miércoles, noviembre 30, 2005

borracho en peatonal todo a los gritos

por Ramón Paz


borracho en peatonal todo a los gritos
zafándose del cana yo no robo
salgo a juntar cartón yo no soy lobo
soy cordero no soy de esos putitos
que porque ganan plata se creen mucho
y te quieren pisar y acobardarte
yo no salgo con fierros a matarte
yo tengo dignidad yo no soy trucho
y andaba así a los saltos predicaba
con los brazos al cielo mucha fuerza
juntando la revolución dispersa
se viene el fin del mundo amenazaba
todos blandos curiosos y él ahí fijo
aguante jesucristo putos dijo


*

lunes, noviembre 28, 2005

Incensario Personal

por Washington Cucurto


A fines del siglo XXI qué será de ti, Svenja,
ahora que la ciudad es una bruma de faso en tu cabecita,
Svenja Petresca, la de la blancura incondicional,
la Simpática Representante de la Belleza Balcánica,
qué será de ti, medusa, madre
de dos hijos lindísimos, y futuros Reyes del Ejército Ruso...
Svenja Petresca, ahora que pasó el tiempo
y estuvimos cerca de realizar una hazaña en el amor;
y quizá vos ya ni te acuerdes de estas calles empapeladas
con propaganda política. Ya,
ni te acordarás Svenja Petresca, de tu tacita
de helado del Club de los Corazones Rotos,
la Singadera Universal donde nos conocimos de casualidad.
Ojalá, permanezcas bella sentada en una silla, con
tu sonrisa balcánica de volcán a punto de erupcionar.
Ya del Once, de esas calles populosas, de esos negocios
abiertos hasta entrada la medianoche no queda nada,
ahora hay edificios altos e impersonales, con
poderosos vidrios repetitivos hasta el infinito.
Countries al aire libre.
Los hermanos del Perú y del Paraguay volvieron a sus países.
Ya no suena la cumbia, y los grandes grupejos del Perú
son pasto para los antropólogos.
Estamos solos Svenja Petresca, la semana pasada demolieron
La Recova. No queda nada.


(del libro Hatuchay, 2005)

El Remisero Absoluto recomienda


Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. Cursó la carrera de Letras en la USAL, donde fue profesor adjunto de Literatura Inglesa. Su primera novela, Una noche con Sabrina Love (Aguilar, 1998), recibió el Premio Clarín y fue llevada al cine en 2000. Publicó el libro de cuentos Hoy temprano (Aguilar, 2001) y dos libros de poesía: Tigre como los pájaros (Botella al mar, 1996) y Consumidor final (bajo la luna, 2003). Ha sido traducido y editado en Francia, Italia, España, Portugal, Polonia y Alemania. Actualmente vive en la ciudad de Buenos Aires.

domingo, noviembre 27, 2005

Contra los gauchos (teoría de Zelarayán)

Por Fernando Molle (publicado en Mabuse)

Mucho cuidado con dejar pegado a Zelarayán a la gauchesca. Por si las moscas, aclara: "Aborrezco los gauchos. El guacho es la policía del patrón. Por eso le dan el caballo. Yo no sé de dónde sacan que soy gauchesco o neogauchesco. Claro, como en mi novela (La piel de caballo) aparece un caballo, ya es gauchesco. ¡Pero hay que ser boludo! Y como soy provinciano, los porteños creen que nací en el campo."

Ricardo Zelarayán sigue echando leña al mito del escritor secreto y que publica casi nunca. Sólo cuatro libros editados (cinco, contando el breve y reciente Bolsas, en edición cartonera). Y, bajo la línea de flotación editorial, un iceberg de textos perdidos o inconclusos, que hablan de un poeta de primera magnitud que, sin perder un miligramo de intensidad, a veces condesciende al relato y la novela. Su sordera irreversible viene contrapesada por un oído absoluto, biónico, para sintonizar la música del habla popular.

De eso se trata Roña Criolla ¿Por qué estos poemas no se parecen a nada leído antes? Por su finalidad original: son "frases de arranque" para armar el clima de una novela condenada a la ineditez, Lata peinada, que desenrolla voces y vidas de gente de las provincias del norte que viene a buscar trabajo a Buenos Aires. Los poemas de Roña traen historias amagadas, relámpagos sobre una escena campera, como escuchar de lejos una conversación que, cuanto más nos acercamos, menos entendemos y más nos fascina. Mugre y sordidez.

Conozca a Zelarayán: entrerriano, septuagenario, resentido, panfletista y políglota. El único (gran) escritor argentino que así se autodefine: "No soy escritor".


Roña Criolla


Por Ricardo Zelarayán

Pioja

Rezongado rezongo de palabra renga. Pelo y barro.
La horca... limpita. La horquilla puñalea seis veces por vez. Puñaladas finas, bien clavadoras...¡Y a la puña!
Arado entiera y desentierra. Peine grueso y fino, suave y liendre, piojo nomás. No saltona pulga. Roña y sangre. La piedra aguanta, aguantaraz.
Madera, ¡já! Madera y avispas clavadoras. Una siesta basta. ¿Seguro? La carne sin revés se las arregla. Cae una gota loca. Dos, tres... A la baba nomás mientras el río corra.
Los huesos mentirosos se desencajan. Cris, cras... Pura agua colonia. Pelo, pelambre, pelambruna. ¿Dónde hervir el huesito salvador?
Puta, puta calandria. Avispa del chajá. Mancha que se borra al despertar. Cae el pelo, uña caída, cherubichá.
Al chajá montero lagunas le sobran. Al diente por diente las lomitas. Orilla amarilla y negra. Nunca bien te veo.
Vidrio, pelo, vidrio en los ojos, polvareda.
Filo contrafilo y punta. Coleteando en la atmósfera. Ladridos. Burro. Burro empacado. Burro lengua ´e sal. Sapo bronceado bornce.
Sopa alharaca. Tuna. Liendre lisita. No hay peine pal pelo que arde nomás. Huracaneados vamos, aplanados todos. ¡A la que vuelve y no vuelve! Polvo empiojado.
La piel de los pelos arde. El sapo se revuelve. Dientes no se animan. La horquilla se queda guacha.
El galope saltea el diente que falta. Cigarro que se apaga al sol, el agua mansa sabe que va al muere, pero se olvida.
Al fin se apagan las miradas. Viudas o brujas seguirán mirando. El que afloja de mirar es diente suelto. la piedra es piedra. ¡Y adelante!
Fuego que pasa de largo también se olvida. Rata nomás, rata ciega y sorda. Memoria. Hasta el cuchillo lagrimea. A la larga afloja.
Orillas no son labios. Siempre se apartan.
Y a la última sombra se la comen los cuervos por arriba y los piojos por abajo. ¿Se acabó la negrura? Puro cuento.


Gota

Se viene... Hasta que el balazo se cansa, mas manso que una gota.
Mano mansita, mosca aplastada. La mula mansa escupe jinetes y el vuelo fracasa, nariz en tierra.
Se viene cabeceando de arriba sin costado. Piedra costra cosedora no aguanta. El pato si no se acuesta patea miel hasta que lo despierta el viento.
Se viene sin costa. A la reventada llaman.
Se viene hasta que la llama se apaga. De mientras, cuerpea. Suspiro humea, huracaneado.
Sapo, sapón, reniega. Pero se viene, y al vuelo se arman puños de hormigas. Espina, balazo, todo es cuestión de tiempo, incansable campanita sorda, gorda. Y flaco escopetón. Mierda. Y a la que sigue que es la que se viene.
Se viene con o sin ruido, humo o viento, sapo desdentado.
Llovido o sudada gota, se viene filo sin lomo.
Se viene la gota al derecho y al revés de todos los reveses de la dichosa gota.
Se viene el aplaste. De lo goteado espeso al filo.
Se viene con amanecer cambiado, aunque no se note mucho. Un día nacido para ser olvidado, se viene suelto, entreverado, disimulado entre las mulas tontas de la pendiente apenas soleada.
Se viene para irse para siempre o como siempre. Pero esta vez el tranco es corto para el despegue. Ceniza es cuero.
La tierra se cuartea sin humo.
Se viene desparejo entre tranco y tranco. Tiro al aire.
Y otra vez al balazo se muere nomás, buscando quien lo olfatee.
Madera y hueso arden, hojas aparte. Soplar lo seco, a quemarropa.
Se viene nomás, garrotes sin arder, sin rodillas, enteritos.
Y las tinieblas, oscuras borregas, buscan el sol que las muerda.
Muerde mierda. Cruz ladeada al galope. El día se escapa, la trompa arenosa.
Se viene la piedra dura, mientras todo vuela y lo que es lo mismo, lo que se secó se aguanta hasta que le dé el cuero.



Dos

Adelante la mesa se parte en dos como calavera usada.
Y el humo del arroz calaverea.
Enseguida se le viene encima la pared carcomida.
Buena yunta pa tumbarse al raso.
Al rato la noche negra curiosea por todos los rincones, con toda la mano abierta.
La cosa se hace larga para la rosa ciega. Las piedras son puro diente amontonado.
Por si acaso el cielo se derrama, puro barro suelto.
El fuego ha madrugado, alma de mosca zumbona, lado a lado disparado de la mulita dientuda, apretada pulga negra entre las piedras. Monte oscuro, guay, gatillado, envolvedor, instalándose nomás, flotante, volador flor calcinada.
Y Antenor con nudo ciego de cuerda de guitarra en el cogote.
Y la alharaca silenciosa de puro pucho junto a la piedra de siempre.
La piel barcina acalambronada, guarangueando se despega sola y se vuela venteada.
No quesa un hilo de esa voz seruchona, orgullosa del balazo acicalado.



Aire sordo

Boca flor de buche. Una volteada no alcanza, rasca piedra, arisca tuna. El agua se agita cuentera.
Sordo el estallido de la gota, triste derrame en la seca. Airearse, moverse mojarse, lo otro es alambre de púa en tuna, pan con pan...
Bordes duran si aguantan. Ni siquiera el filo, miel guacha en la polvareda.
Silbido o respiración. Ahora somos todos sordos atropellando a los árboles. Empollando piedras eternamente.
Y árboles mendiguean entre las pìedras mientras afloja la arena toruga hasta que el viento arremete.
Y ya no hay sombra que valga. Las grietas nada más que en el recuerdo. Adiós al viento salado que nunca hizo sombra.
Boca-buche. Fuego sin semillas, arena sin nada suelto.
Rascar por rascarse. Ver por ver, inútil desde mientras. Hacha de filo cada vez más ancho, piedra al fin, boca de arena.
Quiebra que te piedra y no se oye.


(Roña criolla, escrito en 1984, fue editado en 1991 por la editorial Tierra Firme)

jueves, noviembre 24, 2005

El Remisero recomienda:




Fabián Casas nació en el barrio de Boedo en 1965. Publicó en poesía: Tuca (1990), El Salmón (1996), Oda (2004) por libros de Tierra Firme, y El Spleen de Boedo (Ediciones Vox, 2004) y la recopilación Bueno, eso es todo, por Ediciones del Diego. En narrativa publicó Ocio (2000) por Tierra Firme, y varios relatos y ensayos en Eloísa Cartonera, editorial de la que forma parte.

Acá, una reseña de Guillermo Piro.
Acá, una de Terranova.

Más información sobre el autor:

http://fabiancasas.tripod.com/
www.malelemento.blogspot.com
www.ciclonylafuria.blogspot.com

martes, noviembre 22, 2005

Tino









por Juan Incardona

1

...hasta que, en el último penal de la serie, Vanderley se paró frente a Gatti. El hombre de Cruzeiro tomó carrera y disparó. "El Loco" se lanzó hacia su palo izquierdo y tapó el remate… todo había acabado y Boca era dueño de América.

1977, tenía seis años, la noche anterior habíamos visto un partido de fútbol en el televisor blanco y negro, unos penales, una vuelta olímpica. Era temprano y mi madre me llevaba con ella a hacer las compras en el almacén de la Juanita, enfrente de mi casa. En la vidriera habían pegado un póster de Boca, Campeón de la Libertadores. Seguramente, este dato se completa con posterioridad, pues el afiche se mantuvo allí durante años. El recuerdo está fragmentado, pero una situación se conserva inalterada en mi memoria:
Estoy en la vereda y me presentan a una persona muy alta, evidentemente un adulto. Su imagen es pintoresca. Luce botines, medias a rayas horizontales -azules y amarillas-, un pantalón corto azul y una remera del mismo color pero atravesada en el medio por una franja de oro. En otras palabras, frente a mí se encuentra, quizás, una de las figuritas del póster, un jugador de Boca Campeón. Me dicen que le dé la mano, que él será mi amigo. Primero lo miro a la cara y al principio son los ojos, y entonces no dudo y levanto despacito mi mano y después son las manos, progresivamente, que se acercan, se ofrecen y hacen click en el cenit de la mañana soleada y el congelamiento de la infancia.
—¿De qué cuadro sos? —Me preguntó.
—De Boca.
Ese fue mi primer encuentro con Agustín Basile, hijo de la Juanita, más conocido como "Tino", sin duda el personaje más popular del ilustre barrio de Villa Celina, un gran tipo que no ha conocido la maldad por algún designio de Dios o simplemente por la suerte que le ha tocado, una muestra de la inocencia humana, ¿un retrasado?, ¿un hombre con capacidades mentales diferentes?, un amigo de fierro, no cabe duda.
De él se dice, principalmente, que está loco. Sobre la causa de su trastorno oí especular a mucha gente: que es de nacimiento, que no. Algunos, afirman que sufrió un trauma y que nunca se recuperó, luego de que muriera su padre en un accidente de tránsito; otros, datan el comienzo de sus delirios en un incendio que devoró la casa familiar, cuando era solamente un chico.
2
Fue el 10 de abril de 1981, Boca ganó 3 a 0 y Diego Armando Maradona realizó una jugada mágica e irrespetuosa nada menos que ante Fillol: lo desparramó con un amague y también dejó gateando a Tarantini para tocar al gol.
Las generaciones fueron cambiando pero Tino permaneció siempre allí, en la vereda de Ugarte (ex Cruz), casi Giribone, festejando goles a niños de 5 a 12 años como si fuera Maradona en la Bombonera. Los vecinos estaban acostumbrados y nadie se sorprendía si, de pronto, veían pasar al crack saltando o arrastrándose por el piso. Sabían que era Tino ofreciendo una de sus conquistas a las tribunas colmadas de expectadores imaginarios. Sus gritos eran verdaderas explosiones interrumpiendo la siesta, pero a nadie se le ocurrió quejarse jamás, porque Tino venía con el barrio, era parte del paquete, de la esencia del folklore celinense.
Para tener una idea aproximada de su aspecto, pueden ver a Darío Grandinetti en Esperando la carroza. Las coincidencias externas son llamativas, aunque la actitud del personaje de la película está representada con exageración, como un idiota. En comparación, Tino es un gentleman de la locura, pese a sus mencionados exabruptos. Pero quién no los ha cometido después de convertir un gol importante. Lo que sucede es que, para el resto de las personas, este evento es esporádico, está interrumpido por largas horas de rutina doméstica o laboral. Para Tino, en cambio, la vida es una sucesión infinita de goles. Por eso siempre está vestido para la ocasión y su garganta preparada para el grito.
Antes, Tino jugaba a la pelota con nosotros, en el campito. Su estado físico era notable. El desarrollo muscular de sus piernas no tenía nada que envidiarle al que poseían los jugadores de Primera División. En sus tiempos de esplendor, Tino era invencible en la carrera. Ni siquiera el Cabezón Navarro, suerte de Speedy González del Conurbano, podía competirle. Su puesto estaba en la delantera: un nueve pescador bien metido entre los dos centrales adversarios. Su definición era irregular. Lo hemos visto perder goles insólitos, con el arquero vencido y el arco en bandeja, y hacer otros realmente memorables, desde ángulos imposibles.
Tino era un jugador temperamental. Aunque habitualmente se presentaba, tanto en el potrero como en otros lugares, con actitud afable, generosa y, sobre todas las cosas, inocente, la violencia podía desatarse en él en cualquier momento, principalmente como consecuencia de las burlas. Por ejemplo, si Boca perdía y alguno osaba cargarlo mucho tiempo con eso, era frecuente verlo lanzar su inmensa figura sobre la humanidad del molesto. Había que tener bastante cuidado: Tino era incapaz de discernir entre un guachito de 8 años y uno de 20. Ambos podían ser sus amigos íntimos o sus enemigos acérrimos. Aunque es preciso aclarar que Tino no solía llevar la bronca hasta el límite; generalmente eran calenturas del momento. Si alcanzaba a su víctima, era raro que la cosa pasara a mayores. Aunque hubo excepciones:
Todos los integrantes de la barra de San Pedrito y Giribone recordamos aquella tarde, ya oscura, cuando Amadito –un pibe flaquito de 12 años- se burlaba interminablemente de Tino mientras jugábamos un picado en el campito. En un momento, Tino, que ya no lo aguantaba más, reaccionó, y con una patada terrible en la espalda, lo mandó al piso. Amadito quedó knock-out y tuvieron que llevarlo a upa hasta la casa. Después hubo algún lío entre padres, pero no mucho, porque todos conocían a Tino y justamente por eso nadie dudaba de la culpa de Amadito. Más tarde, cuando todos habían entrado, vi a Tino desde la ventana de mi casa, que lloraba –fue la única vez que lo vi llorar-, sentado en el umbral del almacén de su mamá.
En una oportunidad, me defendió. Unos pibes de Blanco Encalada, que eran más grandes que yo, me estaban molestando, se burlaban, hasta me dieron un bife. Pero Tino se metió. Corrió a uno y lo encerró contra la pared de Salomón, en Giribone, y le pegó un par de piñas en la panza. Los guachitos rajaron despavoridos.
3
En aquella noche de febrero de 1991, River ganaba 3-1 y se floreaba en la Bombonera en un partido por la copa Libertadores. El conjunto de Passarella sufrió la expulsión de Leonardo Astrada y a partir de allí, Boca fue un torbellino que aplastó al millonario. Blas Armando Giunta, un símbolo xeneize, anotó el descuento y Marchesini puso el 3-3. Pero la locura invadió la Boca cuando tras un rebote, Diego Latorre conectó la pelota con una tijera y dejó sin reacción a Oscar Passet, sellando definitivamente el resultado.
Gracias a mi tío Salvador –el hermano de mi papá- conocí la Bombonera. Él me llevó a ver mis primeros partidos en la cancha. Luego, avanzada mi adolescencia, ya no dependí de alguien para hacerlo. Me hice socio y empecé a ir a ver a Boca, sobre todo cuando jugaba de local. Pronto, Tino se enteraría de estas salidas de domingo y vería en mí una oportunidad única.
Él había ido pocas veces, con un primo. Lamentablemente, su papá había fallecido y su mamá tenía que trabajar en el almacén. No tenía hermanos. Es decir, no tenía quién lo llevara. Y solo no sabía ir; además Juanita no lo dejaba.
Una tarde, lo invité. Jamás olvidaré el brillo de sus ojos, la alegría de su cara. Fue en 1988.
A partir de ese día fuimos juntos durante más de diez años. Los domingos a la mañana el sonido de mi nombre se colaba a través de las hendijas de la persiana de mi pieza, que daba a la calle, y me despertaba. Era Tino que le contaba a cada persona que iba al almacén:

—Hoy seguro que vamos a la cancha con Juan Diego.
Siempre era lo mismo. Yo abría la ventana y le preguntaba si se estaba preparando, que después del mediodía nos íbamos. Su euforia era incontenible, tanta que, muchas veces, pegaba piques hasta la esquina, o saltaba, o hacía elongaciones. Estaba entrenando, como si fuera él quien dentro de unas horas tuviera que jugar.
Finalmente, a eso de las dos de la tarde, lo pasaba a buscar. La madre le daba algunas indicaciones, que Tino apenas escuchaba, porque salía corriendo de la casa en dirección a la parada del colectivo. Para estas ocasiones su ropa era siempre la misma. Llevaba puesto un equipo de gimnasia azul francia; debajo de la campera asomaba el amarillo brillante de la camiseta; en la mano sostenía una bolsa repleta de papelitos que había cortado la noche anterior.
Desde el principio, intenté enseñarle el viaje para que pudiera ir solo, en caso de que algún día yo no pudiera llevarlo. Lo obligaba a memorizar la ruta, le encargaba sacar los boletos en el colectivo, le explicaba cómo entrar al Estadio, a qué persona tenía que mostrarle el carnet, cómo elegir buenos lugares en la tribuna.
Con el paso de los años, empecé a ir menos. Un domingo, que yo tenía algo que hacer y no podía acompañarlo, fui a hablar personalmente con la Juanita para que lo dejara viajar solo. En esa época, Tino rondaba los cuarenta y pico de años (nadie supo jamás con exactitud la edad de Tino). No pensé que lo iba a dejar. Sin embargo, aunque mostraba muchas dudas y me hacía todo tipo de preguntas, finalmente le permitió ir. Ese día de 1997, Tino, por primera vez, fue solo a la cancha. Volvió sano y salvo a una hora prudente. Boca le había ganado a Newell´s 2 a 1. En ese partido, además, se produjo el debut del último gran ídolo xeneize: Guillermo Barros Schelotto.
4
Pero de la mano de Riquelme y con un gol cargado de emotividad de Martín Palermo –regresó de una grave lesión que lo marginó de las canchas por seis meses – el equipo de Carlos Bianchi aplastó a River 3-0 y lo echó de la Copa. Tras esta aplastante victoria, el pueblo boquense determinó el 24 de mayo como el "Día de la Paternidad".
A finales de la década del 90 me fui de Villa Celina y de la casa donde viví 28 años. Primero Haedo, luego Boedo, ahora Flores. Sin embargo, mi familia –mis padres y mis dos hermanas- aún permanecen allí, en la vieja casa de Ugarte que alguna vez construyeron mis abuelos paternos. Enfrente, el almacén de la Juanita, pese a los numerosos supermercados que abrieron en los últimos años en distintos lugares del barrio, sigue atendiendo al público. Prácticamente es un monumento histórico. Se destacan su estructura, los altos techos, el mostrador, las viejísimas heladeras, la persiana y, sobre todo, la propia mercadería que se ofrece: galletitas sueltas, aceite en lata, leche en botellas, fiambres caseros, bolsas de semillas, barritas de azufre y muchos otros productos anacrónicos y por eso cada vez más valiosos. Un detalle importante e incólume son las botellas de whisky que nadie compra y que descansan cubiertas de telarañas en las repisas superiores desde que tengo memoria.
Los vecinos más cercanos, siempre fieles, todavía compran en el almacén, aunque es evidente que las ventas de la Juanita disminuyeron bastante. Desde hace unos cuantos años que su negocio, generalmente, está vacío, situación que contratrasta notoriamente con mis recuerdos de niño, cuando comprar allí significaba comerse una cola de siete u ocho personas, sobre todo a la mañana.
Juanita solía abrir a toda hora y todos los días de la semana, sin embargo, en los últimos tiempos, el almacén permanece cerrado los domingos a la tarde. Resulta que Juanita se hizo socia de Boca y ahora va junto a su hijo a ver los partidos.
Cuando voy a Villa Celina, siempre los visito. Juanita me quiere mucho y Tino también. Acostumbran a hacerme regalos, aveces cosas del almacén.
—¡Agustino, vení, vení que está Juanegriego! –le grita la Juanita a un Tino que se lo ve cada vez menos por el barrio, que apenas sale y ya no juega al fútbol en la vereda, un Tino que se la pasa mirando partidos de todo tipo en la televisión, un Tino de entrecasa que, sin embargo, aún conserva su vestimenta clásica de jugador de Boca.
Hace un tiempito me mostró algo importante, un objeto secreto: su diario íntimo (concebir la existencia de un escrito semejante me perturbaba, sin embargo, no pude evitar recorrer esas páginas con fruición). Se trataba de un cuaderno Gloria de tapa blanda, en cuyas páginas él escribió en los últimos 30 años. Allí pueden leerse, en letra muy pequeña, miles y miles de resultados, uno encima del otro, sin orden aparente (la siguiente secuencia es un ejemplo que no alcanza a representar, ni siquiera mínimamente, la complejidad de esos garabatos interminables):
Boca4–Lanús2.River3–Banfield1.Boca1–Huracán1.Racing2–Estudiantes1.Velez2-Ferro1.Gimnasia0...
Dedicado a Tino y la Juanita

lunes, noviembre 21, 2005

Convocatoria: La peor escena erótica




El Remisero Absoluto convoca al concurso "La peor escena erótica de la literatura argentina". Cada uno puede enteder el concepto de "peor" a su manera (peor escrita, poco lograda, cursi, ridícula, etc). Se pueden incluir todas las formas de la sexualidad humana (y también animal). La única condición es que sean de autores nacionales publicados (vivos o no). Los textos pueden enviarse a los comentarios de este post. Se ruega que no tengan más de una pantalla (unas 300 palabras). El viernes 25 de noviembre se publicará el texto elegido.

Migraña

Por Ignacio Molina

23/06

Hoy fui a que me sacaran sangre. Con el puño cerrado al final del brazo extendido, imaginé cómo el rojo oscuro que avanzaba en la jeringa contrastaba con el delantal de la enfermera. Miré las paredes de la sala, y para evitar el mareo intenté pensar en otra cosa.

Hace un mes, unos pisos más arriba en esa misma clínica, nació mi cuarto sobrino. En el ascensor en que subí a conocerlo había tres hombres mayores.
–El otro día se me cayó uno –contó el menos canoso–. Por suerte del primer piso.
–¿Tenías A.R.T., tenías algo?
–No, qué voy a tener. Todo en negro. Más negro que él. Bolita era.

En otra oportunidad, cinco a seis años antes, había acompañado a la clínica a un amigo al que le picaba demasiado la planta de un pie. Eran las dos de la mañana. Lo vi entrar en la sala y me senté a esperarlo en los sillones que simulan un living. Adentro, el médico de guardia le preguntó si le molestaba mucho.
–No –me contó él que le hubiera contestado–. Vine acá, a esta hora y descalzo, porque tenía ganas de verte la cara.

Salgo con el brazo rígido, evitando mirar mi cara en las vidrieras. Camino hasta un bar para romper el ayuno. Pido un café doble con medialunas y busco un diario con la mirada. Calculo que desde hace ocho meses, cuando instalaron banda ancha en mi computadora, que no me acerco a un canillita un día de semana.
Todos los Clarines del día están ocupados, y el mozo me alcanza desde el mostrador, como consuelo y manoseado, un Página/12 de ayer. Leo el titular de la tapa, junto a la foto del militar muerto por un ataque cardíaco, (El infierno se reserva el derecho de admisión), y por segunda vez en la mañana esbozo una sonrisa.

14/07

Aguanto la última arcada. Tiro la cadena mientras, pese a la penumbra del baño, me veo lagrimear en el espejo. Hago buches rápidos para sacarme el gusto ácido. Vuelvo a la cama y siento cómo, al ruido de la cisterna, se le adhiere el de la alarma de un auto. Cierro los ojos y me presiono con un brazo el paño mojado sobre la frente. Ahora, aunque me parezca imposible, el dolor es más punzante que antes del vómito. Imagino mi cráneo al rojo vivo, y mi masa encefálica envuelta con alambres de púa. Intento pensar en algo que me distraiga, en la voz de un nene, en una jugada de gol, en una playa tranquila. Me propongo dejar la mente en blanco, pero enseguida suena el teléfono y es como si, impulsado desde la mesa de luz, un relámpago cayera de improviso sobre la cama, como un serrucho de carnicero partiéndome en dos la mitad del cerebro.


17/08

Hace casi dos meses fui a que me sacaran sangre. Un médico gastroenterólogo necesitaba saber a qué se debía el cuadro de mareos y jaquecas que se me presentaba cada tanto. El análisis posterior determinó que no tenía hepatitis ni ninguna enfermedad relacionada con el hígado.
–Además, si tu tuvieras hepatitis estarías amarillo. Hace poco vino un ponja y no pude darle un diagnóstico –bromeó el doctor.

Durante algo más de un año y medio atendí un maxi kiosco. Calculando que, mientras esperaba a los clientes, escuchaba la radio o tomaba notas en los dorsos de las boletas de compras, consumía aproximadamente cuatro golosinas por jornada (sin contar las que me llevaba a mi casa para el postre de la cena) puedo deducir que en ese lapso de tiempo entraron en mi cuerpo, en forma de barras y de alfajores, unas 1950 vituallas de chocolate. Si a esa cifra le sumo las tazas grandes de café instantáneo, matutinas y vespertinas, que tomaba para despabilarme y acompañar a las mini-tortas, no resulta difícil darse cuenta de dónde provenían los cuadros de malestar.

–¿Sos alcohólico? ¿Escabias mucho?
–Tomo sólo de vez en cuando, o en reuniones sociales.
–¿Morfás lindo?
–Lo normal, supongo.
–¿Le das con más ganas a lo dulce o a lo salado?
–A lo dulce.
–¿El kiosco que tenías se fundió por tu gula?

El doctor, sin más estudios ni análisis, cortó el hilo por lo más delgado.
–Va a ser mejor que no comás chocolate ni tomes café por un tiempo.
El plazo de abstinencia es indefinido. Pueden ser seis meses o veinte años.
–Pedí turno cuando te vuelvas a sentir jodido –me aconsejó, me recetó unas pastillas que facilitan la digestión y me despidió del consultorio con una palmada en el hombro.

Desde entonces, cancelé todo lo que tuviera que ver con el chocolate y con la cafeína: desayuno leche caliente con vainillas y reemplazo el alfajor triple de la media tarde con una golosina de dulce de leche. Al principio pensé que no iba a poder resistir la tentación, pero hasta ahora estoy llevando adelante la abstinencia con dignidad.

El problema de la vauquita es su tamaño: una sola no logra conformar una merienda, y más de una resulta empalagoso. Ayer la pedí en un kiosco nuevo que hay a la vuelta de mi trabajo.
–¿Qué querés, una vaquita, una colecta? Mirá vos, yo también quiero una.
–Vauquita, esa de cartón amarillo, esa que es como una barrita de dulce de leche endurecido . . .
–Ah, vaquerita me querés decir . . .
El kioskero, un muchacho dos o tres años menor que yo, conocía a la golosina por su nombre moderno; era su primera experiencia en el rubro. Desde el fondo del local llegaban las voces de un informativo. Sobre una mesa había biromes, una pila de libros, un cuaderno espiralado, envoltorios de alfajores y boletas de compras.

13/10

Nietzsche es el prototipo de la personalidad migrañosa: brillante, obsesivo y solitario. Tenía hasta 120 episodios al año. Algunos historiadores creen que su locura fue causada por este tremendo dolor y otros opinan que su comportamiento alocado originó sus cefaleas.
Se han descrito migrañas con síntomas como: negligencia, amnesia global transitoria, fluctuación de la intensidad del sonido, desorientación espacial y geográfica, pérdida de la tridimensionalidad, visión telescópica, visión en mosaico, déjà y jamais vu, alucinaciones gustativas.


20/10

El gastroenterólogo que me había encargado el análisis no pudo darme ninguna solución definitiva. La semana pasada, navegando por la red, descubrí un sitio que me informó que todos los síntomas y algunas de las causas de los cuadros de malestar que sufro cada tanto coinciden con los de la migraña.

Ayer, mi nuevo neurólogo me hizo acostar en una camilla y me explicó que a las alteraciones sensoriales que experimento antes de las jaquecas se las denomina "aura". Mirá vos, tengo migraña con aura, pensé, y –no sé si lo dije en voz alta– es algo así como estar mareado sin estar mareado.
Una asistente me colocó una gelatina pegajosa en distintos puntos de la cabeza y me conectó electrodos a la base del cráneo para determinar en qué sector del cerebro se halla la lesión.

En el baño del consultorio intenté, sin mucho éxito, sacarme los pegotes del cuero cabelludo. Después, mientras bajaba a la calle, recordé un fragmento de la primera charla con el doctor:

–Muchachito, ¿tenés conductas tóxicas o dañinas?
–Miro bastante televisión.
–Jeje. Digo: tabaco, porro, chupi, merca . . .

Ya en la calle, al pasar por una Boutique del Libro, pensé en el mío; parece que el título ya está definido y todo indica que mañana firmo el contrato con la editorial. Me acerqué a la mesa de novedades y lo imaginé ubicado ahí a la espera de lectores. Miré las tapas de un par de novelas y levanté Hiel, el libro de fotos y textos de Celeste Cid que se vende a cincuenta y nueve pesos. Lo abrí en una página al azar y, en letras manuscritas, sobre una especie de collage, leí algo así:

MIRAR PELICULAS DE DAVID LYNCH
DESNUDA EN TU CAMA
COMIENDO CHOCOLATES

Al instante, con una mueca, dejé el libro en su lugar. Yo paso, Celeste: no me gusta David Lynch, y ya no puedo comer chocolates.

viernes, noviembre 18, 2005

Conversación

Por Natalia Moret

I.
Hablarán ellas juntas: Primero, situarse. Hay un árbol. Acaba de empezar el otoño. Son las siete. Alrededor del árbol, no hay nadie. También hay nada: sólo el árbol. Atrás, el horizonte, tan horizontal y completo. La luz: un efecto de sombras. Es un árbol negro, desordenado. De pronto pasto y algunas flores. Dale, ahora: foto.

II.
Hablarán ellas separadas y se dirán cosas, el narrador observará: acá estaba la foto: podrían salir de viaje y buscarla. Ayer, dos personas: ella y ella. Ella llevaba la cartera en el hombro; ella tenía anteojos negros; ella el pelo rubio y la mirada; ella el pelo rubio también; hoy ella no cree que vaya a ser así y pobre ella no sabe qué decirle: por primera vez sabe que ahí está el árbol que ya no puede ver. Es que alrededor había tantas cosas que fueron cortando, habían sido dos, hoy algo les falta y es un hijo y es algo más que nunca más van a poder tener. Ella dijo stop: encuentro consignas quietas enterradas en todos sus armarios. Y vos qué hacés con esa ropa, con ese pelo, responde ella, de qué te la das. Encuentro consignas ordenadas por color, la otra insiste, en escala de grises. Y qué te creés, ¿pensás que podés estar y desaparecer, dejar el contestador?, me aburriste -ella se aburrió-, vos y tus muñecas de colores y tus grandes livings y tus puffs de todos los tamaños y tus miles de cosas y casas y otras cosas más que me cansé de querer, ya no te sigo más, habíamos dos y ahora me traés esta fotito de mierda que ni siquiera podemos ver. Ella piensa; luego responde te entiendo, yo me fui: yo acá y vos quién sabe. Pobre ella, la otra, la que llora. Le dice éramos dos y ahora qué nos queda.

III.
Hablará ella, se hablará a sí misma en segunda persona: aflojar, empezar por aflojar el brazo. Pensar en todas las cosas que se perdieron o en el día ese que me dijiste que pusiéramos flashdance y saltáramos por el patio de mi casa, o quizás no fue así, quizás no me dijiste eso pero uno recuerda lo que quiere: así es más fácil. Alguien dejó algo en el camino pero no te importa: te bajás de tu súper auto y lo corrés, qué te importa: no hace falta pensar. Entre lo que no recordás está la cara que tenía la otra el día que se fue, no pudiste tocarla, era como si fuera otras, una cosa extraña y deforme como la música moderna, o como la clásica, tan deforme que se adapta a todo. La gente debería pasar de moda y volver a estar de moda por lo menos dos o tres veces en su vida: son ciclos. Hoy, tu problema no es que se te muera la gente y que tengas un trabajo de mierda: en realidad no lo sabés porque nunca fuiste a terapia. Mejor decirle a ese que te llama que bueno que sí que venga un rato, que se ocupe de vos mientras vos pensás para qué. Lo que importa es cuánto tiempo vas a estar así, con recuerdos pesadillas y culpa, con tu columna vertebral llena de cemento de contacto y las puntadas, el dolor: acordate de las pesadillas. Ese día por la calle, te pareció ver una persona donde no estaba pero te la acordás tan bien que te da escalofríos. O cuando a la noche te despertás y llegás a escuchar las últimas palabras de alguien que te habla pero que no ves. O cuando te despierta el timbre pero son las cuatro de la mañana y nadie te golpea la puerta. Acordate que después no podés dormir y tenés que ponerte la sábana roja bien arriba hasta que al final todo es rojo y es terrible; todo es rojo, lo comprás rojo, lo ponés rojo y sufrís. ¿Acaso te gusta? Cuánto tiempo entonces vas a pasar sufriendo rojo, castillos de arena que manos de niños arreglan y tallan en territorios que no son ni míos ni tuyos, son de nadie, que fueron nuestros uno dos tres veranos, un nuestros que no siempre fue nuestros pero siempre de ella, como el árbol. Ahora te acordás: no sabés cómo se habían formado dos, nunca se sabe, pero te las ingeniaste para juntar todo en uno y ser entero, pusiste todo en un cajón de la cómoda de tu abuela, bien guardado, porque en la casa de tu abuela las cosas no se tocaban, ni las muñecas de porcelana ni la ropa de la tía ni la bola de cristal que cuando la dabas vuelta hacía que nevara en new york, [después cuando fuiste nunca viste la nieve porque te tocó verano y te tocó alguien que hoy ya no te toca, entonces no viste la nieve de verdad, viste la otra, con placares duros y cosas encerradas y olor a humedad; la nieve para vos es eso, no te culpo]. Claro, vos creciste ahí, guardando cosas en cajones. Pensás: qué chistoso, la vida te va llevando y vos vas yendo, hoy sos horrible forma sin calorías. Atrás de la forma qué importa pensás también, y atrás de la forma que importa ¿qué importa?, y otra vez la voz de ella con eso de las consignas estúpidas sin parar, consignas de colores ordenadas en sus armarios y en su comedor y en su cocina y en su cafetera y en su heladera azul pintada con margaritas que es tan moderna y en su habitación de colores fluorescentes. Decíselo todo, si total esto no lo va a leer nadie.

IV.
Hablará el narrador, verá a través de ella y le señalará cosas: No poder creer que fuera ella porque era como otras personas, así: muchas. No saber cómo perderse porque ahí está, en miles. Busca la máscara en esa casa llena de máscaras, ahí se fue a pasar un sábado: cuando están sin mascaras los invitados igual sonríen. Piensa en el sándwich que tragó por debajo de la máscara cuando nadie la veía y se dice: ¿te pensás que la gente es idiota? No, no. De golpe querría estar en otro lugar, en su casa de antes, la que armaba con trapos en el patio y a la que invitaba a jugar a su amiguita que no quiere nombrar. Hoy cuando la vea qué decirle, de qué hablar; qué importa si hoy no hay nada para decir, lo feo es saber que existió una tarde: bailotearon en el patio, se tocaron abajo del agua en la pileta y se metieron juntitas en la casita de tela abajo del toldo, en verano, cuando la mamá estaba viva y los veranos largos, mujercitas y cuartos de helado de dulce de leche y banana split, febreros de piletas y horas más horas en el living. Eso era todo, el tiempo un fuera de tiempo. Ella me pide que no le hable, está escribiendo en su casa blanca. Escribe: no-lugar, porque, sospecha, habría un lugar prometido. Yo no sé qué decirle.

V.
La otra insistirá, responderá, ejemplificará: Dije: consignas aburridas. Por ejemplo: tu casa. O la vez que me dijiste que por favor condujera más despacio, hablaste así, condujera, y en ese hotel blanco y moderno y horrible pero que te parecía lindo, esa noche, te acordás, subí con diez personas que había conocido en el bar y vos leías, no sé qué leías pero seguro algo tedioso, las diez personas eran diez hombres, yo soy siempre así, vos te encerraste en la habitación de al lado mientras todos salían al balcón y yo me reía, después viniste, bastante tiempo o días después, a decir que ese momento nada, que vos nada y que nosotros nada, y entonces te dije mejor dejemos las cosas así y guardate tus consignas para otra ocasión, la próxima vez decime algo. Después dije: ordenadas por color. Por ejemplo: un cajón, dos cuadrados, vos y yo, ladrillos. Tu cuadrada terraza, el vidrio que pusiste para cerrar el balcón y tu casa no-fumadora. Ejemplifico más: tus ambientes, todos el mismo rectángulo. Qué querías, esas vacaciones fueron imposibles: las caras, los programas, el tatuaje que no me hice, el tatuaje que me hice tanto después y que nada tenía que ver ya con vos. Igual, pensé que no ibas a irte. Y si en algún momento tenías que haber estado era en ese, puta egoísta. Alguien que me atienda me cuide me trate bien y después, de pronto, me deje. Y cuando te pregunto, vos, en cambio, repetís: el patio, tu abuelo, vos en las rodillas de tu abuelo, vos con tu hermano en la bañera, vos en mar del plata, vos en san clemente con un delfín, vos en las toninas con tu mamá mirándote jugar al pacman, tu mamá muerta, tu mamá muriéndose, tu mamá llorando, tu hermano enloquecido por un ataque extraterrestre, tu abuela persiguiéndote en la oscuridad, el tic tac tic tac terrible demoníaco del reloj de tu abuela en ese cuarto sin ventana, ese cuarto sin ventana, esa cama con sábanas negras y un ventilador viejo y la vergüenza de tener que estar ahí, esa ventana que daba a la cocina, ese techo rojo que te daba miedo, ese techo cuadrado y con hongos, ese otro techo-toldo agujereado como todo en esa casa agujereada, esa vergüenza impresa en los hombros caídos, la casa de él con ese piano blanco y enorme, vos que sabías tocar pero no tenías piano, tenías un organito de tres octavas con las teclas chiquitas y en la casa de él ese piano enorme de cola y te lo acordás siempre, siempre los mismos recuerdos, te acordás que le preguntaste y acá quien lo toca y te dijeron: nadie; te dijo nadie; atrás, afuera, lejos, la pileta; que cómo ibas a hacer para ponerte ahí con ellos, que como quedarte ahí donde te pusieron, que qué haces con ese vestido de falsa niña rica, que te prestaron la fiesta, que el vestido te quedaba bien porque a veces se beneficia con unos dones a quienes no tienen otros, que vos tenías hongos y humedad y vergüenza y no tenias pianos y piletas y apellidos largos y qué se yo cuántas cosas mas, que por eso te pusiste a correr y correr y hoy hay algunos que te dicen urra pero vos sabés que hay algo que no: dentro tuyo, un engendro. Con todo eso, mirá, no puedo ayudarte. Mejor así. No vernos.

VI.
Hablará ella de la otra como si la otra estuviese, prometerá: así podría terminar el mail: a veces yo también persigo. A veces no sé bien qué es lo que intento asir. Me sale esa palabra, quizás porque la escuché más temprano de la boca de ella que es tan genial. Asir. Yo quiero ser asir. Asir como ella. Yo quiero asirte, es lo único que quiero. En la boca de ella tantas cosas que en mi parecen tontas son genialidades. Por eso creo que voy a cambiar. Cambiar: en esta época del año uno planifica qué tanto más [xx] va a ser después, entonces agarra la agenda y empieza a anotar fechas y vencimientos, becas e inscripciones y becas, hábitos buenos que debería adoptar y otros para después, el año que viene por fin [xx]. En mi caso se reduce a sacar el cemento que tengo en la columna y a asirte: durabilidad y perdurabilidad. Si querés, ponelo así: la imagen de algún matrimonio con tres hijos, un parque con pileta enrejada, un living con ladrillos a la vista y chimenea con botita de navidad y portarretratos plateados y dorados. Me hice muchas ideas. Tengo planes.

VII.
Cerrará el narrador, ellas se mirarán sin saber a cuál de las dos le habla: Hay un viaje que te gustaría hacer: agarrar esas dos o tres columnas, el libro, un par de boletos, una taza y las zapatillas que no te sacás nunca y salir. Pum: caer en el centro de África. El otro viaje sería abrir el placard y cambiar la lamparita rota: sobre los estantes hay cosas raras, hay ropa y libros pero también un cuchillito afilado que ahora que cambiás la lamparita brilla y brilla. Te tirarías en la cama con ella, en el cuarto de la cama enorme, la persiana baja, la araña con mil cristales y vos ahí, levantando las piernas flacas y otra vez sin pelos, poniendo los dedos sobre las sombras como costuras negras sobre telas blancas, jugar a que pase gente y dibuje cierres y bolsillos en la pared. Siempre te faltaron prendas para salir a trabajar: por eso las zapatillas, sucias, las mismas, siempre. El tercer viaje vas a tener que hacerlo sola, es hora de que lo sepas: hoy es hoy a la noche y suena el mismo disco desde hace tres horas, en la basura hay un pedido de sushi para uno, en la cama una película que no mirás y acá, en este escritorio, espaldas contracturadas, encerradas. El tema cuatro otra vez. Te lo sabés de memoria. Te sabés toda tu vida de memoria: mirá mejor: hay mierda y murciélagos por todas partes.

jueves, noviembre 17, 2005

¡¡El PCI para los jóvenes!!



por Pier Paolo Pasolini, 1968


Es triste. La polémica
contra el PCI [Partido Comunista Italiano] debería haberse hecho
en la primera mitad de la década pasada. Están retrasados, hijos.
Y no importa si entonces ustedes aún no habían nacido...
Ahora los periodistas de todo el mundo (incluidos
los de la televisión)
les lamen (como creo que aún se diga en el lenguaje
de las universidades) el culo. Yo no, amigos.
Tienen caras de hijos de papá.

martes, noviembre 15, 2005

Biografía miope

Por Federico Levín

En esta pizzería, en esta misma mesa, a la edad de ocho años me descubrí miope.

Pasaron quince años. Y este lugar, que se llamaba “La guitarrita”, y ostentaba el sobrenombre de “la pizzería de Pontoni y Boyé”, ha reducido su nombre a “La Pizzería de Boyé”. Pontoni fue un jugador de Ñuls. Boyé, claro, jugaba en Boca.

Mi padre me señaló un póster en la pared; yo era demasiado chico para conocer todos los matices de su cara, pero luego de un par de insistencias advertí que, al señalarme el póster, su cara era de complicidad. Miré el póster, una foto borrosa en la que alcanzaba a percibir un escenario futbolístico. Eso no me decía nada, dado que las paredes estaban, hace quince años y siguen estando ahora mismo, tapizadas de pósters de fútbol. Ante mi indiferencia mi padre comenzó a ponerse nervioso, áspero- esa cara sí la conocía. Antes de que el malentendido derivara en su cólera, me bajé de la silla y caminé cuatro, cinco, seis pasos hasta detenerme frente al póster. "Newell’s Campeón 1987/88”. Arriba: Basualdo, Scoponi, Theiler, Pautasso, Martino, Sensini. Abajo: Llop, Almirón, Alfaro, Balbo y Rossi.

Ya era de Ñuls cuando me descubrí miope.
Me corrijo: no me descubrí miope, sino que dejé de descubrir determinada cosa, un póster. Recién después entendí eso como algo ligado a mi ser: soy miope.

Al día siguiente mis padres me llevaron al oculista.
No es fácil usar antojos a los ocho años.

El mozo, el anciano desgarbado que se desliza entre las mesas como un espectro- sin tocar el suelo- no es sordo. Simplemente olvida. Sus oídos no tienen problemas a la hora de sentir las palabras, pero apenas después su memoria se encarga de eliminarlas. Viendo las reacciones de las mesas vecinas supongo que esta característica del mozo es aprobada y defendida por los habitués de la pizzería.

Una noche, en mis primeras vacaciones de miope, tuve un problema. No podía dormir. Tenía miedo. Algo más que miedo. O distinto. Sin saber por qué, decidí despertar a mi padre. Abrió la puerta de su cuarto y me miró la cara. Esperá, me dijo, y volvió a la oscuridad de la que venía. Reapareció vestido y pasamos al living. Nos sentamos en unos sillones cómodos. El abrió una botella de Whisky.


Nunca habíamos conversado, nunca los dos solos. No sabía qué decirle, ni para qué. Recordé que, antes de intentar dormir, había estado leyendo un libro que él me había pasado. “Los amores difíciles”, de Italo Calvino. ¿Cuál leíste? Me interrogó. Se lo conté.

El personaje, Amilcare Carruga, decide volver, de visita, al pueblo de su infancia. Usa una gafas enormes. (“¿Por qué?”). Si usaba gafas pequeñas y modernas se sentía, al verse en el espejo, como un hombre de gafas. Otra persona. En cambio, esas gafas gigantes demostraban que Amilcare era un tipo normal, pero que, por determinadas razones, estaba llevando gafas.

El tema es que Amilcare viaja al pueblo de su infancia. Caminando por la peatonal, recién llegado, comienza a divisar gente conocida, y a ver cómo el tiempo los ha cambiado a todos. Amilcare saluda, pero nadie lo reconoce detrás de las gafas. Se angustia y decide, para realizar el mismo recorrido pero en sentido contrario, quitarse las gafas. Así es que pasa a ser saludado por muchísimas personas que no alcanza a reconocer.

Hablamos.
Cuando terminamos de hablar, mi viejo se había tomado la botella entera. Y ya no era de noche.
El mozo trae una pizza mediana de calabresa. Mi novia me sirve un vaso de cerveza y sonríe. “Tenés que pasarme ese cuento”, me dice. Le prometo que lo haré.
Ñuls dejó de salir campeón y yo dejé de usar anteojos. En la secundaria me pasé a los lentes de contacto.

A los dieciocho dejé de ser miope: me operé- mioperé, pronuncio, y mi novia ríe y el mozo olvida y se lleva la pizza de calabresa que nadie pidió. Así es como una operación borra las huellas y hay que empezar de nuevo. Dejé de ser miope- dejé de ser ese.

La operación de la miopía es técnicamente sencilla. Técnicamente.
Me operaron primero un ojo y a la semana siguiente el otro.

Durante la semana previa a la primera operación tuve que dejar de usar el lente en el ojo que sería operado. Estuve esa semana viendo a medias. La sensación era rara, pero no dejaba de ser algo natural: mi ojo derecho veía a través de un implemento técnico, el lente, y el izquierdo no.

No voy a describir ni relatar la operación. Pero voy a definirla como escalofriante. Y técnicamente sencilla. Una pesadilla breve.

Luego me tuve que sacar el lente del ojo derecho. La misma sensación extraña de ver a medias, pero ahora provocada de un modo sobrenatural: los dos ojos eran míos, estaban desnudos; uno veía, el otro no.

Tuve que desoír el consejo de guardar reposo durante esa semana intermedia. Un par de días después de la primera operación un amigo pasó por casa a la tarde y salimos a pasear por el barrio. Fumamos un porro. Uno solo. Caminamos un par de horas- cada tantos pasos debía sostenerme agarrándome de él, dado que la vista a medias me hacía perder el equilibrio. Ya había oscurecido cuando decidimos ir a algún bar a tomar algo. Caminamos un largo rato más, sin decidir a qué bar entrar. Íbamos por Cabildo y divisé uno de la mano de enfrente. Lo señalé. Era un lavadero de autos que tenía un bar en el primer piso. Debía ser barato y las ventanas daban a la calle- eso fue lo que señalé.

Cruzamos Cabildo.

Nos sentamos en la mesa que daba a la ventana. Mire hacia fuera. Entonces vi.
Con la vista partida, incompleta, con los ojos desnudos en contradicción, vi:
cruzando Cabildo venían dos, mi amigo y yo, señalando la ventana del bar.
Volví a mi casa y desperté a mi viejo. Hablamos.
Esta vez el whisky lo tomamos entre los dos.

Pedimos otra. Mi novia no deja de sonreír. Me dice que es una anécdota linda, lástima que me haya costado tanto. Salud.
Ahora veo todo.

Le señalo el póster que me descubrió miope. Pero no puedo verlo. Ella tampoco.
Donde estaba el póster de “Newell’s campeón” hay ahora uno de Tevez gritando un gol.

La miopía es el tiempo y no se opera.

lunes, noviembre 14, 2005

La máquina idiota

Por Juan Terranova

Cuando salió mi primera novela, mi editora me pidió que la autografiara para mandársela a un tipo que tenía un programa de cable. No era un mal programa de cable. Era todo lo bueno que un programa de cable puede ser. Quizás demasiado serio. Reseñaban libros, hablaban con los autores, dictaban opiniones políticas. Cuando hablaban de política el programa se volvía especialmente malo, pero lo demás se sostenía. Visto desde ahora, pienso que quizás me hubiera convenido más aceptar ir a lo de Susana. Pero Susana no me había invitado.

Un amigo me convenció de que valía la pena ir.
— ¿Estás seguro?
— Sí— me dijo él—, ¿qué puede pasar?
Me llamaron de la producción, una mujer joven con voz seductora.
— Su libro me pareció “ex-ce-len-te”— dijo.
Le creí. ¿Por qué no? El asunto estaba más que confirmado cuando la rubia volvió llamar. Me la imaginaba rubia, hablaba como rubia. No voy a dar el nombre del anfitrión del programa. No vale la pena.

— El señor X quiere saber si lo que pone en las páginas X, X, X y X es verdad— me preguntó la rubia.
— ¿Verdad cómo?— pregunté yo.
— Si pasó o no pasó— dijo ella.
— Ah— dije yo—, sí, todo es verdad.
Mi novela estaba llena de historias extrañas que habían salido en los diarios. Un hombre que se muere y pasa años adelante de la televisión, un tipo que erra un penal y lo matan, y así. Pero no fue suficiente. Y entonces la rubia volvió a llamar.
— El señor X me volvió a preguntar— dijo.
— ¿Qué volvió a preguntar?
— Si lo que se cuenta en las páginas X, X, X y X es verdad.
Me la imaginé en ropa interior.

El día que tenía que ir al programa llamó directamente el señor X. Eran las ocho y media de la mañana. Yo estaba durmiendo y el tipo estaba obsesionado.
— Estoy muy contento de que venga.
— Claro —dije yo.
— Nuestro programa es muy prestigioso.
— Por supuesto.
Pero entonces preguntó.
— Dígame, ¿lo de las páginas X, X, X y X es verdad?
Hicimos la rutina del verdad o no verdad y verdad cómo o de qué manera una par de veces más. Yo no había tenido una buena semana y estaba dormido. Mi meca no era ese programa de cable. Quizás otros programas de cable sí, pero ese no.

— Si esto que se dice no es verdad— me apuró X cuando empezó a perder la paciencia—, no podemos salir al aire.
Me lo imaginé metiéndose pedazos de vidrio de botella por el ano. Encerrándose en su oficina privada y haciendo eso en vez de trincarse a la rubia. En mi cabeza, la sangre fluía de un color oscuro. Lo intentó una vez más.
— Bueno, dígame que es verdad.
— Le digo que es verdad.
— Pero, ¿ocurrió realmente?
El tipo se había salteado el ochenta por ciento de la literatura y el periodismo universal. De repente lo sentí presionado por sí mismo, infeliz, solo. No se metía vidrio en el orto. No tenía suficiente coraje y creatividad para hacer eso. Apenas si podía con su programa de cable. Se agarraba a su programa de cable como un náufrago. Creo que de hecho perdió el programa a los pocos meses. A veces pasa. No llegué a insultarlo. Pero, por supuesto, la entrevista no se hizo.

Después me invitaron a una radio. Eran tres conductores que casi se peleaban por hablar. Y también había una chica pintándose las uñas de los pies. Nadie había leído nada de lo que yo había escrito. No digo ya un libro, ni siquiera me habían buscado con el Google. Uno intentó presentarme y dijo algo así como “Ahora, vamos a hablar de la fantasía, de la imaginación, tenemos con nosotros a un joven escritor argentino” y así.
Me hicieron una par de preguntas absurdas.
— Escribir es muy difícil —dije yo.
Creo que es verdad.

Y después, otro programa de radio, a la mañana. Pero en este pasaban música y había una solo locutor que me trato con respeto y se interesó por lo que dije. Tampoco había leído nada pero por lo menos era educado.

Ese mismo día, más tarde, un amigo pasó por casa. Quería mi opinión sobre una serie que está escribiendo. Durante un tiempo trató de escribir novelas, y cuando había empezado a lograr algunas cosas, consiguió trabajo como guionista para la televisión. Supongo que para escribir novelas se necesita paciencia.
— Vamos a hacer un piloto. Hay gente interesada—dijo.

Me contó la idea de una miniserie con un superhéroe argentino, de día trabajaba en una oficina, de noche, era una especie de Batman atolondrado. Me hacía doler un poco la cabeza.
— Para el título habíamos pensado en La máquina blanda pero ya está registrado.
— Ese es un buen título —dije yo.
— Sí, La máquina blanda es bueno, pero ahora tenemos que buscar otro.
— Está La máquina de follar...— señalé.
— Ese también es bueno —dijo él—. Lástima la traducción.
— A mí me gusta.
Nos quedamos en silencio.

La máquina del tiempo, La máquina de pensar en Gladis.
— Hay muchas máquinas.
— Sí— dije yo— algunas.
Apareció mi mujer y nos ofreció café. Aceptamos. Nos trajo dos tazas.
— ¿Por qué no le ponen La máquina idiota?— le sugerí.

Él se quedó pensando y mientras tanto yo me imaginé a mí mismo escribiendo para la televisión. Me imaginé el dinero, las cámaras, los actores, me imaginé el grupo de escritores reunidos alrededor de una mesa tratando de ponerse de acuerdo, comiendo masitas, discutiendo por qué tal personaje debía hacer tal cosa. Era una sueño perverso. Atractivo y perverso. ¿Por qué no?
— No es malo, no es malo— dijo mi amigo.
La máquina idiota— volví a repetir yo.
— Creo que es hasta muy bueno.
— Podría funcionar.
Terminamos el café y lo acompañé hasta la puerta. Parecía feliz.

Octubre del 2005

viernes, noviembre 11, 2005

IV Encuentro de Lectura de El Interpretador

jueves, noviembre 10, 2005

Esta bestia magnífica y clinuda


por Nicolás Olivari (1900-1966)

Esta bestia magnífica y clinuda,
portentosa ramera de dos pesos,
nacida en el festón de piedra de las esquinas,
clinuda y magnífica
y cada día más bestia,
walkiria del mulataje,
sexo tatuaje,
con el ano empotrado en la nostalgia
de su tribu cafre,
¡tiene mi amor!

Amo, a esta bestia, a esta prostituta,
autóctona y salvaje...
Amo su olor a Chaco,
clavado en la calle Talcahuano,
refugio de morconas y de hampones,
viaducto picaresco
de su amor que no pregunta,
que no averigua las ideas políticas del cliente
ni su opinión sobre las dictaduras.

Esta es la mujer en la que, impunemente,
se puede despreciar a todas las mujeres
y rebajarlas a torpezas ignominiosas,
y llamarla con nombres obscenos
que uno debe callar a la consorte.

La amo en el nombre del hijo que no cuajó en su entraña
y en el cálido pelvis donde se hamacan
las murrias de todos los de mi casta,
vagos y atorrantes, poetas y furbantes
de esos que vienen al mundo protestando por haber nacido
y que tienen siempre la boca caliente de puteadas.

La amo en el film cortado de su angustia
puramente física,
-inseguridad de techo y abrigo
y amenazas de hospital-
La amo en la raíz de sus clines
de bestia amansada
a patadas,
en el vaivén grasiento de sus ancas
chamuscadas
por el turbio fuego de las lujurias
y de las injurias
que se purifican en el Asilo San Miguel.

Mujer con quien hubiera sido
feliz compartiendo su destino,
a pesar del cuello almidonado,
dogal ciudadano
de nuestra cobardía, hermanos.

No nacimos para ello
y la vemos pasar,
con ganas de tirar
por la espalda al prejuicio.

Y la vemos pasar
rumbo a la comisaría,
y hasta nos animamos a aumentar
su vergüenza, con nuestra pillería.

Y la vemos pasar
y me retracto,
yo nunca te he amado,
¡eso, claro está!

Porque tenemos miedo
de que nos descubran la afición,
y perdamos de condición,
al pedo.

Y por eso, magnífica bestia, encelada y clinuda,
hacia quien me tira la barbarie de mi ancestralidad,
de pirata y furbante, de poeta y anarquista
a fuerza de ser haragán, informal y atrabiliario,
agacho la testa y me voy al diario
a escribir contra la trata de blancas...

(de “El gato escaldado”, 1929)

miércoles, noviembre 09, 2005

Cabalgando con Guevara



Por Tomás Martín Grondona
(publicado en Cabalgando en un silbido)

Andrés Guevara (1904-1963) merece homenaje. Nacido en Paraguay y radicado de joven en la Argentina, dejo su huella en la gráfica de este país. Pintor, caricaturista, ilustrador, sus diseños se destacaron en el diario Crítica de Natalio Botana, en las revistas Sintonía y Mundo Argentino, para pasar luego a ser pilar diagramador en el diario Clarín, desde su fundación, creando el famoso logotipo del periódico.

Su línea, siempre reconocible, esta inmortalizada en decenas de tapas de libros, y este es a mi gusto, el punto mas alto de su obra. Guevara resuelve con eficacia los problemas que surgen de un diseño de tapa en la década del 20 y 30. Aquí se luce, haciendo de la limitación del color una herramienta, colocando dos o tres colores ingeniosamente sobre la composición, dándole gracia a esta inevitable repetición. Sus recursos parecen infinitos. Sus obras poseen una impronta única, digna de un eximio dibujante, que puede iluminar esos diseños lineales o evitar el contorno lineal, donde el color obtiene más protagonismo, superponiendo planos para formar el diseño buscado.

Normalmente el titulo de la obra, suele ser el disparador de los ilustradores a la hora de diseñar la tapa, esto puede facilitar o complicar las cosas. Pareciera que a Guevarita le gustaba este desafio, así afronto títulos como: “Dan tres vueltas y luego se van” de Raúl González Tuñon y Nicolás Olivari; “ Sabadomingo” de César Tiempo, y los disparatados títulos de su amigo Omar Viñole: “Mi disconformismo filosófico”, “El hombre que se depilo la Ingle” y el acá reproducido “Cabalgando en un silbido”.

martes, noviembre 08, 2005

querida wonder woman mi heroína


por Ramón Paz

querida wonder woman mi heroína
no viniste jamás a rescatarme
en tu avión invisible ni a besarme
yo soy el que te amaba en la cocina
tomando mi nesquik frente a la tele
yo soy el que tembló cuando aquel malo
te colgó de los pies y quedé al palo
sin nada que me alivie y me consuele
porque cabeza abajo rebalsaban
tus tetas de ese traje con estrellas
los ángeles de charlie flacas bellas
no me hacían temblar ni me asombraban
pero vos con corona y brazaletes
me volabas el coco y los zoquetes

lunes, noviembre 07, 2005

The perry bible fellowship

by Nicholas Gurewitch

Dos de Joaquín Giannuzzi

JUEGOS OLÍMPICOS

Frente a mi pesada osamenta intelectual
aplastada al planeta como un muerto bien educado,
la pequeña atleta brinca, puliendo
en cada giro espacial
su chispa de materia afinada.
A solas con mi difícil pulmón
miro el liviano diseño de una coreografía
prisionera de su propia y exacta libertad,
la pirueta circular, su trayectoria lírica
sobre la chata, infinita referencia del suelo.
Jadeando, ovaciono esta fe,
esta aventura ingrávida de la menor carne posible,
sus rápidas curvas aéreas
entre mínimos puntos de apoyos intantáneos
de la mano y el pie,
el vuelo que el planeta permite
suave, enorme, acostado,
al juego de su pequeña criatura saltarina.



MI HIJA SE VISTE Y SALE

El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
Un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resuletas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.


("Principios de incertidumbre, 1980)

domingo, noviembre 06, 2005

el interpretador, número 20

viernes, noviembre 04, 2005


Great Scott! The eight-limbed octi-ape has escaped
from the space ship and has grabbed chop-chop!

(¡Diantres! ¡El goripulpo de ocho brazos se escapó
de la nave y ahora tiene a Chop-Chop!)

Traducido por Gecko.

jueves, noviembre 03, 2005

Corro hasta fichar

Por Seba Hernaiz

Corro hasta fichar. Dos minutos de retraso pueden significar perder el laburo. Dos minutos de retraso significan perder el laburo. No da perder el laburo, así que corro.
Acalorado ya en el subte aunque afuera haga 15 grados, acalorado de correr con mi abrigo puesto y la cara que comienza a transpirar, acalorado llego: 9.59, ficho y ya está todo legal. Otro día que no pierdo mi laburo. Quiero las vacaciones.

Pasa el tiempo, pasa el tiempo, trabajo fácil de hacer y el tiempo pasa y va siendo hora de partir. Mi compañero llega a reemplazarme siempre diez minutos antes de la hora. Yo preparo mis cosas, limpio el mate, dejo todo pulcro repulcro y me voy caminando despacito: hay que hacer tiempo hasta las 4 para fichar la salida. Trabajo en Retiro. La gente espera sus micros y yo provecho y voy al baño que cuida la paraguaya que vive en la villa de acá a la vuelta y que por dos mangos y media moneda da papel higiénico en la puerta, veo en los kioscos las nuevas tapas de revistas, hago tiempo hasta las cuatro. Me entretengo entre titulares auspiciosos sobre el boom para arriba de la economía local y las tetas de las minas que se confiesan deseosas de amor estampando en las tapas color su último topples sorpresa en Miami vía un photoshop rabioso.

Paja para los ojos: las minas en tanga, un ejército en eterna lucha contra la celulitis. La economía repunta: el Indec señala el crecimiento del x por ciento respecto al período similar del año pasado, aunque haya un poco de inflación. El año pasado señalaba el crecimiento del x por ciento respecto al período similar del anteaño, aunque había un poco de inflación. Mi sueldo subió menos, mucho menos que la inflación acumulada, pero miro la hora: son las 4, quiero vacaciones. Bajo, ficho en el subsuelo y el día se me abre de posibilidades.

Tarde en el centro. Compro tabaco, compro libros. Soy adicto: fumo y leo, fumo y acumulo libros que nunca leeré. Dos o tres adicciones. Podría ser peor. Tabaco suelto y libros baratos, de mesa de saldo, de batea de libros viejos. Hace unos años había más bateas de libros por un peso, de 5 por 3, de 10 por 5 pesos. Ahora hay menos, de menos calidad. Los puchos con la devaluación también se jodieron. Al principio, las marcas importadas dejaron de llegar, después llegaron con el sobreprecio que hace reflotar en los bolsillos la melancolía del 1 a 1. Igual, te acostumbrás. Hacés parecer que sabés algo de economía y explicás que el 1 a 1 era una mentira financiera que vació al país. La mierda, y cuánta razón, y cuántas razones para comprar el nuevo plan y vivir creyéndonos que ahora es 3 a 1 cuando estamos 1 a 0,3. El tabaco, igual, ahora ya llega casi como antes. Se le agrega al precio de producción en dólares el precio del trabajo local en pesos y vale menos que el triple de lo que valía. El tabaco nacional también aumentó, porque aunque se paga el trabajo en pesos y la materia prima extraída así es bastante barata, lo mejorcito sale para exportarse a precio del mercado internacional: acá quedan los restos, la versión a las apuradas de la producción vendible, y más caro, claro, porque la oferta afuera está tanto mejor.

Como con la cerveza, que de una parte a este tiempo pasó de ser emblema local a ser un "agua de grifo", como dice el amigo alemán de un amigo. "Agua de grifo", la puta que lo parió, alemán de mierda que encima tiene razón. La Quilmes está insufrible, pero como los buenos pequeñoburgueses de gusto apenas refinado se ve movemos alguna parte del mercado, ahora Quilmes S.A. nos saca la línea de litro de la Stella Artois a un 30% más de guita que el barro aguado de la Qristal y no poner una moneda más sobre las monedas es un pecado. Agua de grifo por un lado o monedas inflacionarias del 3 a 1 para comprar botellas verdes de sabor elaborado. Eso sí, la joven Argentina que exportamos en los noventa a la España de brazos abiertos pero uñas afiladas, pasa penurias o la pasa joya pero ahora cuenta que por suerte desde el 3 a 1 en el Corte Inglés se consigue la Quilmes bastante más fácil: y hasta parece cerveza la que allá llega.

Del vino ni me acuerdo ya. Que quede en las borracheras del invierno. La preocupación ahora es la cerveza y las vacaciones. Las vacaciones. El año pasado no me fui casi. El anteaño sí, nos fuimos a Tucumán con mi ex y éramos todos porteños siguiendo el camino del buen turista, la mitad con la frustración del euro inaccesible y la otra con la fantasía del nómade en fuga a la Manu Chao. El año anterior también había hecho el Tucumán-Salta-Jujuy, pero con mis amigos y todavía no se notaba tanto el tufillo a fracaso en color de pasión latinomericanista. Se ve que los que se iban a ir a Europa ya tenían cambiados los pesos por Euros y la pegaron. El año pasado sí, ya se notaba la cara de decepción del que buscaba en las ruinas Quilmes los cuadros del Reina de Sofía. Ahí, en las ruinas, me contaron la historia de los Quilmes. La verdad que yo, ni idea, aunque la pregunta era obvia: si en la primaria y secundaria en los mapas que había que hacer siempre dibujábamos a los tipos esos en el noroeste, por qué mierda la localidad del conurbano tirando para el sur se llamaba Quilmes, y de ahí la birra, y de ahí el atletic club. Parece que los Quilmes le hicieron el aguante bastante heróicamente al invasor, que aguantaban, aguantaban y no me acuerdo si nos contaron que por hambre, sitiados en su montañita, fue que los sacaron como a ratas de su nicho o si fue que alguno de adentro se vendió por dos espejitos y promesas de gloria o de coger con la princesa. Cuestión que los españoles los terminan sacando a patadas de lugar y se los llevan a todos ataditos con cadenas caminando hasta Buenos Aires, que ya algo les iban a encontrar para hacer, supongo. Así que ahora de los Quilmes nos queda eso, el recuerdo de la épica, unas ruinas, el viaje encadenado a dar nombre a una localidad, un equipo de la B en la A o de la A en la B, y un agua turbia que queda acá mientras la birra rica es melancolía nacionalista embotellada yéndose para España.

Este año vacacionar es necesidad. Como empecé a laburar en este lugar en septiembre del año pasado, el verano pasado tuve apenas tres días para irme. Vi a mis amigos irse a Bolivia a hacer el viaje que habíamos planeado. Los vi juntarse en mi trabajo, saludarme, irse. Este año los países más devaluados que el nuestro se acabaron y cruzar fronteras es sufrir el billete en sintonía con la política del Banco Central. Viejo Remes Lenicov y la puta que te parió. Habría que escribir el "Elige tu propia aventura" de la economía nacional. ¿Todos los finales serían quince años con la tríada Cavallo-Remes-Lavagna, y el Banco Central, el Fondo y la A.B.A. y la U.I.A. serían siempre escenografía obligada? Y el narrador sería el editor de Clarín. Después, claro, a elegir entre si hay final con dipuprogre gritando en el Congreso indignado por la ley que se acaba de votar, si hay marcha, si hay tele, si hay piquete o si se hacen prácticas de intervención urbana denunciando la realidad que todos conocen. La vida, hoy, mi amor, se mide en dólares, aunque los que saben miren a Alemania y a Surasia y junten euros jugando al Invatible con Susana. Inglaterra, siempre, con la libra ahí arriba, pero acá la vida se mide en dólares, se paga en pesos y vos valés ahora un tercio de lo que antes. Pero está todo bien, ¿no?, hay más trabajo y un toco de felicidad blanquiceleste para distribuir. Los turistas noruegos son pintitas de alegría amarilla decorando la ciudad. En San Telmo un amigo vende en yenes humedad porteña enfrascada. Pero qué mierda, quién te quita el placer de milonguear toda la noche de un jueves con una austríaca, ¿eh? Y ahí tenés final feliz, sobreviviste, tu sueldo ahora es la mitad de la cerveza que era antes, por no hablar de libros o de un depto, pero bailás con la rubia tetona y no como en el otro final del libro en que te mata la cana en una corrida o que te caes del tren o te pega un tiro tu vecino porque pensaba que le ibas a robar las masetas que decoran la reja de la ventana que da a la calle.

Las cuatro. Ya fiché. El día se me abre de posibilidades. Vacacionar es necesidad. Verano de fronteras caras de cruzar, Buenos Aires parece ser la opción más pilas: aunque los bares y la noche hayan aumentado, aunque ya no exista el chori a un peso en ningún lado, Buenos Aires parece ser opción. Microturismo conformista a un camping en Chascomús y una casita en la costa que te presta un tíoabuelo y no te podés quejar. Hasta salen bien esas cosas. Generalmente.

miércoles, noviembre 02, 2005

Carlos Monzón



Por César Mermet (1923-1978)


Si uno se fija bien, no es más que un flaco. Tiene la desmañada pinta de flaco básico, robusto “por ahora”. Sí, es vigoroso, pero ante todo, un flaco reforzado. Patentiza un aire hosco de hambre infantil, tardíamente compensada, pero no borrada. Músculos longilíneos, puntudos omóplatos clavados como altos muñones de alas cortadas de ángel caído... en la miseria, largo tiempo. Y codos de tero gigante, y clavículas confesadas, de anémico que no olvida; y costillas patéticas y un desairado desgarbo de flaco alto, disfrazado de nuevo fuerte adinerado.

Y ahora está moviéndose. Vea cómo pega, como a destiempo, como salteándose dos compases del ritmo del oponente. Vea cómo lanza una izquierda que parece demasiado cantada, pero que la mandíbula del rival, después de dos inútiles esquives, viene a quedar justamente allí donde ahora llega la maza de su guante. No tira aquí y ahora. Dispara ahora, para llegar después; como los artilleros, su balística traza un gran arco en el tiempo. Y observe cómo el golpe parece empujador, no como un rayo. Pero es un rayo. Un rayo en marejada. El golpe erosionante del agua dulce del río. Un ladino golpe ancho y desgastador y elástico, de marejada nocturna. Monzón es un botero del río, que boxea. Fíjese en su estilo de remero, que palanquea brazos largos. Ahora estúdiele bien eso de quieto que tiene su movimiento. Un centro inmóvil. Cuerpea de pie y en equilibrio la pelea, como parado en la canoa. Vive en un tiempo de cámara lenta, que confunde al rival. Lo que pasa es que su lentitud es precisa. El suyo es un paciente tiempo de agua. Un vigor sumergido: arriba la coda turbia, confusamente ambigua. Abajo el ojo inmóvil del pescado insomne, alerta.

¡Qué cabeza más rara, verdaderamente! Un flequillo huraño, lacio, toldo de malhumor sobre las cejas. Pirincho en la coronilla, como pájaro de las islas. Las cejas montaraces, sobre sus agazapados ojos fijos. Y vale la pena relatar su boca: ancha y bembona y torcida, con la expresión de cuando al chico le faltaban dientes. Escasa pero gruesamente ríe, con indecisa ondulación de tímido, de desvalido, pero cazurro cuerpeador del duro mundo. Es un canillita toba. Un chiquilín jetón, a contramano de los andariveles tendidos bajo la luna; desconfiado, prevenido, golpeado desde siempre. Es un toba de Alto Verde: una isla como un yacaré, que sale a tomar mosquitos, sol, mate y estrellas; grapa y hambre y lluvias orquestales, entre el puerto y el Paraná y un tiempo verde, extenso, frente a la astuta y femenina ciudad de Santa Fe. ¡Pero mire cómo le queda enorme el pantalón! Las piernas se le escapan y le siguen solas, piernas huérfanas, pobres, que sin embargo, terminan en el final feliz de las blancas botitas de lujo. Y ahora es cuando encañona, apunta y persigue a paso lento, con fatal lentitud de puma cebado.

Ahora es cuando en el espacio palpable de su designio, pega y derrumba. Se endereza el rival, y él sigue moviéndose sin apuro, en la duración anfibia de su determinación inexorable, ya conectada al desenlace. Y ésta es la instantánea de cuando, inexplicablemente, duda. Pega y duda. Tiene sobre el final, antes del gran final, un asombro ceñudo, pero infantil, de tipo recio pero herido; de chico solo en medio del ring de la vida, no sabiendo qué cosa viene ahora. Por una fisura de duda -se nota- se le filtra el desconcierto. Cuando el rival está maduro para el sueño, él hace agua. Pero cuando reacciona, su paciencia sigilosa de cazador se hace demoledora certidumbre, y arrodilla a la suerte. Le dicen “escopeta”. Pero es más bien una mágica maza diaguita. Ha conseguido probar que su instinto primitivo es superior a la estéril, desarraigada inteligencia del mundo técnico. Es más duro que este siglo. Pero no más frío. Sí más serio. Más trágico. Monzón no pacta. Está jugado. Tiene como un juramento con su destino. Y como un fanático escepticismo. Dice a veces “Yo peleo con cualquiera”. Pero no lo dice con vanidad. Lo masculla con sentido fatal, teledirigido, sin miedo hacia su sino, ¡sea el que fuera!

Se llama Monzón... Cosa rara, llevar un toba canoero, nombre de viento colérico, de otros cielos remotos...

Ahora escúchelo: habla con una mandioca en la boca, enfurruñado, cabrero. Pero no le crea. Por las comisuras, le asoma y vuelve la flor celeste sucia, de su sonrisa de chico; la breve flor del camalote.

Este tipo que viaja tanto, tiene raíces profundas. Pero no sólo en la tierra y en el agua. En el barro de Alto Verde. Desconcierta a Passolini, a Ives Montand, y a Montecarlo. Pero no a sus compañeros de ginebra. Ellos saben que Monzón tiene resto. Y se rehace. Se da changüí. Pero renace. Como las crecidas cíclicas del río. Y como el monte eterno de las islas.

Buenos Aires, c.1970

martes, noviembre 01, 2005

Dos músicos diferentes

Por Juan Terranova

1.
El 26 de septiembre Clarín publicó, firmada por Guillermo Boerr, una reseña del último recital que Moby dio en Buenos Aires. El título era “Tecno de primera mano” y el texto empezaba con una de las frases que dijo el músico promediando el recital: “Soy americano, pero a veces no me siento orgulloso de ello. Como americano debo disculparme por el presidente que tenemos. Es un hombre malo, estúpido y violento”.

La segunda frase del texto decía así: “Los jóvenes que llenaron el recinto de Palermo aplaudieron mientras lo fotografiaban con sus cámaras digitales y sus celulares de última generación.”

Otra frase, más adelante: “Además de la multitud que saltaba delante del escenario, en el nutrido sector VIP se codeaban, copita de champagne y bandejita de sushi en mano, varios famosos y no tanto.”

Después de un par de precisiones sobre la música, se caracterizaba a Moby de esta manera: “Crítico feroz de la derecha yanqui y vegetariano empedernido, despotricó contra Bush (a quien se refirió en su blog como "el rey de las vacaciones") y prohibió en sus shows el sponsoreo de tabacaleras y productos derivados de la carne.”

Antes de todo esto, el copete de la nota decía: “En una hora cuarenta de show, el rey de la electrónica tuvo tiempo de repasar tres discos y hablar mal de Bush.” Cuando el set terminó, Moby no dio bis aunque parece que la gente se lo pidió. La entrada al concierto, que se hizo en La Rural, costaba ochenta pesos.

2.
El 16 de septiembre, Mariano del Águila entrevistó a Moby para el Sí! de Clarín. La primera pregunta de lo que se publicó era más bien una insinuación:
“— Y vos tratás de hablar en español...”.
A lo que Moby respondió:
“— Sí, vivo en Nueva York, la ciudad más sudamericana de Estados Unidos.”
La pregunta que cierra la nota es “¿Te preocupa que en las escuelas quieran censurar la teoría evolutiva?”. La respuesta que dio el músico, acorde al contexto, fue intrascendente.

3.
La página 88 de la edición del 2 de octubre de la revista Luz remite el recital de Moby en La Rural. Son seis fotos y una nota muy breve. Las fotos retratan a un grupo de famoso entre los que se encuentran Matías Martín, Natalia Graciano y Horacio Cabak. Los epígrafes hablan de movida electrónica y citan a Nokia Trends, la marca de auspicio el evento. Las fotos son incidentales, tipo paparazzi. Horacio Cabak con un platito de sushi en la mano, una modelo sonriendo sin ganas, el novio de la modelo con un ridículo sombrerito a cuadros.

4.
Una de las cosas que dejó en claro el reciente paso de Moby por Buenos Aires es que el tipo es un demagogo profesional. Hasta Guillermo Boerr se da cuenta cuando escribe que: “Además de en inglés, Moby habló bastante en español. ¿Demagogia? "Tengo parientes argentinos, así que yo también me siento un poco argentino". Lo primero es cierto, lo segundo, al menos dudoso. En particular teniendo en cuenta que en México presentó al otro chico superpoderoso de la banda, el guitarrista y bajista Guillermo Martínez como mexicano ¡y en Colombia, como colombiano!”.

En Buenos Aires, no lo presentó como argentino y parece que lo de los parientes es cierto. Así y todo, no dudo que si hubiera ido a Ucrania, hubiera dicho que en Nueva York es la ciudad que más cerca está de Europa del este, porque en sus calles hay muchos ucranianos que, aparte, son todos amigos suyos. (De paso, decir que Nueva York es la ciudad más sudamericana de los Estados Unidos es olvidarse estrepitosamente de Miami. O quizás Moby ya no considere Florida como parte de los Estados Unidos.)

5.
Ahora bien, lo de la demagogia, pura, aberrante, triste, ya estaba desde antes en el folleto que acompaña Play, quizás su disco más exitoso. Ahí pueden leerse, entre fotos del músico saltando y mostrando su torso semidesnudo, cinco viñetas fechadas “New York City, January 1999” que él mismo describe como “essays” y de los cuales admite “no están relacionados con la música”.
El texto titulado “1” abre así: “Fundamentalism (of any kind) troubles me”.

El texto titulado “2” abre así: “It horrifies me that we allow prisioners to be treated so poorly”.
El texto titulado “3” abre así: “Oftentimes when I meet someone they ask me why I´m a vegan (a vegan is someone who neither eats, wears, or use animals products).”
El texto titulado “4” abre así. “I just went to the Museum of Jewish Heritage and The Holocaust in Manhatan and I was driven home to me that almost all of the state sponsored atrocities of the 20th century ocurred with either the complicity and /or awarness of the world governments.”
El texto titulado “5” abre así: “Speaking of those who preach hate and violence, I need to say how absolutely horrified and sickened I am by supposed Christians who promote the use of violence against abortion clinics, doctors, the federal government, and anyone else who rubs the wrong way.”

Más allá de la obvia contradicción entre las oraciones con las que comienzan los textos 1 y 3, ninguno de los textos sostiene por sí mismo ni dice nada ni remotamente interesante. Es pura corrección política exhibicionista. Igual que hablar mal de Bush en público como si eso significara algo, y así. La única conclusión que puede sacarse sin entrar a hacer un análisis que los textos no se merecen es que Moby “tienen la necesidad” (él usa esas palabras) de decirle a la gente que es buena persona. Y sin embargo, por atrás hay algo más.

6.
Agredir a alguien que no se puede defender y repetir lugares comunes que no implican riesgo aparente para crear consenso es una técnica muy vieja cuyo grado de efectividad política es variable. Algunos dicen que cuanto menos se arriesga, menos se gana. Pero no estoy tan seguro. Vender (el verbo es clave) una estupidez como audacia no siempre trae malos resultados. Los efectos que a veces se dan, pese a todo, pueden ser extraños y hasta contraproducentes. Cuando hace algunos años Attaque 77 tocaba bajo una gran esvástica tachada con un enorme signo de prohibido estacionar la elección de la escenografía sumaba más bien poco. ¿Quién puede estar a favor del nacionalsocialismo hoy en día? Era igual que salir a decir que uno está en contra del SIDA y el gesto, como respuesta al puñado de skin-heads que nunca faltan en el ambiente punk argentino, se volvía completamente desproporcionado. Mientras tanto, la esvástica era tan grande físicamente y tan poderosa como símbolo que pese a la banda roja que la tachaba, el recital multitudinario parecía una especie de mega-evento neonazi.

7.
Acá es donde tendría que decir: “más allá de la calidad de la música de Moby...” o “evitando entrar en valoraciones artísticas...” o incluso “un músico debe ser juzgado por su música y nada más”. Pero no. La cosa no es tan fácil. Compré Play apenas salió. Lo escuché mucho y me gustó. Leí los “ensayos” pensando que eran una estupidez irrelevante. Aunque nunca me aburrió, llegado un momento dejé de escuchar el disco y lo archivé. Volví a buscarlo cuando encontré las declaraciones en el diario. Ahora lo escucho y no es igual. O mejor, el disco es igual. Pero algo cambió.

8.
Charles Eustaquius Robert Ferguson nació en algún lugar del Missisipi hacia fines de 1918. Sus padres y hermanos mayores eran trabajadores rurales y cuando el joven Charly Bob entró en el ejército y viajó a Europa, apenas sabía leer y escribir. Según sus propias palabras el ejército fue para él “una bendición”. Aunque se pasó la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial cantando en un coro de gospel que se presentaba como distracción para las tropas, cuando volvió y se instaló en Memphis era un héroe de guerra.

Empezó a cantar blues con bandas locales y ocasionalmente tocaba la guitarra. Compartió escenario con John Lee Hooker, Muddy Waters, Willie Dixon y otras leyendas del blues. A fines de los ‘50 se mudó a Los Ángeles y vivió haciendo giras y tocando en lugares pequeños. Nunca se casó ni tuvo hijos. A principios de los ‘60, ya había grabado sus dos únicos y legendarios discos para Chess Records. Músicos de rock exitosos como The Eagles, The Doors, e incluso Bob Dylan versionaron algunas de sus canciones. Charly Bob Ferguson podría haber terminado sus días, con mucho prestigio y mucho anonimato, en la cómoda segunda fila de la historia del blues si no hubiera hecho unas declaraciones radiales que le reportaron una fama amarga.

En agosto de 1964, alegando como justificación el llamado “incidente de Tonkín”, producido cuando tres lanchas torpederas vietnamitas atacaron dos destructores norteamericanos anclados en las costas de Vietnam del norte, Estados Unidos inició una intervención abierta al país asiático que fue increyendo hasta sumar, en 1967, casi 500.000 efectivos. Es sabido cómo repercutieron los bombardeos masivos, el uso de agentes químicos y la crueldad general en los nuevos colectivos americanos.

Una medianoche de 1969, Charly Bob cantó solo con su guitarra clásicos del blues y temas propios en un programa de radio. La grabación llegó a circular como pirata en ambiente de especialistas y se editó como disco recién en 1992 con el nombre de “In the air of blues”. Cuando el set terminó, Charly Bob conversó con un locutor anónimo. El tipo le preguntó por Vietnam, porque era el tema del momento y todos los artistas parecían tener algo que decir al respecto. Charly, cincuenta años de edad años, respondió que Vietnam no le interesaba, pero que si tenía que dar una opinión era que la guerra igualaba a los hombres porque la muerte no diferenciaba entre negros o blancos, que él todavía conservaba su uniforme militar y que estaba orgulloso de, en su momento, haber servido a su patria. Algunos críticos piensan que estas declaraciones cortaron la carrera de Ferguson. Las pocas enciclopedias de jazz o blues que lo recuerdan dicen que murió en 1972 de un cáncer de próstata, complicado por un deterioro físico irreversible debido al alcoholismo.

Sus dos discos y los muchos piratas que se editaron después de su muerte son inhallables en Buenos Aires pero con suerte se pueden bajar de Internet. A veces los escucho, sobre todo de noche, y la voz Charly Bob Ferguson suena, a través del tiempo, profunda, dolida y sincera.

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