Por David Wapner
1.
El 30 de junio al mediodía, dos horas después de haber fallecido nuestro perro Chiflón, pasamos Ana y yo por un quiosco, rumbo a un lugar que ahora no voy a recordar.
No quisimos saludar a nadie de los allí sentados, pero el loco español, por él mismo definido como "Loco del Barbanel" (Habarbanel, como el Borda) nos llama, y justo pregunta "¿cómo están?".
"Mal, se murió nuestro perro".
"¿Por qué, qué tenía?"
"Sufría del corazón".
"¿El corazón? ¡Me hubieran dicho a mi! ¡Yo le hubiera donado el mío!"
Y hacía gestos de abrirse el pecho.
Y nos explica, "porque yo soy loco del Barbanel, pero yo tengo causa, ¿saben por qué?"
"No, no sabemos".
"Yo soy un loco de guerra, ¡en serio! Yo estuve en el Sinaí, en la guerra del 73. Vean, éste era yo."
Sacó de una billetera una foto: difícil resultaba encontrar en nuestro vecino algún parentesco con aquel retrato de un adolescente, diríamos, virgen.
Guardó la foto y contó:
"Después de haberlo bombardeado, entramos a degüello en un búnker egipcio. Los matamos a todos, los dejamos destrozados y yo ahí me volví loco".
Sacó del bolsillo un certificado arrugado, que nos hizo leer en vos alta:
"Tras haber participado de la toma de una posición egipcia (...) el soldado (...) pierde la razón (...) por lo cual se certifica su invalidez de por vida (...)"
2.
Le comentaba a un amigo en una carta que salimos a caminar, sábado por la noche, por la rambla de Bat-Yam. Que la gente consumía como si fuese el último día. Que, a pesar de esa euforia, se veían caras graves, preocupadas. Se movilizó a la reserva, y cualquiera de los varones entre 23 y 50 que se "divertían" en los bares, pizzerías o heladerías, podría estar mañana sirviendo en el frente. Y pasado mañana, nadie puede predecirlo.
El peor de los casos, ya se sabe.
Pero, si vivo: Israel está lleno de lisiados, físicos y mentales.
1.
El 30 de junio al mediodía, dos horas después de haber fallecido nuestro perro Chiflón, pasamos Ana y yo por un quiosco, rumbo a un lugar que ahora no voy a recordar.
No quisimos saludar a nadie de los allí sentados, pero el loco español, por él mismo definido como "Loco del Barbanel" (Habarbanel, como el Borda) nos llama, y justo pregunta "¿cómo están?".
"Mal, se murió nuestro perro".
"¿Por qué, qué tenía?"
"Sufría del corazón".
"¿El corazón? ¡Me hubieran dicho a mi! ¡Yo le hubiera donado el mío!"
Y hacía gestos de abrirse el pecho.
Y nos explica, "porque yo soy loco del Barbanel, pero yo tengo causa, ¿saben por qué?"
"No, no sabemos".
"Yo soy un loco de guerra, ¡en serio! Yo estuve en el Sinaí, en la guerra del 73. Vean, éste era yo."
Sacó de una billetera una foto: difícil resultaba encontrar en nuestro vecino algún parentesco con aquel retrato de un adolescente, diríamos, virgen.
Guardó la foto y contó:
"Después de haberlo bombardeado, entramos a degüello en un búnker egipcio. Los matamos a todos, los dejamos destrozados y yo ahí me volví loco".
Sacó del bolsillo un certificado arrugado, que nos hizo leer en vos alta:
"Tras haber participado de la toma de una posición egipcia (...) el soldado (...) pierde la razón (...) por lo cual se certifica su invalidez de por vida (...)"
2.
Le comentaba a un amigo en una carta que salimos a caminar, sábado por la noche, por la rambla de Bat-Yam. Que la gente consumía como si fuese el último día. Que, a pesar de esa euforia, se veían caras graves, preocupadas. Se movilizó a la reserva, y cualquiera de los varones entre 23 y 50 que se "divertían" en los bares, pizzerías o heladerías, podría estar mañana sirviendo en el frente. Y pasado mañana, nadie puede predecirlo.
El peor de los casos, ya se sabe.
Pero, si vivo: Israel está lleno de lisiados, físicos y mentales.
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