Por Sebastián Hernáiz
En vez de quedarme cogiendo o comiendo chocolates abrazado a un cuerpo desnudo y caliente, anoche fui con mis amigos de elinterpretador al Torcuato Tasso para la presentación de la antología La joven guardia, en la que varios de los narradores nacidos post-70 que me interesan están antologados. Están Falco, Schweblin, Mairal, Terranova, Cucurto, Abbate, Enríquez y otros que habrá que leer.
En la entrada del Torcuato Tasso, si respondías que SÍ, vengo a la presentación del libro, te daban chocolatines Jack. Me tocó uno blanco.
Luego del evento, la horda de acicalados escritores y lectores enredados en amistades intermitentes salimos a buscar desesperadamente algún lugar para comer. Bejerman tiró la primera piedra: Manolo, una esquina de la misma manzana en la que estábamos.
Claro, Manolo estaba hasta las manos y ahí tuvimos que comernos sólo el garrón y empezamos a patear las calles del Pque. Lezama buscando alguna parrillita.
Cucurto no se hacía cargo y los editores de la en potencia potente antología de los barrios porteños no sabían a qué colaborador llamar para que indique cómo moverse por ese barrio. Llegamos, finalmente, costureritas tropezando, a las luces opacas de Constitución y nos albergamos en una pizzería que mereció, en primer lugar, la irrefutable frase un lugar mejor no vamos a conseguir y tengo hambre y que desató una lluvia de apreciaciones cual qué lugar de mierda / ¿podemos juntar estas mesas? / no, no, una pizzeria menemista no / odio las luces dicróicas / creo que las plantas son de verdad / cómo pueden decorar con tan tan mal gusto un lugar / creo que las plantas son lo único de verdad de acá, y, prendido Tinelli en las pantallas que ocupaban los rincones de la pizzería-café, desde las dos puntas de la larga mesa en la que nos acomodábamos se escuchó en stereo esto es la tinellización de la cultura. Ya estábamos ahí, muzzarela y cerveza para todos. Ah, y faina no hay.
La pizza fue mucho más rica que lo que parecía, pero igual sobró, a diferencia de esas cervecitas de ¾ que me indignan y que vuelan como nada pero se cobran como mucho. Entre las copas y las porciones se escuchaban comentarios sobre la presentación, chicanas y palmadas. Tomas, el que antologías hace, contó un poco de la cocina del libro para los que estábamos cerca, casi no dio nombres de los humillados ni de los ofendidos y casi no recibió en su cara las críticas a la tapa y al título que circulaban por lo bajo.
La cuenta que nos trajeron fue de 171 mangos, que entre los 20 que éramos fue a razón de entre 8 y 10 por cabeza, según la fórmula:
$171 ÷ 20 = $10 - [x ÷ (1 + y + z)] = 7 La joven guardia ± 1
Tal que:
x = necesidad de los $2
y = voluntad de dejar propina
z = paja para conseguir cambio
La suma había corrido por parte de Bejerman y la división recayó en Terranova. Se tarareaba la melodía de El padrino y Cucurto era el capomafia que juntó los billetes y pagó la cuenta.
La salida del lugar fue lenta al principio hasta que el frío nos apuró y volvimos a nuestro centro de operaciones: la cuadra del Torcuato Tasso donde habían quedado autos estacionados. Ah, el Torcuato Tasso. Antes ese lugar estaba bueno y se podía ir. He ido a ver amigos tocar y creo que hasta estuve a punto de ir alguna vez a algún festejo de universitarios de izquierda, pero ahora -salvo ayer que nos dieron dos horitas de gracia, no más, porque a las 22 nos sacaban a las patadas- para ir tenés que ponerte con un veinte como mínimo y ni hablar de tomar algo en la barra: los precios que vimos ayer con Obelix, para vinos, iban desde $80 un deluxe hasta $20 como opción popular.
En fin, volviendo a los autos surge, en el ya raleado grupo que quedaba, ir a tomar algo. Por un lado Llach, Bejerman, Obelix, Cucurto y Mairal iban a buscar un auto. Con la gente de elinterpretador íbamos a por otro. Obelix -creí- iba con ellos para decirles a dónde nos dirigíamos, pero luego, cuando estábamos en camino hacia un segundo piso de San Telmo, lo cruzamos en una esquina. Daba pasos lentos, cabizbajo, las manos en los bolsillos, su bolsito verde cual única nota de color en su andar. El otro auto quién sabe qué. Cruzamos una palabras con Obelix desde el sobresaturado auto de Lafosse y nos reencontramos luego, a unas cuadras nomás, ya en el bar de pronta inauguración. Llamamos desde ahí a unos amigos que viven a unos metros y que -adujeron- estaban laburando con textos de fenomenología mientras, en el bar, alguno descubría una guitarra y el disco repetido de fogón, entre sentimental, cínico y sincero, comenzaba a sonar.
Quizá la noche haya mejorado con la ida, al final, a ese bar que el Ibarra post-cromañón aún no habilita: qué mal gusto, Aníbal, el lugar es una preciosura. O quizá ya era una buena noche igual y el final de vinos tintos y luces enrojecidas y la suma de vino primero, cerveza luego y vino de nuevo, hagan entrar el fin del relato en otro tipo de categorías.
Cuestión que me alcanzaron hasta casa y terminé durmiendo, borracho por un día de malcomer, solo en mi cama y pensando, con recelo, en la resaca de día laboral que se avecinaba.
Aquí, entonces, las notas que tomé durante la presentación, que, al final de cuentas, es a lo que fuimos.
A primera vista:
Saccomano se parece a Dany Brieva.
Muleiro tiene más de dos whiskys encima.
Hay un gato medio desnutrido dando vueltas.
Hay mucha gente sobre el escenario, también abajo.
Lecturas: Muleiro
Se autodenomina policía: cola de paja que se ampara en Piglia.
Cumple con todos.
Recurso fácil: para hablar del libro arranca: “hay variedad” y describe, medio al burdo tun tun, uno a uno los cuentos armando series simplonas.
Recurre a los clisés de los dichos populares y para cerrar cita el “la base´stá” del Bambino Veira.
Reflexión:
Juro que nada personal, Muleiro, pero bueh, con tus intervenciones constipás las posibilidades pensar.
Lecturas: Saccomano
Retoma entrevistas de la Ñ: “no se necesitan parricidios en la nueva generación”, se adjudica, él solito, el “soy abuelo”.
Plantea su idea de lo que es la literatura: “se escribe por incomodidad con lo real”
Frase por medio es un palo a Muleiro.
Intenta incomodar planteando dudas sobre los criterios de la antología y los criterios con los que se mueve el campo literario/intelectual.
Reflexión:
Saccomano fue con ganas de agitar algo, y eso suma casi siempre, aunque sus ideas sonaban con tufillo a miedito de muertos vivos de que se vengan los cyborgs.
Un detalle: si hubiera sido un domingo peronista, jardincito, mantel de hule de colores, escena de cine nacional, sol y sombra bajo un paraíso y el sifón naranja, bueno, pero meterle Villavicencio gasificada al tinto: no.
Comentarios de “la joven guardia”:
Tomas es el único que nombra a Castillo en la noche, poniéndolo en la serie de items con posibilidad de ser trompeados.
Terranova, un Bartleby contento frente a Saccomano
Antoniucci gusta de comunicarse
Cucurto está aburrido
Abbate se supo increpada.
Falco, “yo, escritor”
Tomas parece conductor de T.V. con los tiempos que le pusieron en el Tasso: “¿cuánto nos queda?”
Toledo, innecesario.
¿Dónde estás, Mairal, que no se te ve?
“Diálogos” con el público:
Todos festejamos la salida del libro.
Abbate tira, por error, una frase genial: “tener veinte años a los setenta”
Drucaroff habla de “los chicos”
Grillo se siente que pertenece a algo perteneciendo a la antología. Alguien, atrás, hace cri-cri (sic).
Saccomano cita al niño Volodia según su nombre de adulto completo: Vladimir...
Alguien aclara que “no es que defienda el realismo socialista...” y yo me pregunto si será todavía ahí, por esas preguntas por donde pasa algo.
Por lo pronto, hoy, pasadas ya estas notas, la resaca resolviéndose en mis sienes, queda terminar de leer el libro. Supongo que no habré de esperar más que me lo manden de la editorial para reseñarlo y que lo leeré pasando horas en el silloncito gratuito de la Yenny de Rivadavia y Riglos entre las habitués del lugar, viejas rechonchas de Caballito.
miércoles 31-8, mediodía