miércoles, noviembre 02, 2005

Carlos Monzón



Por César Mermet (1923-1978)


Si uno se fija bien, no es más que un flaco. Tiene la desmañada pinta de flaco básico, robusto “por ahora”. Sí, es vigoroso, pero ante todo, un flaco reforzado. Patentiza un aire hosco de hambre infantil, tardíamente compensada, pero no borrada. Músculos longilíneos, puntudos omóplatos clavados como altos muñones de alas cortadas de ángel caído... en la miseria, largo tiempo. Y codos de tero gigante, y clavículas confesadas, de anémico que no olvida; y costillas patéticas y un desairado desgarbo de flaco alto, disfrazado de nuevo fuerte adinerado.

Y ahora está moviéndose. Vea cómo pega, como a destiempo, como salteándose dos compases del ritmo del oponente. Vea cómo lanza una izquierda que parece demasiado cantada, pero que la mandíbula del rival, después de dos inútiles esquives, viene a quedar justamente allí donde ahora llega la maza de su guante. No tira aquí y ahora. Dispara ahora, para llegar después; como los artilleros, su balística traza un gran arco en el tiempo. Y observe cómo el golpe parece empujador, no como un rayo. Pero es un rayo. Un rayo en marejada. El golpe erosionante del agua dulce del río. Un ladino golpe ancho y desgastador y elástico, de marejada nocturna. Monzón es un botero del río, que boxea. Fíjese en su estilo de remero, que palanquea brazos largos. Ahora estúdiele bien eso de quieto que tiene su movimiento. Un centro inmóvil. Cuerpea de pie y en equilibrio la pelea, como parado en la canoa. Vive en un tiempo de cámara lenta, que confunde al rival. Lo que pasa es que su lentitud es precisa. El suyo es un paciente tiempo de agua. Un vigor sumergido: arriba la coda turbia, confusamente ambigua. Abajo el ojo inmóvil del pescado insomne, alerta.

¡Qué cabeza más rara, verdaderamente! Un flequillo huraño, lacio, toldo de malhumor sobre las cejas. Pirincho en la coronilla, como pájaro de las islas. Las cejas montaraces, sobre sus agazapados ojos fijos. Y vale la pena relatar su boca: ancha y bembona y torcida, con la expresión de cuando al chico le faltaban dientes. Escasa pero gruesamente ríe, con indecisa ondulación de tímido, de desvalido, pero cazurro cuerpeador del duro mundo. Es un canillita toba. Un chiquilín jetón, a contramano de los andariveles tendidos bajo la luna; desconfiado, prevenido, golpeado desde siempre. Es un toba de Alto Verde: una isla como un yacaré, que sale a tomar mosquitos, sol, mate y estrellas; grapa y hambre y lluvias orquestales, entre el puerto y el Paraná y un tiempo verde, extenso, frente a la astuta y femenina ciudad de Santa Fe. ¡Pero mire cómo le queda enorme el pantalón! Las piernas se le escapan y le siguen solas, piernas huérfanas, pobres, que sin embargo, terminan en el final feliz de las blancas botitas de lujo. Y ahora es cuando encañona, apunta y persigue a paso lento, con fatal lentitud de puma cebado.

Ahora es cuando en el espacio palpable de su designio, pega y derrumba. Se endereza el rival, y él sigue moviéndose sin apuro, en la duración anfibia de su determinación inexorable, ya conectada al desenlace. Y ésta es la instantánea de cuando, inexplicablemente, duda. Pega y duda. Tiene sobre el final, antes del gran final, un asombro ceñudo, pero infantil, de tipo recio pero herido; de chico solo en medio del ring de la vida, no sabiendo qué cosa viene ahora. Por una fisura de duda -se nota- se le filtra el desconcierto. Cuando el rival está maduro para el sueño, él hace agua. Pero cuando reacciona, su paciencia sigilosa de cazador se hace demoledora certidumbre, y arrodilla a la suerte. Le dicen “escopeta”. Pero es más bien una mágica maza diaguita. Ha conseguido probar que su instinto primitivo es superior a la estéril, desarraigada inteligencia del mundo técnico. Es más duro que este siglo. Pero no más frío. Sí más serio. Más trágico. Monzón no pacta. Está jugado. Tiene como un juramento con su destino. Y como un fanático escepticismo. Dice a veces “Yo peleo con cualquiera”. Pero no lo dice con vanidad. Lo masculla con sentido fatal, teledirigido, sin miedo hacia su sino, ¡sea el que fuera!

Se llama Monzón... Cosa rara, llevar un toba canoero, nombre de viento colérico, de otros cielos remotos...

Ahora escúchelo: habla con una mandioca en la boca, enfurruñado, cabrero. Pero no le crea. Por las comisuras, le asoma y vuelve la flor celeste sucia, de su sonrisa de chico; la breve flor del camalote.

Este tipo que viaja tanto, tiene raíces profundas. Pero no sólo en la tierra y en el agua. En el barro de Alto Verde. Desconcierta a Passolini, a Ives Montand, y a Montecarlo. Pero no a sus compañeros de ginebra. Ellos saben que Monzón tiene resto. Y se rehace. Se da changüí. Pero renace. Como las crecidas cíclicas del río. Y como el monte eterno de las islas.

Buenos Aires, c.1970

6 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

11:36 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

11:37 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

qué bueno!!

10:48 a. m.  
Blogger Luis Chaves said...

mejor que un video. vi a monzón boxear otra vez.

1:59 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Un flaco que peleaba con otros flacos. ¿O hay gordos en la categoría mediano? Ley de equivalencias de peso en el boxeo, ¿no?
Ya sé, autor, no ibas a eso. Pero lo bueno de comentar posts viejos es que se puede opinar impunemente.
Me divierte más la charla técnica que la lírica del boxeo.
Atte,
No Blogo

2:17 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Concuerdo con No Blogo, la charla técnica es mucho más entretenida que la lírica del boxeo.

1:00 a. m.  

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