Cortos
Por Sebastián Hernaiz
Ayer a la tardecita fui con lolamaar a la Noche del corto. Fui luego de estar en el primer día de unas abúlicas jornadas en el rectorado de la UBA, por lo que llegué a las corridas, un pancho y una coca en mis manos a modo de almuerzo muy tardío. Por suerte, lolamaar, que vía mensaje de texto me venía presionando para que llegue rápido, había ido con más tiempo y estaba casi al principio de una cola que se estiraba por varias cuadras. Sí, varias cuadras. Una vez adentro, el burócrata I del Incaa informó, como un éxito, que había quedado fuera, sin poder entrar a esa sala post-cromañón que no admite mucha gente sentada en el piso, una cuadra y media de cola, o de gente, según se prefiera decir.
Burócrata I dio un discurso de tono populista -"Lo único que voy a decir es muchas gracias a ustedes por hacer que todo esto exista", dijo para empezar a decir mucho más que "lo único"-, de tono populista, decía, en el que se notaba constantemente una "alabanza denigratoria" para con el "formato cortos": festejar la gran cantidad de producción de cortos tan sólo como señal de una posible futura buena producción de largometrajes.
Da para pensar el auge de los cortos en Argentina -y no sé afuera. Parecen surgir con el bum de las escuelas de cine, y como un modo más accesible de empezar a filmar que un largo, por cuestiones económicas y técnicas. El formato se desarrolla y se generan canales de legitimación propios. Sin embargo, el burócrata del Incaa a cargo de fomentar y bancar proyectos, se encarga de estancarlos en un "camino a", en lugar de intentar ahondar en el trabajo mismo con los cortos.
Luego, Burócrata II boludacea un rato también, se tergiversan datos, se aplaude al popúlico y comienza la función.
Once cortos en pantalla. El nivel, siempre variable. Para el corto nro. 11 inevitable llegar cansado, la mente abarrotada de enanitos peleándose, ganas de ir a cenar.
Hubo mejores y peores: me interesa escribir sobre dos. El primero, "Medianeras", de Gustavo Taretto, se inicia con una lectura socioantropológica de los edificios de Buenos Aires, recortando imágenes muy potentes, contrapuntos arquitectónicos que ponen en juego estilos, tiempos, clases sociales, distribuciones del espacio. "Gramáticas de la ciudad", diría si fuera un filósofo francés o italiano. Dos personajes, él y ella, veinticinconañeros viviendo en sus deptos en la ciudad, inician como voces en off acompañando el montaje de imágenes edilicias. Luego, una historia de desencuentros y encuentros, cercanías lejanas y otros cruces, atravesado todo por trabajos de jóvenes, internet, buscar a Wally, contestadores, chat, psicoanalistas, etc. Todo bien narrado, con un sutil arsenal de recursos técnicos, buen ritmo, humor, emoción, en fin, un lindo corto.
Pero focalizo en el principio, el montaje de fachadas y costados de edificios. El corto lee las disonacias, los anacronismos, las divergencias e incoherencias estilísticas. Ve a la casilla del sub-ocupado reflejada en el vidrio financiero de Puerto Madero, ve a la ciudad mirando al obelisco, de espaldas al río, ve a Juárez Celman y ve a Perón en la distribución de los ladrillos. Es un corto que ve. Recorta imágenes que están en la ciudad. Tiene personajes vivos que no generan pena, que están insatisfechos, pero no por eso melancólicos: personajes en los que se ve la ciudad, pero que ven la ciudad también ellos. Están vivos, están en la ciudad, no son momias egipcias que se pueden ver en el museo en un rinconcito ambientado cual si estuvieran en su lugar original. Ellos son parte de la ciudad y la ciudad es parte de ellos. Es un corto joven, porteño y actual.
El otro que me dio ganas de escribir fue uno que ya había escuchado nombrar, premiado en el BAFICI, "Roberto, electricista de automóviles", de Nicolás Bratosevich. Más pretencioso que "Medianeras", pero no a nivel formal, sino en cuanto a que pretende una programática: el cine como modo de retratar las formas de sociabilidad que la historia deja en el pasado, en honor a los "miles de anónimos que hacen la historia día a día". En fin, para pensarlo: qué distancia hay entre retratar, momificar, anquilosar y dar lugar a otras voces.
Bien, este corto tiene dos partes: una enmarcada en la otra. Dos niveles. Comienza la narración situada en el 2030 d.c., desde las "dunas del norte del gran Buenos Aires", y por entremedio de imágenes entre postapocalípticas y del Sahara, se ve venir a tres personas de lento caminar, vestidas de negras túnicas acordes con un paisaje arábico. Uno de los caminantes encuentra en el piso unos rollos de cinta que se pone a ver a contraluz y comienza a verse en pantalla lo que sería el otro nivel, el enmarcado: la filmación en el taller de Roberto, finalmente.
El film ahora pasa a ser blanco y negro, cambia el filtro de pantalla, la filmación se vuelve sobre ambientes cerrados -el taller- y la cámara “registra” añorables escenas del día a día de Roberto, su esposa y su ayudante. Aquí, el discurrir de lo "cotidiano y natural" lleva a temas de economía, mecánica, familia, automovilismo, desocupación. Al principio, todo acompañado por milonguitas que se suponen constantes en el taller, pero que luego desaparecen del sonido ambiente, quién sabe por qué.
Está explícito en el corto: se busca mostrar lo que el desarrollo histórico va dejando en el pasado, "lo que los poderosos que sobreviven hicieron morir", como se explica sobre el final. Pero para esto recurren a un desdoblamiento temporal cuya interconexión sólo se sostiene en la melancolía a ultranza; un desdoblamiento que hace que la mirada construya a un Roberto como un puro -y en tanto puro, inexistente- Otro, alejado, inaccesible; un Otro con un discurso "simple, sincero", pero que se escucha lleno de baches, por pura benevolencia, un discurso sostenido apenas en la distancia insalvable con que se lo construye -más allá de los modos de la cámara que insinúan una falsa cercanía- y en el estetizamiento mustio de las "pequeñas alegrías" de antaño.
Un ser encerrado en su taller, perdido en el tiempo que pasa por su puerta y por su propio espacio mientras él lo mira pasar mate en mano. Se hace de él un pedazo del muro de Berlín haciendo de pisapapeles en el escritorio de un mal lector de Gramsci. Se lo transforma en un dinosaurio en el medio de Pompeya, pero del que ni la propia Su Giménez podría preguntar ¿viiivo?
29/11/05
Ayer a la tardecita fui con lolamaar a la Noche del corto. Fui luego de estar en el primer día de unas abúlicas jornadas en el rectorado de la UBA, por lo que llegué a las corridas, un pancho y una coca en mis manos a modo de almuerzo muy tardío. Por suerte, lolamaar, que vía mensaje de texto me venía presionando para que llegue rápido, había ido con más tiempo y estaba casi al principio de una cola que se estiraba por varias cuadras. Sí, varias cuadras. Una vez adentro, el burócrata I del Incaa informó, como un éxito, que había quedado fuera, sin poder entrar a esa sala post-cromañón que no admite mucha gente sentada en el piso, una cuadra y media de cola, o de gente, según se prefiera decir.
Burócrata I dio un discurso de tono populista -"Lo único que voy a decir es muchas gracias a ustedes por hacer que todo esto exista", dijo para empezar a decir mucho más que "lo único"-, de tono populista, decía, en el que se notaba constantemente una "alabanza denigratoria" para con el "formato cortos": festejar la gran cantidad de producción de cortos tan sólo como señal de una posible futura buena producción de largometrajes.
Da para pensar el auge de los cortos en Argentina -y no sé afuera. Parecen surgir con el bum de las escuelas de cine, y como un modo más accesible de empezar a filmar que un largo, por cuestiones económicas y técnicas. El formato se desarrolla y se generan canales de legitimación propios. Sin embargo, el burócrata del Incaa a cargo de fomentar y bancar proyectos, se encarga de estancarlos en un "camino a", en lugar de intentar ahondar en el trabajo mismo con los cortos.
Luego, Burócrata II boludacea un rato también, se tergiversan datos, se aplaude al popúlico y comienza la función.
Once cortos en pantalla. El nivel, siempre variable. Para el corto nro. 11 inevitable llegar cansado, la mente abarrotada de enanitos peleándose, ganas de ir a cenar.
Hubo mejores y peores: me interesa escribir sobre dos. El primero, "Medianeras", de Gustavo Taretto, se inicia con una lectura socioantropológica de los edificios de Buenos Aires, recortando imágenes muy potentes, contrapuntos arquitectónicos que ponen en juego estilos, tiempos, clases sociales, distribuciones del espacio. "Gramáticas de la ciudad", diría si fuera un filósofo francés o italiano. Dos personajes, él y ella, veinticinconañeros viviendo en sus deptos en la ciudad, inician como voces en off acompañando el montaje de imágenes edilicias. Luego, una historia de desencuentros y encuentros, cercanías lejanas y otros cruces, atravesado todo por trabajos de jóvenes, internet, buscar a Wally, contestadores, chat, psicoanalistas, etc. Todo bien narrado, con un sutil arsenal de recursos técnicos, buen ritmo, humor, emoción, en fin, un lindo corto.
Pero focalizo en el principio, el montaje de fachadas y costados de edificios. El corto lee las disonacias, los anacronismos, las divergencias e incoherencias estilísticas. Ve a la casilla del sub-ocupado reflejada en el vidrio financiero de Puerto Madero, ve a la ciudad mirando al obelisco, de espaldas al río, ve a Juárez Celman y ve a Perón en la distribución de los ladrillos. Es un corto que ve. Recorta imágenes que están en la ciudad. Tiene personajes vivos que no generan pena, que están insatisfechos, pero no por eso melancólicos: personajes en los que se ve la ciudad, pero que ven la ciudad también ellos. Están vivos, están en la ciudad, no son momias egipcias que se pueden ver en el museo en un rinconcito ambientado cual si estuvieran en su lugar original. Ellos son parte de la ciudad y la ciudad es parte de ellos. Es un corto joven, porteño y actual.
El otro que me dio ganas de escribir fue uno que ya había escuchado nombrar, premiado en el BAFICI, "Roberto, electricista de automóviles", de Nicolás Bratosevich. Más pretencioso que "Medianeras", pero no a nivel formal, sino en cuanto a que pretende una programática: el cine como modo de retratar las formas de sociabilidad que la historia deja en el pasado, en honor a los "miles de anónimos que hacen la historia día a día". En fin, para pensarlo: qué distancia hay entre retratar, momificar, anquilosar y dar lugar a otras voces.
Bien, este corto tiene dos partes: una enmarcada en la otra. Dos niveles. Comienza la narración situada en el 2030 d.c., desde las "dunas del norte del gran Buenos Aires", y por entremedio de imágenes entre postapocalípticas y del Sahara, se ve venir a tres personas de lento caminar, vestidas de negras túnicas acordes con un paisaje arábico. Uno de los caminantes encuentra en el piso unos rollos de cinta que se pone a ver a contraluz y comienza a verse en pantalla lo que sería el otro nivel, el enmarcado: la filmación en el taller de Roberto, finalmente.
El film ahora pasa a ser blanco y negro, cambia el filtro de pantalla, la filmación se vuelve sobre ambientes cerrados -el taller- y la cámara “registra” añorables escenas del día a día de Roberto, su esposa y su ayudante. Aquí, el discurrir de lo "cotidiano y natural" lleva a temas de economía, mecánica, familia, automovilismo, desocupación. Al principio, todo acompañado por milonguitas que se suponen constantes en el taller, pero que luego desaparecen del sonido ambiente, quién sabe por qué.
Está explícito en el corto: se busca mostrar lo que el desarrollo histórico va dejando en el pasado, "lo que los poderosos que sobreviven hicieron morir", como se explica sobre el final. Pero para esto recurren a un desdoblamiento temporal cuya interconexión sólo se sostiene en la melancolía a ultranza; un desdoblamiento que hace que la mirada construya a un Roberto como un puro -y en tanto puro, inexistente- Otro, alejado, inaccesible; un Otro con un discurso "simple, sincero", pero que se escucha lleno de baches, por pura benevolencia, un discurso sostenido apenas en la distancia insalvable con que se lo construye -más allá de los modos de la cámara que insinúan una falsa cercanía- y en el estetizamiento mustio de las "pequeñas alegrías" de antaño.
Un ser encerrado en su taller, perdido en el tiempo que pasa por su puerta y por su propio espacio mientras él lo mira pasar mate en mano. Se hace de él un pedazo del muro de Berlín haciendo de pisapapeles en el escritorio de un mal lector de Gramsci. Se lo transforma en un dinosaurio en el medio de Pompeya, pero del que ni la propia Su Giménez podría preguntar ¿viiivo?
29/11/05
3 Comments:
Los cortos son todos una mierda. Y los cinéfilos también.
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