Cascadas
A mi banco confluyen los sonidos de la cascada "Velo de la Novia". Estamos en uno de los descansos de la ascensión, y me senté a escribir mis impresiones. Frente a mí, se disparan hacia el cielo los coihues espigados y finos, formando una medialuna de sombra con su follaje. A mi derecha un lazo de la cascada, de pena poco pronunciada. A mi izquierda, una cascada más delgada, saltarina desde muy alto, zigzagueando las piedras llenas de verdín y musgo, entre plantas y arbustos. A mi espalda, un poco más allá, almuerzan dos europeos sentados a una mesa rústica, similar a la mía, de tablones desiguales y oscuros. Desde arriba, el sol oscilante entre nubes: cascada de luz. Abajo la nutricia espera de la tierra. Soy una brújula, y mi línea escrituraria, persigue imantada un Norte incognocible. Esto es Puerto de Peulla, Chile, muy cerca del límite con mi país y volviendo a él, luego de haber surcado el Lago Todos los Santos.
No hay nada más sutil, luminoso y soporífero que la influencia de las cascadas. Parece una concurrencia de voces cantantes. "Solo me embruja el rumor del agua". Pero es un embrujo calmo y placentero, instándonos a su persecución, desde el fin hasta el principio del manantial. ¿De dónde surge esa magia? La mano se ahueca como un cántaro, los oídos se despliegan temblando como si le hablasen en una lengua olvidada. La boca se entreabre, urgida de beberla y saborearla. ¿De dónde surge esa magia? Porque brota y no cesa. Y aún en su difícil contención, su cambiante forma, nos necesita desplegados de abrazos y erosiones, deteniendo los relojes: nuestros músculos tijera.
Pero el embrujo del instante, de los fugaz, es poderoso.
Fotografías, instantáneas, poses triviales de estatuas enclavadas al momento que huye como mariposas alfileteadas. O simplemente, apresar el movimiento en las cámaras de vídeo. Comprar souvenirs para traer de aquel sueño, nuestra flor de Coleridge. No menos elegíaca, es el agua de esa cascada que se bebe y muere, que aquella flor amarilla rescatada del mundo impermeable de los sueños.
Ayer, mientras terminaba mi carta a la familia, sentado sobre el borde de la rambla en la costanera de Puerto Montt, y cerrando mi meditado elogio a la gente de este otro sur, escuché que una niña (luego de un pequeño viaje inercial), acompañada de su madre y su hermana, me decía: "tu letra es muy linda." Para cuando levanté la vista, ya se habían alejado uno o dos metros en la trayectoria de su paseo. Y ahí recién le di las gracias, un tanto enternecido y otro tanto deslumbrado.
Su pequeño mensaje, fue una flecha surcando cortezas duras de aire y buenas maneras. Su vibración indicó en mi aturdimiento reconcentrado, que había observado a través de mis ojos: mi elogio, su elogio, mi vista concentrada en la escritura; y rodeándonos: un mar, barcos pesqueros, un cielo atardecido, una brisa fría y viva. Un alfiler en el instante de la plena resonancia, un abanico de ondas sensitivas que demoraron mi respuesta. Nótese como en medio de esa vibración, tuve que rescatar ese instante que me vino demorado (como la luz de las estrellas extintas), como tuve que bracear para contestarlo y no dejarlo zozobrar en un naufragio que Dios nos ha impuesto entre nuestros tratos.
Ahora, una señora (a quien no conozco pero viaja en el mismo bus), se ha echado a dormir, a lo largo, en el otro banco de mi mesa. Parece escuchar atentamente los cantares de las cascadas confluentes. A mí me parece que, colándose misteriosas (para ella, que me ha visto y sabe que escribo junto a ella), le llegan los roces y secretos de estas líneas. Me siento un cuentacuentos para hacerla dormir. Es extraña y tal vez mágica la densidad de este medio de transferencia (como si la cascada amplificase y transmitiese la escritura.) Hasta parece, que bastará que yo escriba: "colorín colorado este cuento se ha acabado" para que se levante, bostece sonriendo y vuelva a esta travesía de hombres efímeros. Y es cierto: su familia la ha venido a despertar.
Ya casi es hora de reanudar el viaje (secreto: su hijita ha desplegado su agenda Garfield imitando mi discurrir en la cascada).
(De Cuaderno de Viaje por el Sur de Chile y Argentina)
Hernán Acteón administra www.acteondural.blogspot.com