"Borges se convirtió
en tótem y en empresa"
Por Juan Terranova y Glenda Vieites
La primera edición de Literatura argentina y realidad política es de 1964. En ese momento, la obra constaba de un solo volumen y su cronología crítica llegaba hasta 1910. Después, el Centro Editor de América Latina, con Boris Spivacow a la cabeza y bajo la dirección de Beatriz Sarlo, lo reeditó. En los años 90, Sudamericana lanzó la obra en dos tomos con el nombre de Literatura argentina y política. Y recientemente, la editorial Santiago Arcos puso en circulación la cuarta versión del que, hace tiempo, es un libro central de la crítica literaria argentina.
Muchas veces, David Viñas recordó haber nacido el último año del gobierno de Yrigoyen, en la esquina de Talcahuano y Corrientes. Apenas a dos cuadras, en el bar de la librería Losada, donde pasa sus tardes, espera a los periodistas sumergido en una nota que narra el triunfo de Evo Morales en Bolivia. El texto está repleto de corchetes, llamadas y subrayados, todo en tinta roja. “El diario La Nación, a través de sus redactores, insiste permanentemente en que la izquierda ha muerto”, sentencia y, por supuesto, frunce el ceño.
Después explica: “El proceso boliviano está señalando que a nivel latinoamericano ha reaparecido una izquierda potente. Lo mismo sucede en Chile con la candidata socialista Michelle Bachelet, agnóstica e hija de un general torturado y asesinado por la dictadura de Pinochet”. Viñas, que está visiblemente más flaco que hace un tiempo, sigue prendiendo, a sus 76 años, un cigarrillo detrás del otro. “Fumando espero”, responde cuando se le pregunta por el actual proceso latinoamericano.
En el libro, usted afirma que la crítica literaria era inmovilizadora. ¿Cree que sigue siéndolo?
Alguna crítica sigue siéndolo y otra no. Desde que empecé a trabajar con León Rozitchner, Ramón Alcalde, Adelaida Gigli, proponíamos a partir de Contorno leer el enfrentamiento que había en la literatura. En ese momento, cuestionábamos toda una tradición crítica que eludía esos ingredientes decisivos de la ciudad, los componentes de tensión, de espesor que están vinculados a la historia.
¿Podría volver a escribir “Literatura argentina y política hoy”?
Aunque todavía apuesto a la lectura crítica, en este momento no tengo el ímpetu para hacerlo. Lo hacen, sí, y muy bien, algunos compañeros que se ocupan fervorosamente de la literatura argentina: Gabriela García Cedro, María Pía López, María Gabriela Mizrahi, Guillermo Korn y Eduardo Rinesi, entre otros. Es una propuesta crítica con determinadas características que todavía presupone la aparición de la polémica. Algo así como una levadura para poner en cocción este espacio que está cada vez más reducido.
¿Qué lectura influenció más su análisis?
La más significativa fue Muerte y transfiguración de Martín Fierro, de Ezequiel Martínez Estrada.
Reeditado justamente este año...
Me parece un libro capital y de incidencia polémica.
Viñas hace un alto, suspira, cuenta que en algunos días se está yendo para La Habana y comenta que desde 1981 no viaja a Cuba. “Espero encontrarlos bien”, dice y agrega que este año va a aparecer una revista de nombre Crónica General de América Latina: “El primer número va a ser sobre vanguardias y revolución... Y teníamos muchas ganas de empezar a leer críticamente a Bolívar”. Después agrega que no le gustó Guayaquil, la obra de teatro de Pacho O’Donnell. “Los actores no estaban mal, pero le faltó jugarse más, revisar el contexto, revolver un poco más la cosa...”
¿Dejó de escribir novelas?
No, por favor... En abril, Dios mediante y la virgen de Guadalupe, sale en Sudamericana un libro que se llama Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX. Está dedicado a mis hijos Lorenzo Ismael y María Adelaida.
Usted rescata la figura de Rodolfo Walsh como autor comprometido y juega diciendo que es mejor que Borges, pero nunca dio un argumento concreto.
Creo que es más productivo. Su literatura es más productiva. Borges tiene imitadores, pero se encierra en sí mismo. Walsh plantea un entrecierre, por eso es mucho más seductor. Si decimos que Borges tiene imitadores melancólicos, en el caso de Walsh hay continuadores posibles. Porque los imitadores de Borges, dada la canonización oficial, lo convirtieron en un tótem, lo cerraron. Con Walsh eso no sucedió porque sus componentes tienen algo provocativo y movilizador. La figura y la obra de Borges, al contrario, inmoviliza. Insisto, es un tótem. Lo convirtieron en eso, y en una empresa también, dedicada a corroborar esta canonización. Incluso, no podemos dejar de lado el final de uno y de otro. Me animo a plantear que la elección de Borges de ser enterrado en Ginebra, la distancia, la lejanía, facilita la canonización. Sin embargo, con Walsh esto es imposible. Su cuerpo nunca apareció. No hay forma de hacer una momificación.
¿Sigue pensando que su posible continuador es Verbitsky?
Nunca lo dije. El se postuló. Recuerdo una entrevista, anterior a la dictadura, en que estaban Walsh y Verbitsky en un bar frente al Botánico. Verbitsky tenía gran devoción por Walsh, pero también ha sido canonizado. Se ha convertido en una especie de palabra oficial. Con todo un aparato detrás.
¿Cómo recibe usted el peronismo de Walsh?
Polemizábamos mucho por esto. Creo que él intentó rescatar lo más destacable del peronismo, tarea confusa y viscosa. Yo era opositor, cuestionador de todo ese complejo cultural que fue el peronismo. El murió escrupulosamente en su ley. Uno tiene el ambiguo privilegio de ser un sobreviviente, pero creo que esa polémica se está dando cada vez más. Si es que vamos a trabajar con rigor. Veo marchas populares pasar por Corrientes casi todos los días, y los grandes tótems e íconos del peronismo popular ya no aparecen más. El que aparece es el Che Guevara.
¿Qué considera que puede llegar a pasar con esta “reaparición” de la izquierda en Latinoamérica?
En algunas personas de la derecha histórica esto provoca por lo menos una inquietud, cuando no directamente miedo explícito. Otros se refugian en algo que es un punto muerto, como el centro, que sirve para cualquier cosa. Evidentemente, en Latinoamérica hay una actualización de una perspectiva cultural, política y económica de izquierda. Hay una apuesta al cambio, a cuestionar el statu quo. Teniendo en cuenta lo que decíamos (periódicos que en sucesivas expansiones del tipo “necrológicas” anunciaron la muerte del sujeto, la ideología y la izquierda), habría que citar a Don Juan Tenorio: “Los muertos que vos matáis gozan de muy buena salud”.
Toda su obra está interpelada por el análisis político. Justamente este libro antes se llamaba “Literatura argentina y (realidad) política”. ¿Cuál es la urgencia de la “realidad” política hoy?
Lo peor es la mercantilización vertiginosa de todo el espacio público. Esto ya suena a lugar común. Pero no por eso es menos verdad. Es un poder confuso, mutilador, inmovilizador. De negación a todo lo que pueden ser propuestas críticas, aperturas, polémicas. Hoy leía en este libro de Steven Levitsky (La transformación del justicialismo, del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999) que las unidades básicas desaparecieron porque son muy caras. Fueron reemplazadas por la presencia televisiva. Levitsky alude a un testimonio de (Alberto) Pierri, ex presidente de la Cámara de Diputados, que se convirtió en empresario. El procedimiento mercantilista lo proyectó sobre la interna peronista y suprimió entre otras cosas las unidades básicas, con el criterio de que eran muy caras. Digamos que optó por la televisión.
¿Para usted sigue vigente la frase: “Los intelectuales argentinos siempre se suben al caballo por la izquierda y se bajan por la derecha”?
La frase es de Jauretche, y se refiere, sobre todo, a un proceso de cooptación.
¿Es evitable ese proceso?
No. Y se verifica en la actualidad. Hay toda una constelación de intelectuales que se subieron al caballo por la izquierda y se bajaron por la derecha. Hay quienes todavía se reclaman como marxistas, pero como una apelación totalmente abstracta, porque cuando se ubican en la realidad cotidiana de la ciudad, apoyan públicamente a candidatos liberales o de derecha. El marxismo se convierte, así, en una especie de plegaria.
¿Es verdad que Arturo Jauretche lo mandó preso?
Eso fue en el año 1948. Y no lo cuento para que me pongan medallas ni para apelar a la comunión de los santos. Fue durante una huelga bancaria. Yo trabajaba en el Banco Provincia y entramos a ver quiénes habían ido. Era una huelga estrictamente sindical, que reivindicaba aumento de salarios. Jauretche, que en ese momento era el presidente del banco, se indignó porque estábamos adentro, llamaron a un vigilante de la Comisaría 1ª y de ahí nos llevaron al Departamento de Policía, donde nos hicieron escuchar un discurso muy vehemente del jefe de Policía de entonces, el general Velázquez, parado abajo del gigantesco cuadro de un héroe del sistema: el coronel Ramón Falcón. Después de este acontecimiento, fui cesanteado. En este momento, hay una especie de canonización acrítica de la figura de Jauretche entre los intelectuales.
¿Por qué la izquierda puede ser hegemónica en lo cultural y le cuesta tanto unirse en espacios políticos?
Bueno, ésa es su tradición. En la Argentina, la izquierda tiene notoriamente una representatividad muy precaria en lo específicamente político. Pero también tendríamos que analizar el concepto de “izquierda”.
Libros y teatro
“Ojalá se haga con el rigor que se hizo en su estreno, es una apuesta.” Viñas se refiere a la reposición de Lisandro, una de sus obras teatrales, estrenada en 1972, que este año se repondrá bajo la dirección de Villanueva Cosse y la actuación de Manuel Callau.
¿Sigue interesado en la producción cultural?
Los núcleos se reiteran, se actualizan, se deforman, se corren. Con mis limitaciones de por medio (señala su vista y sus oídos), intento seguir esas constantes.
¿Qué rescata de esas constantes?
Me interesa mucho el cine. Me gustaría poder aplaudir más el cine argentino. Tengo presente a Luis Machín, actor de Un oso rojo. Ese hombre emite, tiene aura. El relato de esa película es destacable, tiene contrapuntos insolentes que me parecieron formidables. También me gustó el trabajo de Adriana Aizemberg en El abrazo partido. Ella viene del viejo teatro independiente, de la época de Fray Mocho. Aplaudí con entusiasmo las obras de teatro Venecia, de Jorge Accame, y Monos con navaja, de Luis Sáez. Allí había una chica cuyo trabajo era maravilloso, Débora Astrosky. Rojos globos rojos, de Eduardo Pavlosky, también es un grotesco de esos pensados para Pepe Arias.
¿Y de la producción literaria?
Me gustaron algunas cosas que leí de Miguel Saccomano, de Belgrano Rawson, de Sergio Olguín. Me encontré en esa novela que editó Tusquets, Filo, y eso me enterneció, aunque no sé si salgo del todo bien parado. También leí una Historia de la Patagonia, de Susana Bandieri, un libro excelente.
¿Qué lo entusiasma hoy?
Muchas cosas. Hacer una lectura crítica de La Nación. Cuestionar ciertos aspectos que funcionan como mediadores políticos. Es una especie de obsesión mía. Pero no es algo terriblemente difícil, los textos son casi transparentes, aplastados, sin vuelo. Sin duda, la derecha está hoy muy devaluada, sin fuerza retórica. Cuando vuelva de Cuba, me gustaría escribir algo sobre Andrés Oppenheimer. Si lo escribo, lo voy a titular “Colega”. Lo que escribe es tan desdichado que lo leo con regocijo. Sin duda, es un gran humorista.
(Publicado en el suplemento Cultura de Perfil el 15 de enero del 2006)