viernes, marzo 31, 2006

Belén Menéndez, ex de Estévez

¿Alguien se acuerda quién leía esto y en qué radio? Ahora está colgado acá.
Belén Menéndez, ex de Estévez

Esquel, 13/3
Presente:

Belén, seré breve. Es menester que te deje. Entendeme. Dejé de ser pendex, me desperté. Me despegué de ese tren peremnemente. Estrené ese tener que verte de frente. Dejé de quererte, Belén, me rebelé. Dejé de creerte. Es que dejé de tener fe desde que Menem es jefe. Que se mezcle entre gente que estremece es de temer. Que te representen es repelente. Herejes del deber.
Te esperé, Belén, te esperé meses. Te respeté. Te entregué el edén. Te dejé ser. Te enseñé que quererse es ser decente. Me debés ese crecer de repente desde que te besé en el césped. Me debés el creer que tenés que ser rebelde. Me debés el ser de Vélez. ¿De qué querés que me queje?
Me desvelé. Reventé. Me enfermé de verte beber. ¿Te creés que tenés sed ? ¿Qué metés en el jerez, Belén? ¿Qué le ves? Es que dependés de él, ¿entendés?
¿Me querés?, pensé. Te embellecés, se te ve excelente. Te defendés del estrés. De repente querés beber. Tenés que beber. ¡Es vehemente!
¿Qué tenés en mente, Belén? ¿Qué creés que tenés en frente? Dejé de quererte. Belén. Me vengué. Te dejé. Te merecés ese desdén.
Me llevé el Mercedes verde. Me pertenece. Te dejé el nene, René. ¿Qué pretendés? ¿Que le dé leche? ¿Qué le llegue el destete de repente? Me llevé el TEG que te presté. ¿Qué querés, entretenerte? Bebé, vendete, leé, te dejé el best-seller de Pérez Reverte, ¿ves?
Belén, detenete, crecé.

Elmer Estevez.
Gerente de Shell

P.D. Etendeme, Belén. Me perdés.

miércoles, marzo 29, 2006

Casas, de viaje


Fue el primer poeta que llegó al Festival de Poesía del Instituto de México en Costa Rica y estas son sus respuestas. (Vía El Embajador.)

¿Cómo describiría la poesía latinoamericana de hoy?
La poesía latinoamericana está creando, en esos momentos, su propio lenguaje panamericano, un lenguaje que cruza hablas diferentes. "Desde finales de los 90, Buenos Aires es esa especie de laboratorio donde se mezcla todo. Creo que no se escribe poesía argentina, sino que se escribe poesía latinoamericana en Argentina".
¿Podemos hablar de una temática común dentro de la poesía latinoamericana?
Dentro de la poesía latinoamericana no hay una tendencia común: la temática depende de las obsesiones de los poetas. No hay un poeta que mande sobre el resto; lo que existe es una continua gestación del lenguaje. Cuando este se encuentra vivo, está completamente influido, y esto ha dado como resultado una lengua común.
¿Qué valor tiene para usted la poesía?
Considero que el lenguaje poético es importante porque la poesía es lo que limpia el lenguaje para que el lenguaje se mantenga vivo. Además, cuanto menos pala-bras conocés, menos podés hablar y comprenderte a vos mismo. Al contrario, cuando tenés capacidad de expresarte, afrontás la vida de otra manera.
¿Qué es la poesía para usted?
Para mí, es una forma de respirar, es una cosa que no puedo dejar de hacer. En realidad, no escribo para respirar, sino para ser respirado.
¿Definiría su poesía como "objetivista", como usted dice?
A mí no me importa mucho lo de las categorías poéticas, pero sí se puede decir que mis primeras poesías, que recojo en el libro Tuca (1990), son "objevistas" porque abundaba lo descriptivo y apenas aparecía el yo. Poco a poco fui teniendo otros intereses, frutos de mi formación como filósofo. Esto hizo mi poesía algo más compleja, y se ve en obras como Oda
(2004) o El salmón (1996).
¿Cuál es su obra más reciente y qué es lo último en lo que trabaja?
Mi obra más reciente es Los Lemmings y otros (2005), que habla de mis amigos del barrio de Boedo, el barrio de Buenos Aires, donde yo nací. Ahora trabajo en una obra narrativa.
¿Qué espera llevarse de su paso por este Festival de Poesía de Costa Rica?
El festival es una buena oportunidad para cruzar culturas. Yo vengo motivado para conocer cómo se desarrolla la poesía aquí.
¿Por qué usa muletas?
Porque Barilaro me quebró jugando al fútbol el otro día.

lunes, marzo 27, 2006

2002

por Natalia Calzón Flores

Una cabeza, dos ojos, veinte dedos, un calor en la sien y las muelas doloridas de apretar. Y piel con vibrar de gota ¿Hay más grande que la ausencia? El hambre quizás. O, todos los apetitos son el mismo,
Atrás de la pared se escuchan llantos.
Tengo cinco años y me caigo de la trepadora del jardín.
Tengo seis años y me hago pis en el aula porque la maestra dijo Basta de ir al baño.
Tengo siete años y Patricia es la más linda de segundo grado y hace conmigo lo que quiere.
Tengo ocho años y soy la mejor en gimnasia deportiva.
Tengo diez años y mis papás no me dejan hacer lo mismo que hacen las demás chicas. Tengo diez años y miento.
Tengo once años y tengo novio. Tengo once años y mi novio es Franco. Nunca nos dimos besos en la boca. Tengo once años y Franco me encanta, me da tanta vergüenza gustar de él que no sé muy bien cómo comportarme, cuando llega la noche no duermo. Imagino cómo va a ser el día siguiente, cuando lo vea. Tengo once años y el cuerpo me tiembla si pienso en darle un beso en la boca, y si lo pienso mucho no puedo dormir.
Tengo once años y me siento más grande que la gente grande.
Tengo doce años y soy la chica con la peor conducta del colegio. Tengo doce años y mis maestras dicen que tengo que ir al psicólogo.
El psicólogo dice que adentro mío tengo más de doce años.
Tengo doce años y M. me da un beso en el baño del colegio y me toca las tetitas incipientes por abajo del uniforme. Por tres noches no duermo.
Tengo trece años, me cambio de escuela y soy Nadie.
Tengo catorce años y me fumo mi primer porro.
Tengo catorce años y soy expulsada de la escuela.
Tengo quince años y me enamoro como una condenada.
Tengo diecisiete años y tengo un aborto
Tengo dieciocho años y estudio teatro.
Tengo dieciocho años y en mis clases de teatro aprendo el ejercicio “tengo cinco años...”
Tengo diecinueve años y estoy embarazada
"20 años, un hijo"
No sé para donde voy
No quiero crecer, no soy infantil
Tengo veintidós años y me mudé a una casa con patio.

sábado, marzo 25, 2006

metironometiro



Adriana Minoliti - fotonovelas digitales 81 x 90cm - 2004.
(La serie completa y más en el excelente artechacra.)

miércoles, marzo 22, 2006

El gran musical

Por David Wapner

1

A mediados de 1975, mi preocupación excluyente era mi banda de rock "elaborado", León Dormido. Ensayábamos en el altillo de Hugo Mazzeo, el bajista, a cinco cuadras de mi casa; todos éramos vecinos, de La Paternal. Tocábamos canciones que se llamaban "Tema del tonto", "Tema del asno": tocábamos temas.

2

A fines de aquel año, yo andaba detrás de una audición para tocar en "El gran musical", el programa de Leo Rivas, que emitía Canal 7.
Leo Rivas, un tipo afecto a decir latiguillos del tipo "¡arrimate (animate), tomate un mate!", o su variante "¡vamos, copate, tomate un mate!", conducía en los primeros 70 "El gran musical del mate", único espacio diurno en la radio comercial que transmitía rock nacional, y no sólo en grabaciones, también recitales en vivo. En el 74, "El gran musical" pasó a la televisión: media hora cada día (o una) en donde desfiló toda la fauna de bandas y solistas de esa época.
Yo quería que toquemos allí, y me puse en contacto con el productor, un tal Leguizamón.
"Leguizamón", les decía a mis compañeros Andrés, José y el Tano Mazzeo, y creaba una esperanza. "Leguiizamón", pensaba yo, como el Cuchi, a lo mejor debe ser hijo del Cuchi. No es nada raro que les haya dicho a mis amigos, "Leguizamón es el hijo del Cuchi". A lo mejor era así.

3

Leguizamón se demoró en darnos una fecha, hasta que para el otoño de 1976 nos programaron una audición. Se me confunden las fechas; yo, para entonces, era un estudiante de medicina. Pero pudo haber sido marzo, o abril a lo sumo. Lo digo por el detalle de "Invisible". Después de habernos escuchado,
nos contó Leguizamón algo así: los capos de la compañía discográfica en donde grababa Invisible le había ordenado a Spinetta disolver la banda. Les sugería pasar a otra etapa, a una música más tranquila, porque se venía un cambio de mano. ¿Por qué nos contó eso, Leguizamón? ¿Para desalentarnos? ¿Para empujarnos a la separación también a nosotros? ¿Era una advertencia? ¿De qué? ¿Qué le importaba León Dormido?
A decir verdad, no habíamos tocado muy bien; yo, en especial, estaba muy nervioso. El volumen: falló el volumen. El estudio: en un piso pelado del edificio Alas. Leguizamón comentó "Ah, claro, en la línea de... " Y más cosas, que no decían nada. No me aguanté y le pregunté, "¿pero tocamos o no tocamos?"

Recuerdo, desarmamos.

4

El 24 de marzo, el vespertino "La Razón" inauguró una nueva sección dedicada a arquitectura. La nota central, y de portada, se dedicaba al proyecto para una torre de oficinas a levantarse en Catalinas Norte. O no: me parece que trataba de una torre que se levantaría en la City, en la esquina de San Martín y Reconquista, si no me equivoco, para sede del banco de Santa Fe.


mardablogues.zoomblog.com

Marcos López

martes, marzo 21, 2006

Una mano

Por David Wapner

1

A las ocho de la mañana del 26 de marzo de 1976 pasé el puesto de control instalado en la entrada de la Facultad de Medicina de la UBA, sobre la calle Paraguay, para comenzar a cursar mi primer y único semestre en aquella casa.
Un policía, dos soldados, revisaban bolsos, carteras, documentos; terminado el trámite, se giraba a la izquierda, o a la derecha, o se tomaba uno de los ascensores que estaban al frente.
Yo no sabía, pregunté, y me tocaron los ascensores.
Había mucha gente en aquella clase inicial de la cátedra, que no era la de De Robertis, quien murió ese mismo año; la mía era otra, con menos prestigio, pero eso no es importante ahora. Interesa que yo tomaba apuntes, desde el fondo de un anfiteatro, y que entre el gentío estaba Marmer, un conocido del colegio secundario. Y, casualidad, también otro de la primaria, Ricardo.

Se comentaba que la profesora, que explicaba embriología, tenía un pecho artificial, y que había sufrido cáncer. Tenía una energía que impresionaba; yo ya comenzaba a marearme; fiché a Marmer, estaba concentrado. Cuando terminó el teórico nos saludamos, intercambiamos impresiones (él sería en un futuro un doctor Marmer) y cada uno se fue a lo suyo. Yo, a mi grupo de trabajos prácticos de anatomía. Éramos unos diez y un ayudante, todos con guardapolvos y guantes de látex. Sobre una mesa de mármol, descansaba una mano de verdad.

2

"Desde hoy, y hasta el final de la carrera, aprenderemos cuarenta mil palabras nuevas.", había dicho el ayudante de trabajos prácticos. Epiplones, distal, sagital, proximal, economía (por cuerpo).

Pasaba bastantes horas en la biblioteca, pero allí no estudiaba. Pedía, por ejemplo, libros sobre malformaciones congénitas, o enfermedades de la piel, o diccionarios. Había, recuerdo, un tratado de fisiología en verso, escrito por el bibliotecario, que compré, y más tarde perdí. También escribía, o dibujaba. Pero a medida que me iba haciendo canchero, dormía, la cabeza apoyada sobre la mesa, o sobre el libro abierto. Cierta vez -yo leía, o dormía- dos estudiantes, bastante mayores que yo, bien trajeados, se sentaron cada uno al lado de una chica que estudiaba sentada frente a mí. La saludaron, le hablaron de una traducción con la cual ella les iría ayudar, y le dijeron que se encontrarían tal tarde en la casa de uno de ellos. Ella estuvo de acuerdo y luego se tuvo que ir. Cuando ya no la vieron, pero mirando hacia el rumbo por donde la muchacha se había marchado, uno de los estudiantes largó "esta perdió como en la guerra".

3

Otras tardes me iba directo al auditorio en donde se daban conciertos que transmitía Radio Nacional. El "Mono" Villegas, con su corte de mujeres mayores; el cuarteto de guitarras Martínez-Zárate; trios, cuartetos de cámara, pianistas: lo importante era sentarse allí, escuchar, descansar, olvidarse del formol (lo paradógico es que toda vez que me acuerdo de aquellos recitales, me arden los ojos).

De ahí, me iba caminando hasta el centro, o hasta el bajo. Comía pizza, revisaba librerías, disquerías, a veces compraba diarios extranjeros: O Globo, El Mercurio, Corriere della Sera. Regresaba embotado a casa.

4

Una mañana, sentado en uno de los bares que estaban frente a la facultad, tomando te, comiendo medialunas, escribiendo en un cuaderno, tuve ganas de ir de vientre. Busqué una novela que llevaba en mi bolso y me senté en el baño, que era cómodo, bastante amplio y limpio. Estaba en plena faena, compenetrado en cuerpo y alma, cuando siento alboroto. Y de inmediato golpearon a mi puerta, y preguntaron "quién está ahí", al tiempo que la pateaban, metían un borceguí y el cañón de un FAL, y yo gritaba "¡soy yo, un estudiante de medicina!" Le pasé el DNI a la mano del soldado que lo pedía, me limpié, me levanté los pantalones, salí.

No me esperaban para detenerme, uno de los mozos me entregó el documento, "operativo", murmuró. Miré hacia afuera: soldados con fusiles, un tanque, "la pucha, rodearon la manzana."

domingo, marzo 19, 2006

Todos juntos

Por David Wapner

Año 1977, cuatro y media de la madrugada, salía de una diversión en casa de unos amigos, los mellizos Damonte. Caminaba por Libertador en dirección a Callao, rumbo a la parada del 124, de regreso a casa. Llevaba una flauta dulce en la mano: una flauta dulce. Era día de semana, no caminaba nadie por mi vereda; todo debía estar cerrado a esa hora, por muy tarde, o por demasiado temprano.

Pero fui a pasar por el único bar abierto en aquella avenida.
Dos mesas a la calle, tres más en el interior del local, cinco o seis parroquianos, todos policías.

-A ver, vos, vení acá.

Era un gordo de civil, me detuve.

-¿De dónde venís?

Yo sudaba.

-De una fiesta.
-Mostrame los documentos.
Pensaba, mientras buscaba en los bolsillos, "ahora los perdí, estoy sonado." Estaban, los mostré.

-¿En dónde viven tus amigos?
-Acá, en Libertador.
-¿Y qué llevás en la mano?
-Una flauta.

El oficial, a quien decían comisario, le daba al whisky.
-¿Y qué sabés tocar? A ver, tocate algo.
Los que estaban con él hicieron risitas.
El comisario agregó:
-Hasta que no toqués algo, de aquí no te vas.

Yo, ¿qué podía hacer?, me puse a tocar.
-Vamos, más fuerte.
Con un nudo en la garganta, soplaba "Todos juntos" de "Los Jaivas".
Terminé en cualquier nota.

-¿Puedo irme a mi casa?
-Tocate otra.
Entre las risas de los otros policías, se oyó una voz que dijo:
-Dale, dejalo ir al pibe, ya está.
El comisario se puso pesado:
-Primero que toque otra.
-Vamos, viejo -le dijeron-, son las cinco de la mañana, hay que cerrar el bar, dejalo ir.
Me devolvió los documentos.
-No vuelvas a pasar por aquí, la próxima vas en cana.
Tomé velocidad por Libertador, a punto de llorar, "llego a casa y me meto en el baño."

viernes, marzo 17, 2006

Infografías

En Mirá! un video del grupo noruego Royksopp cuenta, en una infografía continua, el día entero de una mujer en Londres. Dan ganas de escribir así, pero a la criolla. ¿Cómo sería la infografía del día de un oficinista porteño? Con más interrupciones, más parches, todo menos fluido, zonas oscuras, zonas azarosas, desvíos. Infografías de piquetes. O la infografía del día de un pibe chorro, por ejemplo, con la circulación funcional de merca, sangre, cerveza, balas, armas, muertos, morgues, policías...

jueves, marzo 16, 2006

Inconfesables 5

por Adriana Battu

Cada vez que dejo un comment, actualizo la página del blog tres o cuatro veces hasta que el numerito cambia. No salgo de ahí hasta que no veo el numerito cambiar. Los comments se dejan como dejan los perros su firma en el árbol; pasan, huelen, levantan la pata y dejan su "I was here".

Lluvia nocturna detrás de la estación de servicio

por Joaquín Giannuzzi


Bajo la lluvia nocturna, una tumba caótica
de cosas abandonadas a sí mismas
que demora en cerrarse. Pero todavía el conjunto
puede volverse creador sobre su propio sueño.
En esta decantación del desorden
una fría suciedad pegajosa, un estado de frontera
de objetos a punto de perder su identidad.
En la inmóvil confusión gotea el agua
silenciosa. Envuelve llantas reventadas,
botellas astilladas, ruinas de plástico, recipientes chupados,
cajones despanzurrados, metales llevados
a un límite de torsión, quebraduras,
andrajos no identificados, asimetrías tornasoladas
por la grasa negra. He aquí una crisis de negación
en esta abandonada degradación intelectual
de criaturas seriadas, nacidas a partir
de la materia martirizada, la idea y el deleite
y que fueron manipuladas, raspadas, roídas, girando
sobre chapas rígidas y correas de transmisión
y en definitiva condenadas por lo monótono.
Pero en aquella derrota humana de las cosas,
en los desperdicios mojados podían descubrirse
figuras creadas a partir de la mezcla,
diseños irreales arrebatados a lo fortuito:
y entre gotas de lluvia y aceite quemado
una intención de belleza y de formas cumplidas
bajo la maloliente oscuridad.


(más, acá)

miércoles, marzo 15, 2006

Cheape

martes, marzo 14, 2006

Va-K

lunes, marzo 13, 2006

El puntapié inicial

por Pedro Mairal
Esto es para agradecer a mis amigos del fútbol de los jueves. Yo juego mal al fútbol. Cosa que es bastante notoria. Ellos me dejan jugar igual, como esos grupos que tienen un amigo en silla de ruedas y lo integran a todo. En realidad, empecé por un error. Me invitaron un día en joda a dar "el puntapié inicial", como si fuera Xuxa, o algo así. Y fui. Estaba en jeans y por suerte en zapatillas, porque faltó un jugador y mi puntapié inicial se prolongó una hora cuarenta. Al día siguiente me dolían las piernas, y a los dos días no me podía mover. Pero volví y sigo yendo, y de vez en cuando en la confusión del área meto un gol.
No podría decir que ahora después de veinte años "volví a jugar", porque en realidad justamente lo que me pasaba es que antes no podía "jugar". Para que se entienda lo mal que la pasaba en la infancia, va este texto que salió hace cinco años en la ya inexistente revista Latido, en un número que trataba sobre la vergüenza. Hoy ya no lo escribiría. No me quiero hacer el superado, diciendo que mis torpezas ya no me molestan, pero sí es cierto que me las tomo con otra filosofía. Y además ahora soy de Racing por adopción (pero eso es para contar en otro momento). A los amigos del fútbol de los jueves, entonces, muchas gracias.
El Extranjero
Se me ocurren varias cosas que me dan vergüenza, por ejemplo: despedirme de alguien con un gran abrazo a la salida de una fiesta y después ir caminando los dos para el mismo lado. Que un mago me elija como voluntario. Los diálogos de ascensor. Salir del cuarto oscuro y poner el voto en la urna. Ganar. Contestar preguntas sobre el oficio de escritor en los períodos en que no estoy escribiendo. El fútbol... Sí, el fútbol, que tanta alegría le da a tanta gente, para mí siempre ha sido motivo de bochorno. El desinterés por el fútbol te vuelve un poco menos argentino, un poco menos hombre. Yo padecí eso toda la vida. Me hubiese gustado ser parte de la gran hermandad futbolística, poder integrarme a la memoria colectiva de cada domingo y hablar después durante la semana, como los porteros, de vereda a vereda, como los oficinistas, de escritorio a escritorio, cargándose por derrotas y rivalidades, insultándose de esa manera tan colorida y ocurrente. Pero el fútbol siempre me expulsó.
Nunca logré ser de ningún equipo. En casa me habían regalado una camiseta de Boca. Yo me la puse un par de veces y la sentí como un disfraz. Un día me vino a visitar Gonzalo, un compañero de primer grado, y cuando vio la camiseta se rió de mí, me despreció porque él era de River. Finalmente me convenció para que me uniera a los millonarios y yo acepté. Hice un gran esfuerzo pero fue en vano, no me interesaban las formaciones, ni los resultados, ni los cantitos, y así quedé sin camiseta, condenado a revelar mi desnudez apátrida cada vez que me preguntan de qué equipo soy.
Como jugador, mi historia no es mucho mejor. En el colegio, en el recreo de las diez y diez, salíamos corriendo de la clase y los dos líderes hacían “pan y queso” en las baldosas del patio. El que le pisaba la punta del pie al otro empezaba a elegir. Iban seleccionando a los mejores, y cada elegido se unía contento a uno de los dos equipos que se iban formando. Los pataduras íbamos quedando entre los últimos. Vos veías que tu amigo buscaba un jugador entre los aspirantes y te evitaba la mirada una y otra vez, como si fueras transparente. Él sabía que vos estabas ahí, pero no te elegía porque la victoria era más importante que las sutilezas de la amistad. Yo quedaba último o anteúltimo, sin decir nada (porque suplicar era peor), hasta que me elegían porque no quedaba más remedio.
Nos poníamos a jugar en el patio de cemento, donde había dos o tres partidos simultáneos. Lo que me empezaba a pasar a mí en ese momento es difícil de explicar. Era como que te sienten en una orquesta filarmónica a tocar un instrumento con el que ensayaste apenas un par de veces. Tenés miedo de arruinar todo, miedo a equivocarte, a ser una vergüenza para la historia de la música, pifiar algo grosero en pleno concierto y que se interrumpa la función por tu culpa. Esa era la sensación que tenía. Mi equipo hacía jugadas magistrales hasta que la pelota llegaba a mis pies, que estaban totalmente fuera de tono y entonces yo pifiaba, pateaba mal o me la sacaban los contrarios y arruinaba toda la jugada, todo el esfuerzo de mis amigos. Y lo peor es que ellos, por ahí, no decían nada, o a lo sumo, mientras volvíamos a la media cancha después del gol de los contrarios, decían “Pónganse las pilas, muchachos”, y yo sabía que eso estaba dirigido enteramente a mí.
Cuando me preguntan de qué equipo soy, contesto: “De ninguno; no soy muy futbolero”. Prefiero ese baldazo de agua fría, esa confesión antipática, a intentar simular una pasión por alguna camiseta, porque si lo hago, enseguida sale a la luz mi ignorancia y es mucho peor quedar como impostor que como extranjero.
Hace poco un taxista me preguntó de qué equipo era y yo quise contestar como siempre, pero supongo que lo dije con tono de fastidio porque me preguntó si me molestaba el tema. Yo le dije: “¿A vos te gusta el ballet?” “No”, me contestó. “A mí tampoco, no me gusta nada”, le dije. “Ahora imaginate que el país entero fuera fanático del ballet y a vos no te gusta el ballet. La gente va los domingos a ver ballet a los teatros; unos son fanáticos de Maximiliano Guerra, otros de Julio Bocca; y en cada teatro compiten dos bailarines y bailarinas. Imaginate que paran el tráfico por la cantidad de gente que va a ver ballet, que los noticieros le dedican quince minutos todos los días al ballet, imaginate si hubiera siete canales de TV que pasan sólo ballet.” El taxista me miraba por el espejito. Yo seguí: “Imaginate que los pasajeros que se suben al taxi te hablen de la coreografía y los saltos geniales que hizo un bailarín el domingo y vos no lo viste y no te gusta el ballet. En la calle todos hablan de ballet, las tapitas de gaseosa tienen adentro imágenes de bailarines. Cuando un chico nace ya el padre lo hace fan de un bailarín. Los chicos en la plaza ponen música y bailan. Hay barrabravas de ballet, se matan a cadenazos y balazos a la salida del Colón cuando es la gran final. Una o dos veces por mes alguien te pregunta ‘¿Vos de qué bailarín sos?’, y vos no sos de ningún bailarín. Lo decís y te miran raro. La gente en los bares mira ballet por televisión...” A esta altura el tipo empezó a resoplar, así que no le di más ejemplos y le pregunté: “¿Me entendés?”. “Si”, me contestó, “te entiendo”. “¿Cómo te sentirías vos si la cosa fuera así?”, le pregunté. “Y... no... claro”, contestó, después se quedó callado y al rato dijo: “Pero no vas a comparar el fútbol con el ballet”. Y yo me hundí un poco en el asiento y miré por la ventanilla con vergüenza porque pensé que él quizá tenía razón.
(octubre de 2001, Revista Latido, nº 28)

sábado, marzo 11, 2006

Hay que animarse a todo

viernes, marzo 10, 2006

El cuestionario como un viaje de ida (6)



Hoy responde: Samanta Schweblin


1.¿Qué está leyendo en este momento?
“Levantad, carpinteros, las vigas del tejado” de J. D. Salinger. Me faltan pocas páginas pero ya puedo augurar un final extraordinario.

2. ¿Qué cosas la inspiran?
Leer (pero no tiene que ser algo demasiado bueno: me indigna leer autores extraordinarios por que siento que el Todo Poderoso no fue demasiado justo conmigo a la hora de la repartija). También los breves momentos de ocio del everyday: el colectivo, las salas de espera, de pie frente a la pava, conducir por la autopista, la cola del banco, cosas así. Un momento del día en el que pueden surgir ideas que me interesan es a la noche, cuando leo en la cama antes de quedarme dormida: leo muy pocas páginas, nunca más de veinte o treinta, y no tengo la menor idea de lo que dicen; la modorra y el confuso relajo de las palabras impresas suele ser un gran disparador de ideas.

3. ¿Cuáles son sus obsesiones y sus temas favoritos?
La falta, el vacío, lo oscuro. El absurdo y el caos. Y más puntualmente se me ocurren ahora algunos espacios, como el descampado, la pampa, lugares muy amplios en los que si se anda a oscuras se tiene la sensación de estar expuesto desde todos los francos. También las multitudes. La mirada ambigua de casi cualquier animal. La inercia de los personajes contra la violencia irreversible de una historia.

4. ¿Ha recibido algún premio? ¿Qué se siente?
El Fondo Nacional de las Artes y Haroldo Conti (los dos en el 2001). Económicamente se siente muy bien. Nada es gratis, así que uno se siente un poco desorientado al principio, pero se adapta al instante. Como reconocimiento los premios generan mucha energía y ganas de trabajar, pero hay que tener presente que no tienen mucho que ver con la calidad de la obra.

5. ¿A qué hora del día escribe y dónde?
Temprano a la mañana, antes de empezar a trabajar, o por la noche, antes de acostarme. Trabajo de manera independiente así que puedo organizarme bien con los horarios. Cuando tengo una idea fuerte que necesita más de tres o cuatro horas seguidas de trabajo suelo tomarme uno o dos días, desaparecer del mundo y escribir lo que haya que escribir. Necesito estar sola, eso si. Puedo anotar una idea en el colectivo, en un café, o incluso puedo corregir sin problema rodeada de un gran quilombo. Pero para escribir necesito estar en silencio. Desconecto Internet, bajo el volumen del teléfono, etc. Necesito estar segura de que nada va a interrumpirme.

6. ¿Qué sitios de la web visita con más frecuencia?
Gran parte de mi trabajo se relaciona con Internet así que paso muchas horas navegando. Quizá justamente por eso prefiero acercarme a la literatura de otra manera, hay muy buenos sitios y blogs sobre el tema, pero mis visitas son muy eventuales. En cambio, no salgo de casa sin consultar la página del Weather Channel, y me declaro orgullosa adicta de Google… Las diez primeras páginas de Google sobre cualquier búsqueda siempre, pero siempre, superarán la austeridad y la tiranía de la Real Academia Española. Una página genial que me pasaron ayer: http://www.tusecreto.com.ar/ : sin palabras, una muestra de que todos somos grandes escritores, les va a encantar. Y otra http://www.pandora.com/, vayan y jueguen.

7. ¿La literatura tiene sentido más allá del narcisismo? ¿Por qué?
No me gustan estas preguntas, ni siquiera puedo decir “si” o “no” porque detrás siempre escriben “¿por qué?”...
Se me ocurre un escape fácil: están los tipos que tienen coche porque lo necesitan para trabajar, están los que tienen coche porque lo heredaron del padre –con su propia cultura dé como debe ser conducido y cuidado-, y están los tienen coche por que suponen –o ya comprobaron- que es algo sumamente útil, ya sea para fanfarronear, para no tener que cargar con los bolsos, o porque con él puede llegarse a sitios que no pueden alcanzarse de ninguna otra manera.
Samanta Schweblin nació en Buenos Aires en 1978. Es egresada de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA, donde se especializó en el área de guión cinematográfico. Publicó en 2002 el libro de cuentos El núcleo del disturbio (Destino). Su cuento "El cavador" fue incluido en La joven guardia (Norma, 2005). (Aquí un cuento en El interpretador)

miércoles, marzo 08, 2006

Fútbol interprovincial


"Le Remiser Absolut" desafía a "Voila le equipe", el sitio oficial de los escritores cordobeses. Cuando quieran, un cinco a cinco. Fecha y lugar a definir.

martes, marzo 07, 2006

Remisería, gomería y anexos

lunes, marzo 06, 2006

Un galope lejano

Por Ignacio Molina

En el campo, cuando paría alguna de las perras, uno de los peones mataba a la mitad de los cachorros con golpes en la cabeza.
–Tac, les daba un golpe seco con la empuñadura del rebenque, y después los tiraba al pozo ciego –contó J mientras comíamos en su casa, y el resto de la mesa se mostró horrorizado.
*
Para llegar al campo de mis primos desde el pueblo en que veraneábamos había que hacer ocho kilómetros por un camino de tierra. Para mí, la mejor parte del viaje era cuando teníamos que cruzar el arroyo: a medida que nos acercábamos, se agrandaban mis ganas de que estuviera crecido y de que no pudiéramos pasar. Imaginaba que yo tendría que meterme en el agua hasta la cintura para empujar el auto, y que cuando llegáramos a la casa y vieran mis pantalones mojados y sucios todos me felicitarían por mi trabajo.

Una mañana, después de una noche lluviosa, parte de mis deseos se cumplieron. Entre el barro y el agua, el auto de mi abuelo se quedó empantanado. No pudimos avisarle a nadie, y recién una hora después el capataz de un campo vecino pasó por ahí y nos ofreció ayuda, ató una soga al guardabarros del coche y lo remolcó con su caballo.

Otra mañana, no muy lejos del casco y con el yute de las alpargatas mojado por el rocío, descubrimos un círculo de yuyos quemados. Tenía unos diez metros de diámetro y estaba perfectamente delimitado. Por lo que supe años después, en ese lugar nunca volvió a crecer ningún tipo de plantación.

Una tarde de ese mismo verano, mientras andaba a caballo con el peón asesino de cachorros, nos pareció ver un bulto extraño cerca de un alambrado. Yo iba en la parte de atrás de la montura, y desde ahí intentaba aprender a manejar las riendas. Cuando llegamos a dos metros del bulto él me pidió que bajara. Al principio pensé que era una ilusión óptica producida por el sol, pero no: lo que había entre los yuyales era la cabeza de una vaca.

El peón, sin hacer demasiados comentarios, sacó una bolsa de sus bombachas, guardó la cabeza y ató las manijas de nylon a un costado de la montura. Mientras volvíamos en silencio al establo, yo no podía dejar de relacionar ese hallazgo con el del círculo dejado por el objeto extraterrestre. Y esa noche, de vuelta en el pueblo, me puse a llorar sin sonido contra la almohada: en la oscuridad de la pieza me parecía oír el rumor de un trote lejano, y continuaba sintiendo en un tobillo el rítmico golpeteo de la cabeza ensangrentada.
*
–No sé por qué lo hacía, pero yo alguna vez también tuve que matar a un par de perritos –confesó J el miércoles pasado, pero, presionado por los gestos y los retos de los demás, tuvo que desdecirse enseguida: –No, mentira, estoy jodiendo: una vez él me pasó un rebenque dado vuelta después de un parto, pero al toque yo me subí al Azabache y empecé a galopar.

domingo, marzo 05, 2006

bodas de fuego en la letra argentina

Por El Remisero Absoluto

El siglo XXI literario argentino se abre con la muerte de Saer y el coletazo final de la polémica entre Quintín y Fogwill. En algún punto la bipartición ya estaba planteada desde hace tiempo, pero innegablemente empezó a hacer eclosión hace un par de años. De allí que, cuando muera Sábato -si es que muere, eso hay que verlo todavía-, la pregunta se impone: ¿quién va a ocupar el lugar del referente cultural? (Ñ seguro va a sacar una nota titulada "¿y ahora quién?" que va a venir con fixture.) Lo que queda claro es que el trono aparece vacante y tanto Piglia como Tomas Eloy están muy lejos para hacer la gran Ricardo III y reclamarlo. En todo caso, la figura de cartón para la feria del libro es menos importante que esa latente dicotomía que se dibuja cada vez más fuerte en el campito cultural porteño. Castillo vs. Fogwill, la gran pelea. Aparte de sus obras, sus hijos deberán optar por recorridos que, si no abismalmente diferentes, ya se vislumbran con presentes divergentes y, en muchos puntos, irreconciliables.

Un comment de Natalix

Fogwill dixit en Revista Olverio (a propósito de criticarlo políticamente, sí, pero lo dijo) que ubicaría a Castillo entre los 10 mejores escritores Argentinos.

La fuente: www.deloscuatrovientos.com.ar

"Tom Lupo: Hay en la Argentina una costumbre de asociar a algunos autores con su posición política, y de alguna manera eso tiñe su obra. ¿Usted cree que la posición política puede tener incidencia en la creación?

Fogwill: No, para nada, y por otra parte, ¿quién puede saber la verdadera posición política? Además, te diría que de los grupos sociales y profesionales de la Argentina una de los menos politizados y más naif políticamente es el de los escritores. Solamente tomá, lo que podríamos decir los diez mejores escritores argentinos, en los que todos vamos a coincidir con cinco o con cuatro, y te queda un panorama... Borges fue conservador; Abelardo Castillo fue del PI... del PI, eso ya te pinta todo; y Aira es apolítico; Osvaldo Lamborghini fue mandorista??? y Leonidas Lamborghini fue videgalista?????; Rodolfo Walsh fue del Movimiento de Liberación Nacional, el Movimiento Licérgico Nacional, dónde también estuvo Viñas, y terminó montonero. Así que vos te das cuenta que todas estas son decisiones naif. Y sin embargo están entre los mejores escritores argentinos, y cuando digo esto me refiero a mi ranking mental. Leonidas escribió, para mí, los dos mejores libros del año pasado: Trento, la novela, y Mirada hacia???, el poema. Y eso que es catorce años mayor que yo. Mi hijo menor no me cree que haya gente catorce años más grande que yo, que sea mi edad más la de mi nene grande."

viernes, marzo 03, 2006

El ahorcado

por Juan Diego Incardona.

Me acuerdo que llovía, no, más bien garuaba. Corría 1982 y estábamos en plena guerra. En el colegio todo estaba embanderado. Nosotros con escarapelas. Mi hermana María Laura había ganado en su salita una tortuga que se llamaba Argentina. Todavía muerde los pies en la casa de mi familia. En otra salita había una tortuga que se llamaba Malvina. En otra Soledad. A todas las sortearon. Mi hermana traía a Argentina, que era muy chiquita, en una caja de zapatos. Yo tenía una radio que me había regalado mi abuelo y que había llevado al colegio para escuchar información sobre lo que estaba pasando en las Malvinas. Estaba obsesionado. Era chico pero la guerra me fascinaba. En casa, los soldaditos luchaban en la pieza o se disputaban baldosas entre las macetas del patio. Mis recuerdos son confusos. Estaba la guerra y la escuela. Estaba mi hermana, estaba yo, estaban otros chicos en la parada del colectivo, esperando el 28 o el 21 en el puente Chicago en Mataderos, sobre la General Paz debajo de la Avenida de los Corrales. Era otoño, no me acuerdo bien qué mes. Oscurecía rápidamente. Parece un pozo de sombras la noche y garúa, se acentúa la garúa en la memoria ahora que vuelvo, al puente y a la loma del costado donde nos tirábamos con mi hermana para rodar y reírnos interminablemente. Dejamos pasar dos colectivos que venían llenos porque era imposible subir. La lluvia se hacía más intensa, creo. Vino un 28. Subimos. Dos escolares. Era un día especial, con detalles para el futuro, para este relato. Llegando a Crovara, una frenada fuerte, un golpe. Era la primera vez que estaba en un choque. Varios pasajeros quedaron despatarrados en el pasillo. Mi hermana entre ellos. La levanté. Empezó a llorar, pero estaba bien. ¡Argentina! ¡Argentina!, me decía, desesperada. La caja estaba tirada debajo de un asiento, abierta. La tortuguita ensayaba sus primeros pasos en medio del desconcierto, que ignoraba. Volví a meterla en la caja y se la di a María Laura, que de a poco se calmó. Los pasajeros volvían a ponerse de pie. El chofer tenía bigotes, estoy seguro. Yo me golpeé la frente con un fierro. Tenía un chichón. Del lado derecho. Después de un rato, arrancamos otra vez y seguimos viaje. Pasamos el barrio Piedrabuena, después Madero, hasta que por fin llegamos a Chilavert y nos bajamos.
Hacia atrás el día se vuelve nocturno tras su manto de neblinas y rocío helado. Generalmente caminábamos las diez cuadras hasta nuestra casa, en Ugarte y Giribone, pero a veces esperábamos el 143, o el 36, como en esta oportunidad fría, oscura, de noche otoñal cada vez más cerrada y desolada. Nuestra madre estaría preocupada. María Laura lloraba por momentos y recordaba el choque. Los colectivos no venían más. Para distraer a mi hermanita se me ocurrió prender la radio. Hablaban de la guerra. Combaten en las Georgias soldados heroicos de la Patria.
Por suerte un 143 asomó la nariz por Avenida Cruz, en Lugano, al otro lado de la General Paz. Dio la media vuelta por Chilavert y nos levantó. El chofer nos dejó pasar sin pagar. Esta vez no tuvimos problemas. San Pedrito derecho, llegamos a Olavarría. Nos paramos y tocamos el timbre. Antes de bajar, pudimos ver el amontonamiento de gente. Qué pasa, me preguntó mi hermana. No sé, ni idea. Nos bajamos. Frente a nosotros, un grupo bastante numeroso rodeaba el Tanque de Celina. A ver. Cruzamos la calle y nos acercamos. Nos metimos entre la gente hasta que llegamos a la parte de adelante. Allí lo vimos. Es una estampa en mi cabeza: del árbol viejo junto al Tanque cuelga un bulto pesado, oscilante.
Nadie podía tocarlo. Esperaban a un juez o algo así. Como Galileo observando las arañas en la catedral de Pisa, ahora lo sé, nosotros, ojos vírgenes, veíamos el balanceo del péndulo en aquél, nuestro primer muerto. Ahhh, gritó mi hermana. Le tapé los ojos. Yo no pude dejar de mirarlo: su figura recortando el aire, su cuerpo modificando ese paisaje para siempre, aunque fue sólo un momento breve, rodeado de gente pero tan solo, repleto de miradas pero tan solo como un pájaro que vuela en la noche.
En los años posteriores se tejieron toda clase de historias acerca del ahorcado del Tanque: que vivía en la calle Caaguazú, que su hijo había muerto en las Malvinas, que era su hijo único, que no pudo tolerarlo.
Después de un rato volvimos a casa.
Me acuerdo que llovía, no, más bien garuaba. 1982 pendular que se balancea, que va y viene hacia mí, de mí. Malvinas y Villa Celina. Un cuerpo abandonado al frío, libre de vos, pero no de mí. No de mí.

miércoles, marzo 01, 2006

Una misma escuela




Ya lo mostró Monolingua aquella vez cuando Liliana Heker analizaba su propio cuento en el curso "El cuento y sus secretos".
Ahora en una entrevista a Abelardo Castillo en Ciudad Internet (Clarín), el subtítulo dice:
"Hace años que dicta un taller literario, en el que lee sus propios textos y les exige a sus alumnos que se los critiquen".
A sus alumnos va la pregunta: ¿Es cierto que Castillo hace eso?

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