Por David Wapner"¡Hombre tanque en coma inducido!"
Arik Sharón yace inconsciente desde hace una semana más o menos, víctima de un derrame cerebral masivo que, gracias a la intervención intensiva de dos neurocirujanos argentinos, no le ha causado una muerte total e irreversible, sino un proceso atenuado por tecnología médica, en el cual el primer ministro nominal de Israel, pero en los hechos depuesto por su propio cuerpo, atraviesa distintas etapas, sumido en un sueño profundo, inducido por medicamentos o por obra del trauma, estancias en las cuales es sometido a diversas pruebas, con el fin de comprobar que aún no ha muerto, o que está algo vivo aún, conclusiones las cuales se informan a la población, que a través de los medios parece conmovida, pero que en la calle se muestra indiferente.
Cuando un tanque muere, víctima de una mina o un misil, queda su chatarra caliente en la arena, por si acaso, y a nadie se le ocurre revivirlo "para causar impresión al enemigo y hacerlo retroceder": se fabricarán nuevos, y cualquiera podrá ser su chofer.
Un tanque no es un hombre.
Pero a Sharón, cuya estirpe blindada nadie niega, se le exige en su coma más muestras de humanidad que las que demostró a lo largo de su vida militar consciente.
Las ofrece como puede: a su carne me refiero, ahora que se puede palpar, punchar, cortar, canalizar.
Interpretación del coma inducido
Lo han dormido profundo con sedantes para aliviar su presión intracraneal, y en tal estado, operado, abierto la cabeza, drenado el edema, cerrado y puesto a escanear. Lo han regresado a su cuarto, acostado, enchufado a un respirador y esperaron a ver qué pasaba. Como hubo de repetir su derrame, lo han vuelto a abrir, limpiar, descomprimir y escanear. Lograda una estabilidad "grave", le han puesto un plazo: en tantos días lo despertamos, a ver qué hace.
Un domingo por la mañana, le comienzan a reducir los somníferos: si despierta, es que está vivo, si no lo hace, también, pero en condiciones reducidas.
El mismo día, por la tarde, le llaman por sus nombres, ¡Ariel, ¡Arik!, ¡Sharón!, ¡General!, ¡Primer Ministro!, ¡papá! No responde, ni a los hijos, ni a los neurocirujanos, que aunque argentinos, se dan a entender. Arik, hasta ahora, no se reconoce a sí mismo: no se recuerda y no se sabe si se sueña. O si se sueña transformado en otra cosa, de metal, cargada de explosivo, como una bala de cañón.
Interpretación de los movimientos
"No responde a su nombre, pellizquémosle a ver si siente", dicen los neurocirujanos José y Félix, en castellano, para ellos, y en hebreo, para el resto del equipo. No sólo lo pellizcan de arriba a abajo, sino que le hincan alfileres, le palmean las mejillas, le tiran de las orejas y de los cabellos. Como toda respuesta, Sharón hace débiles movimientos en su lado derecho, mano y pie, mientras que el izquierdo permanece mudo. Alguien de entre los presentes dice un chiste obvio, "es lógica consecuencia de su ultraderechismo", pero enseguida alguien le corrige, "¿no sabe usted, acaso, que el lado derecho depende del hemisferio izquierdo del cerebro?".
El panorama se complica más cuando, al día siguiente, se consignan débiles movimientos de su sector izquierdo. Nadie quiere arriesgar nuevas bromas y, redactan un informe: "El Primer Ministro, débil respuesta derecha, nada de izquierda. Luego fuerte derecha, débil izquierda."
Interpretación de la pérdida del conocimiento
Sharón, cuya respiración se ha vuelto mixta, autónoma con respirador, no se entera de nada: no tiene conciencia, no recupera el conocimiento: duerme en el negro de una oscuridad precámbrica.
Un locutor de radio averigua que en el coche de Sharón sólo hay discos con música de Beethoven, "buena idea sería pasarlo para ayudarle a despertar". Y pasa Beethoven, y sugiere la idea al entorno del premier, médicos, políticos, familiares.
Y no era así, los hijos rectifican: a Sharón le gusta Mozart. Y le pasan Mozart, alternando en los dos oídos. Y por la radio corrigen, y también pasan Mozart. Y los médicos argentinos apoyan, y cantan y silban Mozart.
Sharón no despierta, bastante parecido al Mozart de hoy en día.
Un coleccionista, jubilado del archivo del ejército, se pregunta por qué no pasarle a Sharón grabaciones de sí mismo en el campo de batalla, allá por la guerra de 1973. Está convencido de que sólo cañones son capaces de sacarlo de la cama, y ponerlo en pie, y a marchar.
Hay otros más pragmáticos y rezan.
Interpretación de la pérdida de la memoria
¿Y si despertase? ¿Qué haría? ¿Sólo abrir los ojos y mirar? ¿O abrirlos para no ver, porque quedó ciego? ¿O quien quede ciego será su cerebro? ¿Y si viese, entendería que le está sucediendo ver? ¿Y si en verdad viese, entendería qué cosa está pasando a su alrededor? Grandes temores en los círculos que rodean la cama, el cuarto, el hospital y la ciudad que alberga a este enfermo grave que a esta altura adelgaza como nunca lo soñó. Temen, por ejemplo, que no recuerde qué es Israel. O que confunda Israel con Ismaél. Durante el ataque cerebral "liviano" que precedió hace un par de semanas al torrencial actual, la prensa consignó que Sharón ingresó al hospital Ismael en estado de confusión. Parece que el preguntaron "cómo se siente, señor Primer Ministro", a lo que Sharón respondió "a dos kilómetros de Suez, Arafat" y se desmayó. Una semana más tarde regresaba a su trabajo, a la campaña electoral, a su granja y sus ovejas, y no dormía, y arengaba a las ovejas, y negociaba con carneros, y ni siquiera sus hijos se daban cuenta de estaba mezclando todo, como en su cabeza, en donde la sangre ya desbordaba, y él creía que eran recuerdos.
Una mañana anunciaron que estaba más que probada su participación en un caso de corrupción millonario.
No fue necesario que se pegase un tiro en la cabeza: su cerebro actuó por si mismo
Interpretación del general que gatea
Nadie podría soportar verlo a Sharón gatear por los pasillos del hospital: lo alzarían entre varios y lo devolverían a su cama.