, en las vísperas del mundial del Loco Bielsa, se hablaba de lo mismo que ahora: los jugadores se lesionaban y había que ver si 'llegaban al mundial'."
Si vas a atajar, seguro que no" me contestó, rápido, el muchachito de blanco.
Así que pasaron cuatro años.
Esa mañana F. se iba. Lo fui a visitar. Nos abrazamos bastante y me regaló una remera negra con una foto de Dalí acompañada por una leyenda: "A surrealistic point of view".
Y se fue a vivir a otro lado.
Esa noche me sentí un poco inquieto. Me tomé unas cervezas con mi viejo en la cena, porque era Viernes, y quedé un poco inquieto. En media hora la inquietud tornó tristeza, soledad un poco solemne. Hice unos llamados que nadie respondió, y salí de mi casa.
Cuando no sabía a dónde ir, ni por qué, en esa época iba siempre al mismo lugar: El Viejo Belgrano, un bar que estaba, y sigue estando, en Amenabar entre Blanco Encalada y Olazabal, a la vuelta de la pizzería “La guitarrita”.
Cuando fui esa noche, la noche del día en que mi amigo F. se fue a vivir a España, yo estaba saliendo con la camarera de ahí, o algo así. Ella era la camarera, seguro, lo que no sé es si estábamos saliendo. En fin.
Llegué, con la remera de Dalí, "a surrealistic point of view", a manera de homenaje. Me sentía apto para cualquier malentendido: tenso, turbulento. Mi amigo F. debía estar volando. Me tomé una de litro, y después un par más. Unos fernets, total la camarera amante y el dueño amigo me invitaban. Eso sí: después hablaban mal de mí, porque el dueño amigo le tenía muchas pero muchas ganas a la camarera amante, que estaba bien buena. Tenía un aire, en esa época, a la artista antes conocida como Jennifer Lopez.
Quedé bastante borracho.
Se largó una de esas lluvias de mayo: una lluvia furibunda. Los habitantes rotativos de la barra ya se habían agotado, los temas de Pappo, por entonces vivo, invitaban al cierre, y las camareras, la mía y las otras, levantaban la sillas y las ponían sobre las mesas.
Ya estaban todas las sillas durmiendo su siesta nocturna de murciélagos, patas para arriba, cuando el dueño, viendo el estado en que me encontraba- borracho- se ofreció a llevarme a mi casa en auto. Yo vivía con mis viejos a doce o trece cuadras de ahí, distancia entonces incaminable. Acepté.
Se apagó Pappo, se apagaron las luces, y corrimos al auto. El dueño al volante, mi camarera amante en el asiento del que acompaña y yo atrás.
Llegamos a Cabildo y José Hernadez y el dueño me explicó que si me llevaba hasta Virrey del Pino y O' Higgins iba a tener que dar una vuelta ampulosa, tremenda, y así que si podía, si no era molestia, me dejaba ahí. Yo estaba de mal humor, el dueño se llevaba a la camarera amante, así que no quise seguir el diálogo. Me bajé.
Caminé una cuadra algo épica hasta V. Del Pino y Cabildo. Me paré a esperar que cambiara el semáforo para cruzar la avenida, con las rodillas tembleques y la lluvia de sombrero denso, hasta que me aburrí. No venía nadie de este lado, así que, con lo que después llamaría "el pedo omnipotente" para la risa de los parroquianos del Viejo Belgrano, me mandé hasta la mitad de Cabildo a esperar que terminaran de pasar los de allá.
No sé bien.
El semáforo se puso amarillo, pero el auto blanco seguía avanzando. Di un paso al frente. El auto blanco torció un poco su rumbo, no sé. Yo vi que me apuntó, pero decirlo suena poco serio. En lugar de volver atrás, caminé unos pasos más, creo. Tal vez patinó, la lluvia torrencial, mi borrachera, etcétera. Yo creo que me apuntó.
Lo que sirve decir es que no me agarró de lleno, algo debo haber hecho, no me arrastró hacia delante sino que me pegó en la cadera y me dio vuelta en el aire, en el lugar. Caí ahí mismo. Me levanté, no porque no me hubiera desmayado sino porque venían otros autos atrás, por la revancha. Vi que el auto blanco, que había ralentado, arrancaba de vuelta.
Sí, me "hizo el abandono de persona", como me dijo el policía cuando fui a declarar a la comisaría.
Me levanté y caminé hasta la vereda. No sentía la cara pero cuando me pasaba la mano la llenaba de sangre, primeros segundos.
En esa esquina solo había, refugiándose de la lluvia debajo de un toldito, cuatro chicas encantadoras. Si bien estaba a pocas cuadras de mi casa, lo único que se me ocurrió fue tomar un taxi a algún lugar. Intenté parar a algunos, pero seguían de largo. Se ve que no querían lidiar con víctimas demasiado recientes de una anécdota que podrían contar. Así que me acerqué a las chicas. Con mi mejor voz de locutor empecé a hablar, y cuando me miraron les vi una cara de miedo que no podría explicar. Les dije: "Acabo de tener un accidente... ¿podrían parar un taxi que me lleve a un hospital?"
El taxista me dijo, como primera medida, que no le manche el tapizado, me dio un trapito. Pero el tipo era uno de los buenos. Me pidió el teléfono de mi casa y me llevó al Pirovano.
Bajé del taxi y fui a la "recepción" de la guardia. Una mujer me dijo que me fuera a limpiar, que estaba lleno de sangre. Me mojé la cara en un piletón. Muchos heridos de peleas callejeras, muchos borrachos maltratadores de enfermeros. Todos hostiles, poco hospitalarios. Nadie se quería, ahí adentro. Me pusieron un delantalcito y me sentaron en el medio del pasillo. Yo temblaba y le decía cosas a los médicos que pasaban, cosas absurdas; a veces los puteaba, a veces les hacía chistes. Pocas veces me contestaban. Una enfermera bastante bonita me dijo que no podía responder lo que le estaba preguntando, pero, lo que sí, era mejor que no hablara tanto porque tenía abierto desde el labio hasta el mentón. Me callé.
Al rato llegaron mis viejos, más asustados que yo (me apuntó, fue lo primero que les dije). El taxista se había quedado llamando hasta que los despertó- debían ser la cinco de la mañana. Atendió mi hermana menor, que le dijo a mis viejos que 'Fede tuvo un accidente', y se volvió a dormir.
Mi amigo F. se enteró apenas llegó a España. M., la hermana de su novia, les dijo: "A Fede lo atropelló un auto (...) Igual, no pasó nada, está bien". F. no entiende cómo es que lo dijo en ese orden, y no al revés.
Después de la noche en el Pirovano, y una enfermera que me sacaba los pedazos de diente incrustados en los labios y decía "...mi turno termina a las seis... estés como estés, yo me voy"; después de eso (el taxista pidió saludarme antes de volver a dormir a su casa) me trasladaron al Sanatorio Mitre, y fueron unos días en observación hasta que volví a mi casa.
Cuando el auto blanco me apuntó, cuando me di cuenta de que ya no había frenado, pensé que tenía algo para contar. Lo juro.
Ese cinco de junio a la madrugada, mientras festejaba mi cumpleaños con un yeso en el brazo derecho, la selección de Bielsa perdió contra Inglaterra.
La remera de Dalí pasó a ser algo así como una "cábala probabilística". Si ya me había atropellado un auto, era muy pero muy poco probable que volviera a pasarme algo malo llevándola.
Mi amigo F. volvió dos años y medio después, un doce de diciembre. Ese día, fui a la cancha a ver a Ñuls contra Independiente. Llevé la remera de Dalí, como cábala probabilística.
Perdimos, pero como Velez empató contra Arsenal, salimos campeones.Una desgracia con suerte.
Me acuerdo del día en que me atropelló un auto
(Corea - Japón 2002/ Alemania 2006)
Mi amigo F. se fue una vez a vivir a España, pero ya volvió y está ahora enfrente mío. Intentamos deducir hace cuánto tiempo es que se fue, exactamente, pero las cuentas no nos cierran.
Hasta que me acuerdo del día en que me atropelló un auto.
El cálculo es así: él se fue a vivir a España, siguiendo a mi amiga B. que era su novia y vivía allá, una mañana. A la noche del mismo día, me atropelló un auto. Un enfermero me sacaba en silla de ruedas del hospital Pirovano para subirme a una ambulancia y le pregunté: "¿Llego al mundial?".
En el mundial pasado, en las vísperas del mundial del Loco Bielsa, se hablaba de lo mismo que ahora: los jugadores se lesionaban y había que ver si 'llegaban al mundial'."
Si vas a atajar, seguro que no" me contestó, rápido, el muchachito de blanco.
Así que pasaron cuatro años.
Esa mañana F. se iba. Lo fui a visitar. Nos abrazamos bastante y me regaló una remera negra con una foto de Dalí acompañada por una leyenda: "A surrealistic point of view".
Y se fue a vivir a otro lado.
Esa noche me sentí un poco inquieto. Me tomé unas cervezas con mi viejo en la cena, porque era Viernes, y quedé un poco inquieto. En media hora la inquietud tornó tristeza, soledad un poco solemne. Hice unos llamados que nadie respondió, y salí de mi casa.
Cuando no sabía a dónde ir, ni por qué, en esa época iba siempre al mismo lugar: El Viejo Belgrano, un bar que estaba, y sigue estando, en Amenabar entre Blanco Encalada y Olazabal, a la vuelta de la pizzería “La guitarrita”.
Cuando fui esa noche, la noche del día en que mi amigo F. se fue a vivir a España, yo estaba saliendo con la camarera de ahí, o algo así. Ella era la camarera, seguro, lo que no sé es si estábamos saliendo. En fin.
Llegué, con la remera de Dalí, "a surrealistic point of view", a manera de homenaje. Me sentía apto para cualquier malentendido: tenso, turbulento. Mi amigo F. debía estar volando. Me tomé una de litro, y después un par más. Unos fernets, total la camarera amante y el dueño amigo me invitaban. Eso sí: después hablaban mal de mí, porque el dueño amigo le tenía muchas pero muchas ganas a la camarera amante, que estaba bien buena. Tenía un aire, en esa época, a la artista antes conocida como Jennifer Lopez.
Quedé bastante borracho.
Se largó una de esas lluvias de mayo: una lluvia furibunda. Los habitantes rotativos de la barra ya se habían agotado, los temas de Pappo, por entonces vivo, invitaban al cierre, y las camareras, la mía y las otras, levantaban la sillas y las ponían sobre las mesas.
Ya estaban todas las sillas durmiendo su siesta nocturna de murciélagos, patas para arriba, cuando el dueño, viendo el estado en que me encontraba- borracho- se ofreció a llevarme a mi casa en auto. Yo vivía con mis viejos a doce o trece cuadras de ahí, distancia entonces incaminable. Acepté.
Se apagó Pappo, se apagaron las luces, y corrimos al auto. El dueño al volante, mi camarera amante en el asiento del que acompaña y yo atrás.
Llegamos a Cabildo y José Hernadez y el dueño me explicó que si me llevaba hasta Virrey del Pino y O' Higgins iba a tener que dar una vuelta ampulosa, tremenda, y así que si podía, si no era molestia, me dejaba ahí. Yo estaba de mal humor, el dueño se llevaba a la camarera amante, así que no quise seguir el diálogo. Me bajé.
Caminé una cuadra algo épica hasta V. Del Pino y Cabildo. Me paré a esperar que cambiara el semáforo para cruzar la avenida, con las rodillas tembleques y la lluvia de sombrero denso, hasta que me aburrí. No venía nadie de este lado, así que, con lo que después llamaría "el pedo omnipotente" para la risa de los parroquianos del Viejo Belgrano, me mandé hasta la mitad de Cabildo a esperar que terminaran de pasar los de allá.
No sé bien.
El semáforo se puso amarillo, pero el auto blanco seguía avanzando. Di un paso al frente. El auto blanco torció un poco su rumbo, no sé. Yo vi que me apuntó, pero decirlo suena poco serio. En lugar de volver atrás, caminé unos pasos más, creo. Tal vez patinó, la lluvia torrencial, mi borrachera, etcétera. Yo creo que me apuntó.
Lo que sirve decir es que no me agarró de lleno, algo debo haber hecho, no me arrastró hacia delante sino que me pegó en la cadera y me dio vuelta en el aire, en el lugar. Caí ahí mismo. Me levanté, no porque no me hubiera desmayado sino porque venían otros autos atrás, por la revancha. Vi que el auto blanco, que había ralentado, arrancaba de vuelta.
Sí, me "hizo el abandono de persona", como me dijo el policía cuando fui a declarar a la comisaría.
Me levanté y caminé hasta la vereda. No sentía la cara pero cuando me pasaba la mano la llenaba de sangre, primeros segundos.
En esa esquina solo había, refugiándose de la lluvia debajo de un toldito, cuatro chicas encantadoras. Si bien estaba a pocas cuadras de mi casa, lo único que se me ocurrió fue tomar un taxi a algún lugar. Intenté parar a algunos, pero seguían de largo. Se ve que no querían lidiar con víctimas demasiado recientes de una anécdota que podrían contar. Así que me acerqué a las chicas. Con mi mejor voz de locutor empecé a hablar, y cuando me miraron les vi una cara de miedo que no podría explicar. Les dije: "Acabo de tener un accidente... ¿podrían parar un taxi que me lleve a un hospital?"
El taxista me dijo, como primera medida, que no le manche el tapizado, me dio un trapito. Pero el tipo era uno de los buenos. Me pidió el teléfono de mi casa y me llevó al Pirovano.
Bajé del taxi y fui a la "recepción" de la guardia. Una mujer me dijo que me fuera a limpiar, que estaba lleno de sangre. Me mojé la cara en un piletón. Muchos heridos de peleas callejeras, muchos borrachos maltratadores de enfermeros. Todos hostiles, poco hospitalarios. Nadie se quería, ahí adentro. Me pusieron un delantalcito y me sentaron en el medio del pasillo. Yo temblaba y le decía cosas a los médicos que pasaban, cosas absurdas; a veces los puteaba, a veces les hacía chistes. Pocas veces me contestaban. Una enfermera bastante bonita me dijo que no podía responder lo que le estaba preguntando, pero, lo que sí, era mejor que no hablara tanto porque tenía abierto desde el labio hasta el mentón. Me callé.
Al rato llegaron mis viejos, más asustados que yo (me apuntó, fue lo primero que les dije). El taxista se había quedado llamando hasta que los despertó- debían ser la cinco de la mañana. Atendió mi hermana menor, que le dijo a mis viejos que 'Fede tuvo un accidente', y se volvió a dormir.
Mi amigo F. se enteró apenas llegó a España. M., la hermana de su novia, les dijo: "A Fede lo atropelló un auto (...) Igual, no pasó nada, está bien". F. no entiende cómo es que lo dijo en ese orden, y no al revés.
Después de la noche en el Pirovano, y una enfermera que me sacaba los pedazos de diente incrustados en los labios y decía "...mi turno termina a las seis... estés como estés, yo me voy"; después de eso (el taxista pidió saludarme antes de volver a dormir a su casa) me trasladaron al Sanatorio Mitre, y fueron unos días en observación hasta que volví a mi casa.
Cuando el auto blanco me apuntó, cuando me di cuenta de que ya no había frenado, pensé que tenía algo para contar. Lo juro.
Ese cinco de junio a la madrugada, mientras festejaba mi cumpleaños con un yeso en el brazo derecho, la selección de Bielsa perdió contra Inglaterra.
La remera de Dalí pasó a ser algo así como una "cábala probabilística". Si ya me había atropellado un auto, era muy pero muy poco probable que volviera a pasarme algo malo llevándola.
Mi amigo F. volvió dos años y medio después, un doce de diciembre. Ese día, fui a la cancha a ver a Ñuls contra Independiente. Llevé la remera de Dalí, como cábala probabilística.
Perdimos, pero como Velez empató contra Arsenal, salimos campeones.Una desgracia con suerte.
11 Comments:
Brillante historia.
volvió fede!
Che, esa remera debe ser horrible.
Una vez me quedé encerrada en el baño de ese bar; un tiempo después me mudé y no volví más.
Beso,
Guadalupe.
cuando vi que era largo me dio fiaca. pero está buenísimo! espero que no hayan quedado secuelas.
Gracias Prof. Molina, Guada, Mer.
La remera no es nada fea.
¿Secuelas?
Nada grave, apenas la nariz un poco torcida, como esos dibujos que hacemos los que no sabemos dibujar: la cara de frente con la nariz de perfil. De todos modos, mis asesores de imagen me han dicho que me viene bien así.
Me meo, encima!!!
Qué cosa internet: soy el que lo golpeó con el auto en Cabildo y DEl Pino en 2002. No era un auto blanco, sino gris. Fue 100% culpa suya: y el golpe no fue tan fuerte, lo golpé con el espejo. Realmente lamento haberlo dejado abandonado, pero como usted casi se había tirado encima del auto, creí que era injusto que yo me perjudicara por su imprudencia... me alegra de todos modos saber que no pasó nada grave, y que su nariz queda mejor así que como estaba.
no te creo nada, anonimo
colgado el futbol
No, no, el auto era blanco, de eso estoy seguro. Con la paranoia que llevo hasta podría haberte creído, pero te delató "el recurso de verosimilitud".
El fútbol colgado? De dónde? Quiero decir: para quién?
Ya no sé como desembarazarme de los pacoquis.
Pero decime si esta no es una historia bien contada, che!
Eso sí, la mamúa que debías tener para confundir a esa chiruzeta con J´Lo; el único aire que pueden tener parecido no es exactamente aire y se llama como el estado que propició tu confusión.
Me encantó el juramento. Cosa difícil de hacer, jurar bien.
Las desgracias con suerte son las mejores anecdotas, y te hacen sentir importante, espero tener alguna. jajaja, ...
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