Girri y yo
Por Washington Cucurto
Girri y yo: Por aquellos años era raro que un repositor leyera a Girri. Yo andaba repitiendo de góndola en góndola sus versos muchas veces, en apariencia oscuros, pero fueron de los mas iluminadores que leí. Su, Oh, tú delfina, me enloquecía y después hice mi versión con mi, Oh tú, dominicana del demonio. Sus versiones de poemas de William, Stevens, Frost, Lowell, Creeley, me hacían imaginar tantas cosas bellas que hasta creía que todos esos nombres eran un invento de Girri. Y como soy un copión que copia todo, también inventé mis nombres: Cucurto, Anachuri, Pili.
No recuerdo mayor felicidad en la vida que leer sus 15 poetas norteamericanos. ¡Qué fuerte era para un adolescente repositor, la poesía norteamericana! Qué lindo era encontrarse al final de sus libros (que yo coleccionaba) versiones de autores con nombres y poesía tan extraños. Por favor, lean La marmota de Richard Eberhart. ¿Qué habrá hecho la vida de Richard Eberhart? Es todo lo que sé de él: un poema de la mano de Girri. De Williams y Girri sólo leí Camino al Hospital de Infecciosos. ¿Y las enfermeras del infeliz de Corso? A Corso sin dudas, lo salvó Girri.
Se atrevió a criticar duramente a autores como Ferlinghetti, Ginsberg y toda la generación Beatniks. Sus poetas traducidos eran los que presentaban mayor riesgo y errores en el ejercicio poético y lo decía. Sobre Edgar Lee Master escribió: “Que a los 40 y tantos años, tras una infructuosa labor literaria juvenil basada en poemas difusos, imitaciones sin interés de Shelley o Tennyson, y en obras de teatro académicas y convencionales, Edgar Lee Master (1869-1950), un oscuro abogado de Chicago, escriba de pronto un libro totalmente insólito por su calidad y originalidad, la Spoon River Anthology, y que ese autor vuelve después, durante el resto de su vida, a la mediocridad inicial en prosa o en verso, es un hecho bastante llamativo, cuando menos”: ¡Qué prologuista de lujo!
Su antología de Spoon River es uno de los grandes libros que leí en mi vida. Su fanatismo no le impedía que destruyera a los autores que traducía. Sus admirados Eliot, Williams y Stevens fueron objeto principal de sus críticas y su desencanto. Supongo que nada lo divertía más que “lapidar” a estos escritores considerados geniales. Sobre la generación Beatnik escribió: “Fuera del variable aparato escénico y el golpear furiosamente la máquina, sin alterar ni corregir nada, no puede decirse que el Parnaso de la Generacion Beatnik haya aportado mayor renovación dentro de la poesía norteamericana.”
De este modo: Yosako Akiko, Ando Ichiro, Miyazawa Kenji, Kusako Shimpei, el autor del poema Queroque La Rana; Hopkins, Yeats, como una mosca de largas zancas, Lowell, moscas, moscas sobre el plátano en las calles, Robert Graves. ¿Quién ha vuelto a traducir a Philip Lamantia, a Gary Snyder, a Robert Creeley, a Jay Smith y a Rabindranath Tagore? Todos ellos fueron para mí siempre una sola persona: Alberto Girri.
Kenneth Rexroth, me parecía un señor inalcanzable, desde que lo conocí fue un anciano para mí, pienso que mucho antes que yo naciera ya era un anciano. Una vez, en casa de unos poetas, me mostraron de un libro una foto de Rexroth. Era exactamente igual a como lo había imaginado. ¡Yo quería ser igual a Kenneth Rexroth!
Charles Olson, me parecía un muchacho juvenil, poco instruido. Su extraña teoría sobre el verso proyectivo me parecía apasionante. Nunca pude disfrutarla del todo. Frank O’ Hara, yo lo imitaba y pensaba que podía escribir poemas de su nivel. Claro que no, O’Hara es un grandísimo poeta y yo no soy más que un repositor. Claro que es quinientas mil veces mejor toda la vida ser un repositor en la década del 90 en sudamérica que ser un poeta neoyorkino en los 50. Hay que amar nuestra época.
James Merrill tiene un poema que se llama Charles se incendia.
John Ashbery, todos los poetas de mi generación lo leían con gran pasión. Para mí, su poesía es un fiasco. Lo mas aceptable es su Manual de Instrucciones y claro, Guadalajara.
Las poetas norteamericanas me parecían diosas. Me gustaría haber sido novio de Anne Sexton, Elizabeth Bishop, Muriel Rukeyser. H. D. es de una belleza extravagante. Los poemas de Marianne Moore son para volar, pero tiene aspecto de vieja amargada y concheta.
Anne Sexton, recuerdo la primera vez que vi una foto de ella, me enamoré inmediatamente. Tan fina, dulce y amable. Su poesía me deslumbró y me llevaría a la tumba o a la cama, claro.
Elizabeth Bishop, es una reina, solo eso. Amaba Brasil. Me gustaría ser su Manuelzinho.
Hilda Doolittle es H. D.
Anne Sexton tendrá mi corazón adolescente por siempre. Pero, ¿vieron qué linda es Clarice Linspector?
A veces pienso que el lector ideal de Girri fui yo y que escribía y traducía sólo para mí. Al final de sus libros cuando arrancaban las traducciones debía decir: “Son para vos, Cucu”.
Concursos literarios: Una vez me presenté a un concurso literario de la editorial Argenta Sarlep. Siempre había muchos de este tipo de concursos, donde uno podía presentar su material si pagaba una pequeña cuota, la cual era en definitiva el premio al ganador. El que ganaba aquellos concursos era en verdad “un ganador”, ya que todos los demás pagábamos por su poesía. Estos concursos mercantilistas son una estafa. La editorial no pagaba ni la edición del libro ni invertía un peso en premios ya que todo se lo cobraban a los participantes haciéndoles pagar una cuota de inscripción.
Aunque mandé material a muchos, siempre pensé que los concursos literarios no servían para nada. Entonces, ¿para qué mandaba? En fin, cosas de la ansiedad que genera escribir poesía. Les contaba, meses después de haber enviado mi carpeta me acerqué a las oficinas de la editorial y pregunté quien había sido el ganador y me dijeron: “El Sr. Alberto Girri”. Yo no tenía ni idea quien era, después lo conocí.
Como recompensa a mi participación, me dijeron que mi material les había gustado (mentira) y me invitaron a pagar cuotas mensuales para la edición de mi primer libro. ¡Al fin iba a publicar mi primer libro! De esa manera, con esa publicación dejaría de ser repositor y empezaría a ser un gran escritor renombrado y podría traducir, tal vez, un día, poesía, al igual que Alberto Girri. Claro, eran todas mentiras, mi libro jamás salió, la editorial de un día para el otro dejó de tener sus oficinas y jamás pude ser un escritor, ni dejar de ser un repositor.
Girri y yo: Por aquellos años era raro que un repositor leyera a Girri. Yo andaba repitiendo de góndola en góndola sus versos muchas veces, en apariencia oscuros, pero fueron de los mas iluminadores que leí. Su, Oh, tú delfina, me enloquecía y después hice mi versión con mi, Oh tú, dominicana del demonio. Sus versiones de poemas de William, Stevens, Frost, Lowell, Creeley, me hacían imaginar tantas cosas bellas que hasta creía que todos esos nombres eran un invento de Girri. Y como soy un copión que copia todo, también inventé mis nombres: Cucurto, Anachuri, Pili.
No recuerdo mayor felicidad en la vida que leer sus 15 poetas norteamericanos. ¡Qué fuerte era para un adolescente repositor, la poesía norteamericana! Qué lindo era encontrarse al final de sus libros (que yo coleccionaba) versiones de autores con nombres y poesía tan extraños. Por favor, lean La marmota de Richard Eberhart. ¿Qué habrá hecho la vida de Richard Eberhart? Es todo lo que sé de él: un poema de la mano de Girri. De Williams y Girri sólo leí Camino al Hospital de Infecciosos. ¿Y las enfermeras del infeliz de Corso? A Corso sin dudas, lo salvó Girri.
Se atrevió a criticar duramente a autores como Ferlinghetti, Ginsberg y toda la generación Beatniks. Sus poetas traducidos eran los que presentaban mayor riesgo y errores en el ejercicio poético y lo decía. Sobre Edgar Lee Master escribió: “Que a los 40 y tantos años, tras una infructuosa labor literaria juvenil basada en poemas difusos, imitaciones sin interés de Shelley o Tennyson, y en obras de teatro académicas y convencionales, Edgar Lee Master (1869-1950), un oscuro abogado de Chicago, escriba de pronto un libro totalmente insólito por su calidad y originalidad, la Spoon River Anthology, y que ese autor vuelve después, durante el resto de su vida, a la mediocridad inicial en prosa o en verso, es un hecho bastante llamativo, cuando menos”: ¡Qué prologuista de lujo!
Su antología de Spoon River es uno de los grandes libros que leí en mi vida. Su fanatismo no le impedía que destruyera a los autores que traducía. Sus admirados Eliot, Williams y Stevens fueron objeto principal de sus críticas y su desencanto. Supongo que nada lo divertía más que “lapidar” a estos escritores considerados geniales. Sobre la generación Beatnik escribió: “Fuera del variable aparato escénico y el golpear furiosamente la máquina, sin alterar ni corregir nada, no puede decirse que el Parnaso de la Generacion Beatnik haya aportado mayor renovación dentro de la poesía norteamericana.”
De este modo: Yosako Akiko, Ando Ichiro, Miyazawa Kenji, Kusako Shimpei, el autor del poema Queroque La Rana; Hopkins, Yeats, como una mosca de largas zancas, Lowell, moscas, moscas sobre el plátano en las calles, Robert Graves. ¿Quién ha vuelto a traducir a Philip Lamantia, a Gary Snyder, a Robert Creeley, a Jay Smith y a Rabindranath Tagore? Todos ellos fueron para mí siempre una sola persona: Alberto Girri.
Kenneth Rexroth, me parecía un señor inalcanzable, desde que lo conocí fue un anciano para mí, pienso que mucho antes que yo naciera ya era un anciano. Una vez, en casa de unos poetas, me mostraron de un libro una foto de Rexroth. Era exactamente igual a como lo había imaginado. ¡Yo quería ser igual a Kenneth Rexroth!
Charles Olson, me parecía un muchacho juvenil, poco instruido. Su extraña teoría sobre el verso proyectivo me parecía apasionante. Nunca pude disfrutarla del todo. Frank O’ Hara, yo lo imitaba y pensaba que podía escribir poemas de su nivel. Claro que no, O’Hara es un grandísimo poeta y yo no soy más que un repositor. Claro que es quinientas mil veces mejor toda la vida ser un repositor en la década del 90 en sudamérica que ser un poeta neoyorkino en los 50. Hay que amar nuestra época.
James Merrill tiene un poema que se llama Charles se incendia.
John Ashbery, todos los poetas de mi generación lo leían con gran pasión. Para mí, su poesía es un fiasco. Lo mas aceptable es su Manual de Instrucciones y claro, Guadalajara.
Las poetas norteamericanas me parecían diosas. Me gustaría haber sido novio de Anne Sexton, Elizabeth Bishop, Muriel Rukeyser. H. D. es de una belleza extravagante. Los poemas de Marianne Moore son para volar, pero tiene aspecto de vieja amargada y concheta.
Anne Sexton, recuerdo la primera vez que vi una foto de ella, me enamoré inmediatamente. Tan fina, dulce y amable. Su poesía me deslumbró y me llevaría a la tumba o a la cama, claro.
Elizabeth Bishop, es una reina, solo eso. Amaba Brasil. Me gustaría ser su Manuelzinho.
Hilda Doolittle es H. D.
Anne Sexton tendrá mi corazón adolescente por siempre. Pero, ¿vieron qué linda es Clarice Linspector?
A veces pienso que el lector ideal de Girri fui yo y que escribía y traducía sólo para mí. Al final de sus libros cuando arrancaban las traducciones debía decir: “Son para vos, Cucu”.
Concursos literarios: Una vez me presenté a un concurso literario de la editorial Argenta Sarlep. Siempre había muchos de este tipo de concursos, donde uno podía presentar su material si pagaba una pequeña cuota, la cual era en definitiva el premio al ganador. El que ganaba aquellos concursos era en verdad “un ganador”, ya que todos los demás pagábamos por su poesía. Estos concursos mercantilistas son una estafa. La editorial no pagaba ni la edición del libro ni invertía un peso en premios ya que todo se lo cobraban a los participantes haciéndoles pagar una cuota de inscripción.
Aunque mandé material a muchos, siempre pensé que los concursos literarios no servían para nada. Entonces, ¿para qué mandaba? En fin, cosas de la ansiedad que genera escribir poesía. Les contaba, meses después de haber enviado mi carpeta me acerqué a las oficinas de la editorial y pregunté quien había sido el ganador y me dijeron: “El Sr. Alberto Girri”. Yo no tenía ni idea quien era, después lo conocí.
Como recompensa a mi participación, me dijeron que mi material les había gustado (mentira) y me invitaron a pagar cuotas mensuales para la edición de mi primer libro. ¡Al fin iba a publicar mi primer libro! De esa manera, con esa publicación dejaría de ser repositor y empezaría a ser un gran escritor renombrado y podría traducir, tal vez, un día, poesía, al igual que Alberto Girri. Claro, eran todas mentiras, mi libro jamás salió, la editorial de un día para el otro dejó de tener sus oficinas y jamás pude ser un escritor, ni dejar de ser un repositor.
4 Comments:
Cucurto,
Leí lo que publicó en el interpretador y me gustó mucho.
Atte.
Este Cucurto es un invento de Casas!
Y Rolando es un chupa pija!
Veta, madre: ¿Acaso no es mucho mejor ser un chupa pijas antes que un invento de Casas?
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