Conversación
Por Natalia Moret
I.
Hablarán ellas juntas: Primero, situarse. Hay un árbol. Acaba de empezar el otoño. Son las siete. Alrededor del árbol, no hay nadie. También hay nada: sólo el árbol. Atrás, el horizonte, tan horizontal y completo. La luz: un efecto de sombras. Es un árbol negro, desordenado. De pronto pasto y algunas flores. Dale, ahora: foto.
II.
Hablarán ellas separadas y se dirán cosas, el narrador observará: acá estaba la foto: podrían salir de viaje y buscarla. Ayer, dos personas: ella y ella. Ella llevaba la cartera en el hombro; ella tenía anteojos negros; ella el pelo rubio y la mirada; ella el pelo rubio también; hoy ella no cree que vaya a ser así y pobre ella no sabe qué decirle: por primera vez sabe que ahí está el árbol que ya no puede ver. Es que alrededor había tantas cosas que fueron cortando, habían sido dos, hoy algo les falta y es un hijo y es algo más que nunca más van a poder tener. Ella dijo stop: encuentro consignas quietas enterradas en todos sus armarios. Y vos qué hacés con esa ropa, con ese pelo, responde ella, de qué te la das. Encuentro consignas ordenadas por color, la otra insiste, en escala de grises. Y qué te creés, ¿pensás que podés estar y desaparecer, dejar el contestador?, me aburriste -ella se aburrió-, vos y tus muñecas de colores y tus grandes livings y tus puffs de todos los tamaños y tus miles de cosas y casas y otras cosas más que me cansé de querer, ya no te sigo más, habíamos dos y ahora me traés esta fotito de mierda que ni siquiera podemos ver. Ella piensa; luego responde te entiendo, yo me fui: yo acá y vos quién sabe. Pobre ella, la otra, la que llora. Le dice éramos dos y ahora qué nos queda.
III.
Hablará ella, se hablará a sí misma en segunda persona: aflojar, empezar por aflojar el brazo. Pensar en todas las cosas que se perdieron o en el día ese que me dijiste que pusiéramos flashdance y saltáramos por el patio de mi casa, o quizás no fue así, quizás no me dijiste eso pero uno recuerda lo que quiere: así es más fácil. Alguien dejó algo en el camino pero no te importa: te bajás de tu súper auto y lo corrés, qué te importa: no hace falta pensar. Entre lo que no recordás está la cara que tenía la otra el día que se fue, no pudiste tocarla, era como si fuera otras, una cosa extraña y deforme como la música moderna, o como la clásica, tan deforme que se adapta a todo. La gente debería pasar de moda y volver a estar de moda por lo menos dos o tres veces en su vida: son ciclos. Hoy, tu problema no es que se te muera la gente y que tengas un trabajo de mierda: en realidad no lo sabés porque nunca fuiste a terapia. Mejor decirle a ese que te llama que bueno que sí que venga un rato, que se ocupe de vos mientras vos pensás para qué. Lo que importa es cuánto tiempo vas a estar así, con recuerdos pesadillas y culpa, con tu columna vertebral llena de cemento de contacto y las puntadas, el dolor: acordate de las pesadillas. Ese día por la calle, te pareció ver una persona donde no estaba pero te la acordás tan bien que te da escalofríos. O cuando a la noche te despertás y llegás a escuchar las últimas palabras de alguien que te habla pero que no ves. O cuando te despierta el timbre pero son las cuatro de la mañana y nadie te golpea la puerta. Acordate que después no podés dormir y tenés que ponerte la sábana roja bien arriba hasta que al final todo es rojo y es terrible; todo es rojo, lo comprás rojo, lo ponés rojo y sufrís. ¿Acaso te gusta? Cuánto tiempo entonces vas a pasar sufriendo rojo, castillos de arena que manos de niños arreglan y tallan en territorios que no son ni míos ni tuyos, son de nadie, que fueron nuestros uno dos tres veranos, un nuestros que no siempre fue nuestros pero siempre de ella, como el árbol. Ahora te acordás: no sabés cómo se habían formado dos, nunca se sabe, pero te las ingeniaste para juntar todo en uno y ser entero, pusiste todo en un cajón de la cómoda de tu abuela, bien guardado, porque en la casa de tu abuela las cosas no se tocaban, ni las muñecas de porcelana ni la ropa de la tía ni la bola de cristal que cuando la dabas vuelta hacía que nevara en new york, [después cuando fuiste nunca viste la nieve porque te tocó verano y te tocó alguien que hoy ya no te toca, entonces no viste la nieve de verdad, viste la otra, con placares duros y cosas encerradas y olor a humedad; la nieve para vos es eso, no te culpo]. Claro, vos creciste ahí, guardando cosas en cajones. Pensás: qué chistoso, la vida te va llevando y vos vas yendo, hoy sos horrible forma sin calorías. Atrás de la forma qué importa pensás también, y atrás de la forma que importa ¿qué importa?, y otra vez la voz de ella con eso de las consignas estúpidas sin parar, consignas de colores ordenadas en sus armarios y en su comedor y en su cocina y en su cafetera y en su heladera azul pintada con margaritas que es tan moderna y en su habitación de colores fluorescentes. Decíselo todo, si total esto no lo va a leer nadie.
IV.
Hablará el narrador, verá a través de ella y le señalará cosas: No poder creer que fuera ella porque era como otras personas, así: muchas. No saber cómo perderse porque ahí está, en miles. Busca la máscara en esa casa llena de máscaras, ahí se fue a pasar un sábado: cuando están sin mascaras los invitados igual sonríen. Piensa en el sándwich que tragó por debajo de la máscara cuando nadie la veía y se dice: ¿te pensás que la gente es idiota? No, no. De golpe querría estar en otro lugar, en su casa de antes, la que armaba con trapos en el patio y a la que invitaba a jugar a su amiguita que no quiere nombrar. Hoy cuando la vea qué decirle, de qué hablar; qué importa si hoy no hay nada para decir, lo feo es saber que existió una tarde: bailotearon en el patio, se tocaron abajo del agua en la pileta y se metieron juntitas en la casita de tela abajo del toldo, en verano, cuando la mamá estaba viva y los veranos largos, mujercitas y cuartos de helado de dulce de leche y banana split, febreros de piletas y horas más horas en el living. Eso era todo, el tiempo un fuera de tiempo. Ella me pide que no le hable, está escribiendo en su casa blanca. Escribe: no-lugar, porque, sospecha, habría un lugar prometido. Yo no sé qué decirle.
V.
La otra insistirá, responderá, ejemplificará: Dije: consignas aburridas. Por ejemplo: tu casa. O la vez que me dijiste que por favor condujera más despacio, hablaste así, condujera, y en ese hotel blanco y moderno y horrible pero que te parecía lindo, esa noche, te acordás, subí con diez personas que había conocido en el bar y vos leías, no sé qué leías pero seguro algo tedioso, las diez personas eran diez hombres, yo soy siempre así, vos te encerraste en la habitación de al lado mientras todos salían al balcón y yo me reía, después viniste, bastante tiempo o días después, a decir que ese momento nada, que vos nada y que nosotros nada, y entonces te dije mejor dejemos las cosas así y guardate tus consignas para otra ocasión, la próxima vez decime algo. Después dije: ordenadas por color. Por ejemplo: un cajón, dos cuadrados, vos y yo, ladrillos. Tu cuadrada terraza, el vidrio que pusiste para cerrar el balcón y tu casa no-fumadora. Ejemplifico más: tus ambientes, todos el mismo rectángulo. Qué querías, esas vacaciones fueron imposibles: las caras, los programas, el tatuaje que no me hice, el tatuaje que me hice tanto después y que nada tenía que ver ya con vos. Igual, pensé que no ibas a irte. Y si en algún momento tenías que haber estado era en ese, puta egoísta. Alguien que me atienda me cuide me trate bien y después, de pronto, me deje. Y cuando te pregunto, vos, en cambio, repetís: el patio, tu abuelo, vos en las rodillas de tu abuelo, vos con tu hermano en la bañera, vos en mar del plata, vos en san clemente con un delfín, vos en las toninas con tu mamá mirándote jugar al pacman, tu mamá muerta, tu mamá muriéndose, tu mamá llorando, tu hermano enloquecido por un ataque extraterrestre, tu abuela persiguiéndote en la oscuridad, el tic tac tic tac terrible demoníaco del reloj de tu abuela en ese cuarto sin ventana, ese cuarto sin ventana, esa cama con sábanas negras y un ventilador viejo y la vergüenza de tener que estar ahí, esa ventana que daba a la cocina, ese techo rojo que te daba miedo, ese techo cuadrado y con hongos, ese otro techo-toldo agujereado como todo en esa casa agujereada, esa vergüenza impresa en los hombros caídos, la casa de él con ese piano blanco y enorme, vos que sabías tocar pero no tenías piano, tenías un organito de tres octavas con las teclas chiquitas y en la casa de él ese piano enorme de cola y te lo acordás siempre, siempre los mismos recuerdos, te acordás que le preguntaste y acá quien lo toca y te dijeron: nadie; te dijo nadie; atrás, afuera, lejos, la pileta; que cómo ibas a hacer para ponerte ahí con ellos, que como quedarte ahí donde te pusieron, que qué haces con ese vestido de falsa niña rica, que te prestaron la fiesta, que el vestido te quedaba bien porque a veces se beneficia con unos dones a quienes no tienen otros, que vos tenías hongos y humedad y vergüenza y no tenias pianos y piletas y apellidos largos y qué se yo cuántas cosas mas, que por eso te pusiste a correr y correr y hoy hay algunos que te dicen urra pero vos sabés que hay algo que no: dentro tuyo, un engendro. Con todo eso, mirá, no puedo ayudarte. Mejor así. No vernos.
VI.
Hablará ella de la otra como si la otra estuviese, prometerá: así podría terminar el mail: a veces yo también persigo. A veces no sé bien qué es lo que intento asir. Me sale esa palabra, quizás porque la escuché más temprano de la boca de ella que es tan genial. Asir. Yo quiero ser asir. Asir como ella. Yo quiero asirte, es lo único que quiero. En la boca de ella tantas cosas que en mi parecen tontas son genialidades. Por eso creo que voy a cambiar. Cambiar: en esta época del año uno planifica qué tanto más [xx] va a ser después, entonces agarra la agenda y empieza a anotar fechas y vencimientos, becas e inscripciones y becas, hábitos buenos que debería adoptar y otros para después, el año que viene por fin [xx]. En mi caso se reduce a sacar el cemento que tengo en la columna y a asirte: durabilidad y perdurabilidad. Si querés, ponelo así: la imagen de algún matrimonio con tres hijos, un parque con pileta enrejada, un living con ladrillos a la vista y chimenea con botita de navidad y portarretratos plateados y dorados. Me hice muchas ideas. Tengo planes.
VII.
Cerrará el narrador, ellas se mirarán sin saber a cuál de las dos le habla: Hay un viaje que te gustaría hacer: agarrar esas dos o tres columnas, el libro, un par de boletos, una taza y las zapatillas que no te sacás nunca y salir. Pum: caer en el centro de África. El otro viaje sería abrir el placard y cambiar la lamparita rota: sobre los estantes hay cosas raras, hay ropa y libros pero también un cuchillito afilado que ahora que cambiás la lamparita brilla y brilla. Te tirarías en la cama con ella, en el cuarto de la cama enorme, la persiana baja, la araña con mil cristales y vos ahí, levantando las piernas flacas y otra vez sin pelos, poniendo los dedos sobre las sombras como costuras negras sobre telas blancas, jugar a que pase gente y dibuje cierres y bolsillos en la pared. Siempre te faltaron prendas para salir a trabajar: por eso las zapatillas, sucias, las mismas, siempre. El tercer viaje vas a tener que hacerlo sola, es hora de que lo sepas: hoy es hoy a la noche y suena el mismo disco desde hace tres horas, en la basura hay un pedido de sushi para uno, en la cama una película que no mirás y acá, en este escritorio, espaldas contracturadas, encerradas. El tema cuatro otra vez. Te lo sabés de memoria. Te sabés toda tu vida de memoria: mirá mejor: hay mierda y murciélagos por todas partes.
I.
Hablarán ellas juntas: Primero, situarse. Hay un árbol. Acaba de empezar el otoño. Son las siete. Alrededor del árbol, no hay nadie. También hay nada: sólo el árbol. Atrás, el horizonte, tan horizontal y completo. La luz: un efecto de sombras. Es un árbol negro, desordenado. De pronto pasto y algunas flores. Dale, ahora: foto.
II.
Hablarán ellas separadas y se dirán cosas, el narrador observará: acá estaba la foto: podrían salir de viaje y buscarla. Ayer, dos personas: ella y ella. Ella llevaba la cartera en el hombro; ella tenía anteojos negros; ella el pelo rubio y la mirada; ella el pelo rubio también; hoy ella no cree que vaya a ser así y pobre ella no sabe qué decirle: por primera vez sabe que ahí está el árbol que ya no puede ver. Es que alrededor había tantas cosas que fueron cortando, habían sido dos, hoy algo les falta y es un hijo y es algo más que nunca más van a poder tener. Ella dijo stop: encuentro consignas quietas enterradas en todos sus armarios. Y vos qué hacés con esa ropa, con ese pelo, responde ella, de qué te la das. Encuentro consignas ordenadas por color, la otra insiste, en escala de grises. Y qué te creés, ¿pensás que podés estar y desaparecer, dejar el contestador?, me aburriste -ella se aburrió-, vos y tus muñecas de colores y tus grandes livings y tus puffs de todos los tamaños y tus miles de cosas y casas y otras cosas más que me cansé de querer, ya no te sigo más, habíamos dos y ahora me traés esta fotito de mierda que ni siquiera podemos ver. Ella piensa; luego responde te entiendo, yo me fui: yo acá y vos quién sabe. Pobre ella, la otra, la que llora. Le dice éramos dos y ahora qué nos queda.
III.
Hablará ella, se hablará a sí misma en segunda persona: aflojar, empezar por aflojar el brazo. Pensar en todas las cosas que se perdieron o en el día ese que me dijiste que pusiéramos flashdance y saltáramos por el patio de mi casa, o quizás no fue así, quizás no me dijiste eso pero uno recuerda lo que quiere: así es más fácil. Alguien dejó algo en el camino pero no te importa: te bajás de tu súper auto y lo corrés, qué te importa: no hace falta pensar. Entre lo que no recordás está la cara que tenía la otra el día que se fue, no pudiste tocarla, era como si fuera otras, una cosa extraña y deforme como la música moderna, o como la clásica, tan deforme que se adapta a todo. La gente debería pasar de moda y volver a estar de moda por lo menos dos o tres veces en su vida: son ciclos. Hoy, tu problema no es que se te muera la gente y que tengas un trabajo de mierda: en realidad no lo sabés porque nunca fuiste a terapia. Mejor decirle a ese que te llama que bueno que sí que venga un rato, que se ocupe de vos mientras vos pensás para qué. Lo que importa es cuánto tiempo vas a estar así, con recuerdos pesadillas y culpa, con tu columna vertebral llena de cemento de contacto y las puntadas, el dolor: acordate de las pesadillas. Ese día por la calle, te pareció ver una persona donde no estaba pero te la acordás tan bien que te da escalofríos. O cuando a la noche te despertás y llegás a escuchar las últimas palabras de alguien que te habla pero que no ves. O cuando te despierta el timbre pero son las cuatro de la mañana y nadie te golpea la puerta. Acordate que después no podés dormir y tenés que ponerte la sábana roja bien arriba hasta que al final todo es rojo y es terrible; todo es rojo, lo comprás rojo, lo ponés rojo y sufrís. ¿Acaso te gusta? Cuánto tiempo entonces vas a pasar sufriendo rojo, castillos de arena que manos de niños arreglan y tallan en territorios que no son ni míos ni tuyos, son de nadie, que fueron nuestros uno dos tres veranos, un nuestros que no siempre fue nuestros pero siempre de ella, como el árbol. Ahora te acordás: no sabés cómo se habían formado dos, nunca se sabe, pero te las ingeniaste para juntar todo en uno y ser entero, pusiste todo en un cajón de la cómoda de tu abuela, bien guardado, porque en la casa de tu abuela las cosas no se tocaban, ni las muñecas de porcelana ni la ropa de la tía ni la bola de cristal que cuando la dabas vuelta hacía que nevara en new york, [después cuando fuiste nunca viste la nieve porque te tocó verano y te tocó alguien que hoy ya no te toca, entonces no viste la nieve de verdad, viste la otra, con placares duros y cosas encerradas y olor a humedad; la nieve para vos es eso, no te culpo]. Claro, vos creciste ahí, guardando cosas en cajones. Pensás: qué chistoso, la vida te va llevando y vos vas yendo, hoy sos horrible forma sin calorías. Atrás de la forma qué importa pensás también, y atrás de la forma que importa ¿qué importa?, y otra vez la voz de ella con eso de las consignas estúpidas sin parar, consignas de colores ordenadas en sus armarios y en su comedor y en su cocina y en su cafetera y en su heladera azul pintada con margaritas que es tan moderna y en su habitación de colores fluorescentes. Decíselo todo, si total esto no lo va a leer nadie.
IV.
Hablará el narrador, verá a través de ella y le señalará cosas: No poder creer que fuera ella porque era como otras personas, así: muchas. No saber cómo perderse porque ahí está, en miles. Busca la máscara en esa casa llena de máscaras, ahí se fue a pasar un sábado: cuando están sin mascaras los invitados igual sonríen. Piensa en el sándwich que tragó por debajo de la máscara cuando nadie la veía y se dice: ¿te pensás que la gente es idiota? No, no. De golpe querría estar en otro lugar, en su casa de antes, la que armaba con trapos en el patio y a la que invitaba a jugar a su amiguita que no quiere nombrar. Hoy cuando la vea qué decirle, de qué hablar; qué importa si hoy no hay nada para decir, lo feo es saber que existió una tarde: bailotearon en el patio, se tocaron abajo del agua en la pileta y se metieron juntitas en la casita de tela abajo del toldo, en verano, cuando la mamá estaba viva y los veranos largos, mujercitas y cuartos de helado de dulce de leche y banana split, febreros de piletas y horas más horas en el living. Eso era todo, el tiempo un fuera de tiempo. Ella me pide que no le hable, está escribiendo en su casa blanca. Escribe: no-lugar, porque, sospecha, habría un lugar prometido. Yo no sé qué decirle.
V.
La otra insistirá, responderá, ejemplificará: Dije: consignas aburridas. Por ejemplo: tu casa. O la vez que me dijiste que por favor condujera más despacio, hablaste así, condujera, y en ese hotel blanco y moderno y horrible pero que te parecía lindo, esa noche, te acordás, subí con diez personas que había conocido en el bar y vos leías, no sé qué leías pero seguro algo tedioso, las diez personas eran diez hombres, yo soy siempre así, vos te encerraste en la habitación de al lado mientras todos salían al balcón y yo me reía, después viniste, bastante tiempo o días después, a decir que ese momento nada, que vos nada y que nosotros nada, y entonces te dije mejor dejemos las cosas así y guardate tus consignas para otra ocasión, la próxima vez decime algo. Después dije: ordenadas por color. Por ejemplo: un cajón, dos cuadrados, vos y yo, ladrillos. Tu cuadrada terraza, el vidrio que pusiste para cerrar el balcón y tu casa no-fumadora. Ejemplifico más: tus ambientes, todos el mismo rectángulo. Qué querías, esas vacaciones fueron imposibles: las caras, los programas, el tatuaje que no me hice, el tatuaje que me hice tanto después y que nada tenía que ver ya con vos. Igual, pensé que no ibas a irte. Y si en algún momento tenías que haber estado era en ese, puta egoísta. Alguien que me atienda me cuide me trate bien y después, de pronto, me deje. Y cuando te pregunto, vos, en cambio, repetís: el patio, tu abuelo, vos en las rodillas de tu abuelo, vos con tu hermano en la bañera, vos en mar del plata, vos en san clemente con un delfín, vos en las toninas con tu mamá mirándote jugar al pacman, tu mamá muerta, tu mamá muriéndose, tu mamá llorando, tu hermano enloquecido por un ataque extraterrestre, tu abuela persiguiéndote en la oscuridad, el tic tac tic tac terrible demoníaco del reloj de tu abuela en ese cuarto sin ventana, ese cuarto sin ventana, esa cama con sábanas negras y un ventilador viejo y la vergüenza de tener que estar ahí, esa ventana que daba a la cocina, ese techo rojo que te daba miedo, ese techo cuadrado y con hongos, ese otro techo-toldo agujereado como todo en esa casa agujereada, esa vergüenza impresa en los hombros caídos, la casa de él con ese piano blanco y enorme, vos que sabías tocar pero no tenías piano, tenías un organito de tres octavas con las teclas chiquitas y en la casa de él ese piano enorme de cola y te lo acordás siempre, siempre los mismos recuerdos, te acordás que le preguntaste y acá quien lo toca y te dijeron: nadie; te dijo nadie; atrás, afuera, lejos, la pileta; que cómo ibas a hacer para ponerte ahí con ellos, que como quedarte ahí donde te pusieron, que qué haces con ese vestido de falsa niña rica, que te prestaron la fiesta, que el vestido te quedaba bien porque a veces se beneficia con unos dones a quienes no tienen otros, que vos tenías hongos y humedad y vergüenza y no tenias pianos y piletas y apellidos largos y qué se yo cuántas cosas mas, que por eso te pusiste a correr y correr y hoy hay algunos que te dicen urra pero vos sabés que hay algo que no: dentro tuyo, un engendro. Con todo eso, mirá, no puedo ayudarte. Mejor así. No vernos.
VI.
Hablará ella de la otra como si la otra estuviese, prometerá: así podría terminar el mail: a veces yo también persigo. A veces no sé bien qué es lo que intento asir. Me sale esa palabra, quizás porque la escuché más temprano de la boca de ella que es tan genial. Asir. Yo quiero ser asir. Asir como ella. Yo quiero asirte, es lo único que quiero. En la boca de ella tantas cosas que en mi parecen tontas son genialidades. Por eso creo que voy a cambiar. Cambiar: en esta época del año uno planifica qué tanto más [xx] va a ser después, entonces agarra la agenda y empieza a anotar fechas y vencimientos, becas e inscripciones y becas, hábitos buenos que debería adoptar y otros para después, el año que viene por fin [xx]. En mi caso se reduce a sacar el cemento que tengo en la columna y a asirte: durabilidad y perdurabilidad. Si querés, ponelo así: la imagen de algún matrimonio con tres hijos, un parque con pileta enrejada, un living con ladrillos a la vista y chimenea con botita de navidad y portarretratos plateados y dorados. Me hice muchas ideas. Tengo planes.
VII.
Cerrará el narrador, ellas se mirarán sin saber a cuál de las dos le habla: Hay un viaje que te gustaría hacer: agarrar esas dos o tres columnas, el libro, un par de boletos, una taza y las zapatillas que no te sacás nunca y salir. Pum: caer en el centro de África. El otro viaje sería abrir el placard y cambiar la lamparita rota: sobre los estantes hay cosas raras, hay ropa y libros pero también un cuchillito afilado que ahora que cambiás la lamparita brilla y brilla. Te tirarías en la cama con ella, en el cuarto de la cama enorme, la persiana baja, la araña con mil cristales y vos ahí, levantando las piernas flacas y otra vez sin pelos, poniendo los dedos sobre las sombras como costuras negras sobre telas blancas, jugar a que pase gente y dibuje cierres y bolsillos en la pared. Siempre te faltaron prendas para salir a trabajar: por eso las zapatillas, sucias, las mismas, siempre. El tercer viaje vas a tener que hacerlo sola, es hora de que lo sepas: hoy es hoy a la noche y suena el mismo disco desde hace tres horas, en la basura hay un pedido de sushi para uno, en la cama una película que no mirás y acá, en este escritorio, espaldas contracturadas, encerradas. El tema cuatro otra vez. Te lo sabés de memoria. Te sabés toda tu vida de memoria: mirá mejor: hay mierda y murciélagos por todas partes.
1 Comments:
Muy bueno, Natalia. Ya te lo había dicho y te lo repito. Me gusta el sonido.
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